Pbro. Jorge H Leiva
Llegar
Retomo desde Rosario del Tala estas columnas por pedido de la buena gente de Gualeguay. Dado mi traslado, permítanme, en esta “entrega”, cierta auto referencialidad para hablar sobre lo que significa “partir y llegar”. El diccionario brinda varios términos para referirse a los traslados, a saber: arribar, aparecer, venir, entrar, presentarse, comparecer, asistir, abordar, atracar, anclar, aterrizar. En relación con estos, me gusta pensar que estoy entrando en una nueva parroquia, en una nueva ciudad, como quien arriba a una casa adonde ha sido enviado o como quien aparece en escena en una obra de teatro en la que lo representado es una realidad o como quien se hace ver luego de haber estado ausente. Llegar es empezar a estar a bordo de una navegación, de una travesía con suaves vientos y también con tormentas que desestabilizan y ayudan a mirar y a buscar el norte en la brújula. Aunque parezca contradictorio, es además -por lo visto- anclar una nave, amarrar y echar anclas en nuevos puertos luego de recorrer ríos o mares o aterrizar aviones o naves espaciales, porque andar caminos siempre es, de algún modo, volar al modo de golondrina. Hagamos una distinción entre aquellos que “recorren caminos”. Tenemos, por un lado, al turista o al vagabundo, quienes quizá nunca llegan, nunca desembarcan ni aterrizan porque corren el riesgo de que siempre su puerto sea un azar y un espacio sin nuevos encuentros ni nuevos compromisos. En cambio, el peregrino sabe adónde va porque está en la búsqueda del paisaje en cuanto casa, en cuanto hogar del hombre y de la Divinidad. Así, las grandes narraciones de los grandes pueblos tienen que ver con la idea de camino, partida y llegada. Es por eso, por ejemplo, que para el judeo cristianismo la narración del éxodo, la salida de Egipto es el corazón de la historia. Recordemos que nosotros en la noche pascual oiremos una vez más los capítulos 14 y 15 del libro del éxodo como hecho arquetípico de lo que es nuestra partida y llegada con el Hijo Amado desde la esclavitud a la verdadera libertad de los hijos de Dios. Otro ejemplo: solemos hablar de odisea para referirnos a un extenso viaje lleno de experiencias y desafíos; a la secuencia de eventos, en su mayoría adversos, que alguien ha experimentado para llegar a un destino o alcanzar un objetivo. La Odisea -obra literaria de la antigua Grecia- narra la historia de Odiseo-llamado en latín Ulises-, como un sendero de regreso a la patria amada. Del mismo modo la Ilíada, también de Homero, narra la historia del asedio que vivió la ciudad amurallada de Ilión, también conocida como Troya. Entre nosotros aparece la imagen de la “Vuelta del Martín Fierro” como un símbolo de una dolorosa partida y de un esperanzador regreso y, también, la imagen de Atahualpa Yupanqui “El payador perseguido” de la selva de Montiel con aquel conocido verso “Pasé de largo por Tala, detenerme ¿para qué?” Asimismo, la liturgia católica, en estos días, nos habla del “éxodo cuaresmal” para hacer referencia a nuestra existencia en cuanto permanente “cambio de mentalidad”: en griego, constante “metanoia” y, según las traducciones actuales, permanente “conversión”. Agradezco este nuevo aterrizaje, este misterioso desembarco, este nuevo éxodo que tiene sabor a odisea y a conquistas de “nuevos reinos” y a murallas que se caen con la alabanza y el canto como las de Jericó. Agradezco una vez más a San Antonio de Gualeguay por la navegación compartida durante 10 años, agradezco ahora también la bienvenida que estoy experimentando en Rosario del Tala. A diferencia de Yupanqui, puedo decir para qué me he detenido en este pago.