Pbro. Jorge H Leiva
¿Profetas de calamidades?
Días pasados, en medio de tantas dificultades por las que atraviesa nuestro pueblo-, los obispos argentinos nos dirigieron bellas y oportunas palabras que quiero compartir-al menos en parte-en esta columna.
“En este tiempo de Pascua, nos llena el corazón de alegría este anuncio: “Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado”. (Mc 16, 6).
Desde hace décadas vivimos tiempos difíciles en nuestra querida Argentina. Hay muchas situaciones que atentan contra la dignidad infinita de la persona humana, como, por ejemplo: avanza la pandemia silenciosa del narcotráfico, que utiliza a los pobres como material de descarte, que promueve el sicariato, que seduce con dinero manchado de sangre a miembros del ámbito político, de la justicia y del mundo empresarial; a muchos abuelos y abuelas se les presenta el drama de elegir entre comer o comprar los medicamentos porque la jubilación no alcanza; cierran comedores comunitarios por falta de asistencia y muchos vecinos se quedan sin la posibilidad de esa comida en el día; se ataca la vida inocente que no ha nacido, y, a la vez, la igualmente sagrada vida de millones de niños y niñas ya nacidos que se debaten entre la miseria y la marginación; asistimos a la discontinuidad de políticas públicas de integración de barrios populares, logradas con el consenso de gobiernos de distintos signos políticos y representantes legislativos; también familias despojadas de su tierra natal en beneficio de intereses económicos; hermanos que pierden su trabajo, que sienten que su vida está de sobra, y que no pueden poner el hombro en la construcción de la Patria.
Son tiempos complejos, por momentos contradictorios, en los que conviven una esperanza y paciencia honda de nuestro pueblo, que habla de su grandeza de corazón, con una incertidumbre y una creciente vulnerabilidad de las personas.
San Alberto Hurtado-jesuita chileno del siglo XX- decía que en tiempos difíciles no nos tenemos que cansar de amar a los demás y de alegrar sus vidas.
Amar a los demás…un amor con gestos, porque nuestros gestos son el modo de demostrarle a nuestro pueblo que entendemos su dolor. Advertir sus heridas y vivirlas en proximidad y cercanía. Tomar partido por los más frágiles, defender su dignidad, implicarnos personalmente en sus gozos y esperanzas, en sus sufrimientos y problemas (…)
Pero también, “tender la mano al pobre” (cfr. Si 7, 32) destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, y los que tienen las manos manchadas por la complicidad.
(…) La alegría cristiana no es euforia, no es éxito, no es placer, no es un optimismo ingenuo, ni estar siempre bien. La verdadera alegría tiene que ver con el sentido de la vida, con la experiencia de tener un horizonte.
En el actual contexto económico y social argentino es fundamental sostenernos en esa alegría, una alegría profunda y duradera, la que nace del encuentro con el Señor. Es una alegría que nos libera de la desesperanza y del desaliento, evitando transformarnos en profetas de calamidades que sólo desparraman pánico y angustia. (…)”
Agrego personalmente: Para los creyentes y para las personas de buena voluntad -que no son pocas en nuestras tierras- es necesario entonces recodarles que no estamos dispensados de ser “servidores de la esperanza”, no estamos autorizados para ser “profetas de calamidades” según el oportuno decir de San Juan XXIII pues la “esperanza y paciencia honda de nuestro pueblo habla de su grandeza de corazón”.