Pbro. Jorge H. Leiva
La maternidad y cuerpo en vuelo
El pasado 15 de agosto hemos recordado la Asunción de María y el 22 de agosto próximo estaremos celebrando su reinado.
Desde muy antiguo, la humanidad ha querido volar y ha sentido la necesidad de “elevarse”. Debido a esto, muchos escritores han usado esa imagen.
Por ejemplo, afirmaba el filósofo Friedrich Nietzsche: “El que aprendería a volar un día primero debe aprender a pararse, caminar, correr, trepar y bailar; uno no puede volar por volar”; y Platón decía: “Dios nos ha dado dos alas para volar hasta Él: el amor y la razón”.
También, la escritora española María Viedma se manifiesta al respecto: “… En todos los niveles de la cultura, a pesar de las considerables diferencias de contextos históricos y religiosos, el simbolismo del vuelo y de la ascensión expresa siempre la abolición de la condición humana, la trascendencia y la libertad”. Asimismo, la imagen del vuelo y la maternidad, que evocamos estos días, se han conjugado también desde la antigüedad: En tiempos del imperio romano, en Medio Oriente, se celebraba a la diosa Diana el 13 de septiembre y en ese día las mujeres invocaban esa divinidad para tener buenos partos, es decir, que lo más elevado (la divinidad) se conjugaba con lo más carnal (el parto).
Esto habla de la sacralidad de la que se ha rodeado a la maternidad. Por otro lado, en el libro “Cien años de soledad”, del reconocido escritor colombiano Gabriel García Márquez, Remedio la Bella, uno de sus personajes, sube al cielo. Comenta poética y graciosamente García Márquez que ella “necesitaba sábanas para subir al cielo. En este caso, las sábanas eran el elemento aportado por la realidad. Cuando volví a la máquina de escribir – testimoniaba el autor- Remedios la Bella subió, subió y subió sin dificultad. Y no hubo Dios que la parara”.
La tradición hebrea hablaba también del “vuelo” de Henoc el hombre justo y de Elías el profeta. Los evangelios así llamados canónicos (los que nosotros tenemos en nuestras casas) no hablan de la asunción de María al cielo, pero varios textos apócrifos sí lo hacen: es por eso que desde la antigüedad muchos cristianos han creído y celebrado este misterio, aunque los obispos no lo asentían oficialmente. Recién en el siglo XX el papa Pío XII declaró el dogma.
Es decir, como dice también María Viedma: “En 1950 -prácticamente ayer- la Iglesia (se) impuso la obligación de creer que María no falleció, sino que fue ascendida en cuerpo y alma al cielo por mandato de su hijo Jesucristo. Eso de no morirse no es una originalidad cristiana; antes de la Virgen ya dejaron de hacerlo Enoc (Gén. 5: 24) y Elías (2 Reyes 2:11). Desde el siglo IV, los devotos de la Virgen (pueblo y clero llano) no quisieron privarla de tan exclusivo privilegio y a partir del siglo VI, que se sepa, han celebrado ininterrumpidamente la fiesta de su llegada al cielo. No pase usted, pues, por alto las muchas centurias que costó a los fieles conseguir que las jerarquías eclesiásticas les diesen la “razón”.
Ahora con este “vuelo maternal” recibimos a Dios no sólo desde la perspectiva tan necesaria de la paternidad, sino también revalorizando en ella el rostro “materno” de Dios y la dignidad de cada persona venida a este mundo. En nuestros tiempos hay muchos cuerpos prostituidos, convertidos en engranaje descartable de un sistema, “objetos” de la sociedad del consumo, la violencia y la degradación. Por eso no se debe “volar por volar”: hoy más que nunca para ser fiel a la vocación personal y comunitaria necesitamos re aprender a “elevarnos” con protección materna y con valentía femenina para dar a luz sin miedo a los dolores de parto. Necesitamos más que nunca percibir nuestra corporeidad no en marcos de idolatría, sino de servicio a la verdad y el bien.