Pbro. Jorge H. Leiva
“La Pascua y el almendro”
Estamos estos días celebrando la Pascua de los católicos. Como es sabido, esta fiesta hunde sus raíces en la celebración de la Pascua Judía. En efecto todos los años, el día 14 de Nisán (al comienzo de la primavera del hemisferio norte), junto con el renacer de la creación, luego del crudo invierno, se celebraba el aniversario de la liberación de Egipto. Esta especie de fiesta de la independencia tenía un cierto carácter cósmico, nacional-popular y religioso en una síntesis propia de las culturas de la época.
Cuando brotaba el almendro (llamado “vigilante” porque se la consideraba poéticamente como planta atenta a la llegada del renacer primaveral) entonces se celebraba el comienzo de un año nuevo, la esperanza de la vida que triunfa, la expectativas de nuevos tiempos para el Pueblo elegido.
Jesús de Nazaret subió a Jerusalén a celebrar su última pascua consciente de las amenazas de las autoridades de su pueblo, de su tiempo: Él se transformaría en el Nuevo Cordero, de un Nuevo Templo; Él sería el Nuevo Sacerdote cuya víctima sería su propia carne inmolada.
Hacia el año 33 sucedió entonces en Jerusalén la muerte más trágica de la historia. La más evocada pues todas las tinieblas se abalanzaron sobre la Luz; la muerte más necia recayó sobre el más Sabio ¡más sabio que Salomón!
Todo asesinato es la apropiación más burda del otro como persona, como alguien distinto, como inabordable. El otro me es siempre en el fondo un extraño al que debo hospedar. Su rostro me interpela y no es mercancía de la que me pueda apropiar pues irrumpe de repente como una vida desconocida, es una Pascua que está llegando.
Toda forma de violencia (física, verbal o simbólica) es una apropiación del otro como objeto. El verdugo y el pervertido sexual tienen algo en común: se apropian de la persona como de un objeto. “Pero sólo pueden poseerse los cadáveres” (O. Clément).
El que aprendió a amar no condena a muerte a nadie, ni al peor de los delincuentes porque sabe que el otro se “escapa de las manos” es inabarcable. (En Santa Teresita se despertó su ternura de madre cuando un cruel asesino era llevado a la pena de muerte en la Francia del siglo XIX).
El que es Totalmente Otro, inabarcable en su condición de Persona Divina, Jesús de Nazaret, el Verbo Encarnado soportó toda violencia, la más cruel que podía soportar un pobre, un desprotegido del imperio y del templo capitalino.
Siempre, en todas las épocas “la muerte de Dios es el peor de los suicidios”: “La criatura sin el Creador se esfuma” (Vaticano II). Sin “el Otro”, ya nos hay “otros” a quien amar y todo se vuelve auto- referencia como le gusta decir al papa.
Pero el Amante Herido venció a la muerte en una luminosa mañana de un primer día de la semana cuando ya había terminado el descanso sabático y la Pascua judía. ¡Floreció el almendro!
Es por eso que delante de las muertes invernales e infernales, delante de las violencias mínimas y máximas se necesitan “almas vigilantes” atentas en la esperanza para descubrir almendros florecidos y semillas del Reino nuevo que brotan de la Pascua del Traspasado. Son almas proféticas y martiriales; llenas de la Verdad y del Espíritu. Son almas convertidas en semillas de nuevos pueblos: En ellas habita la oración y la celebración.
Después del terrible invierno del viernes santo, el Almendro Nuevo floreció el primer día de la semana y hubo una Nueva pascua y no faltó la ternura de la María de Nazaret y de María de Magdala. Y no faltó el Pan Partido convertido en Memorial.
¡Felices Pascuas!