Encuentro Internacional
Crónica al compás de los parches
Una pasada por el Encuentro Internacional de Pasistas y Batucadas que se desarrolla en el Corsódromo de nuestra ciudad.
Como esos romances que tienen un epílogo inesperado, el Encuentro nos vuelve el sabor a Corso que nuestro paladar parecía haber olvidado. Viernes a la tardecita. Desde el Centro de Salud, yendo por la Avenida hacia el Corsódromo, ya está armada la movida. Decenas de colectivos estacionados uno al lado del otro nos dan cuenta de la magnitud del evento. Esta gente desoyó los golpes que está pegando la crisis en todos los ámbitos de nuestra vida. Su pasión los trajo hasta Gualeguay, Capital de la Cultura Entrerriana, entre otras cosas, por su vínculo con el tambor. Acá en las escuelas primarias se enseña percusión. ¿Somos conscientes de eso?
Ya estoy en la Vieja Estación de Ferrocarril. Hay carritos para comer apostados a ambos lados de la avenida. Los autos que han incorporado este sector de la ciudad a la vuelta al perro, miran de reojo tomando coraje para frenar. La gente se da un gustito. Algunos dejamos de lado el ayuno más estricto y nos entregamos a las delicias del choripán. Invento argentino injustamente estigmatizado. Hay cola para ingresar. ¿Han tomado nota las autoridades que miles y miles de personas pagan entrada para ver a este evento? Me imagino que recibirá el apoyo que se merece.
Estoy adentro del Corsódromo. Desde la zona del boliche hacia el norte se realizan la competencia. Las primeras tribunas están repletas. Los miradores también. Era cierto nomás que había gente de todas partes. La parte sur de la pista está llena de puestos de venta. Hay colgantes, jugos de distintas clases, en mayor medida tropicales. Unos chicos se acercan a probar y hacen muecas divertidas. También hay vasos con distintas inscripciones
- Se movió mucho desde la tarde –me informa el feriante.
No pueden faltar los mates, industria pujante si las hay en la zona. Un stand tiene instrumentos de percusión típicos. Stickers, calcos, remeras y demás ropa. La gente va y viene. Cerca de las diez de la noche deciden juntar casi todo.
La voz de Ramiro Chevasco anuncia cada uno de los eventos que se van sucediendo. El sonido de la percusión envuelve a toda la gente y crea ese ambiente festivo que no se puede explicar sin el cuerpo. Incluso las personas que no están compitiendo sienten la necesidad de moverse. En el final del desfile hay una carpa donde están los jurados. Visten de manera impecable y llamativa. Sostienen una carpeta y una lapicera con la que anotan absolutamente todo. Ante cada pasada recorren la pista y se acercan para que ningún detalle se les escape.
Tomás Saldaña en un momento irrumpe con el Multibloco Na Batida Certa. La presentación dura más tiempo que el resto de las competencias. Desde el maquillaje a la vestimenta, nada queda librado al azar. Luego, siguen los distintos conjuntos. Uno de los grupos imita el traje de la película la máscara. Una de las baterías toca la canción del Chavo. Las fusiones están a la orden del día.
- Dos latas por tres mil – anuncian en la cantina.
Se puede comer pizza y papas fritas para los que quieren respetar la tradición religiosa. Pero también hay patys y choripanes para los herejes. Se toma cerveza y fernet en mayor medida. Algunos optan por la gaseosa, el jugo o los tragos. Detrás de la cantina las carpas. Decenas y centenares de carpas. Si eso no es pasión, que me expliquen la definición. Estas personas vinieron incluso de otros países y están durmiendo amontonados. Tenemos que brindarles las máximas comodidades, no sea cosa que dejemos de ser la cordial.
Una de las pasistas invita a las niñas y los niños a un taller a desarrollarse durante el sábado. Me alegra la distinción. Hemos retrocedido tanto en algunos debates que, en cualquier momento, tal vez, surge gente que cuestiona a los varones que bailan. No demos ideas. Las infancias piden fotos con las pasistas. Ese reconocimiento que tienen los niños hacia el arte con los años, en algunos casos, se pierde.
De pronto, un momento emotivo. Una de las batucadas desfila con la bandera de un niño vestido con ropa de carnaval. Adivino que ha fallecido, pero ignoro las circunstancias. Al terminar de desfilar, uno de los pasistas masculinos rompe en llanto. Sus compañeras y compañeros lo abrazan. Está desconsolado. Asocio su emoción con la foto del niño. Vuelvo a pensar en la pasión. ¿Qué será de la vida de las personas que pasan por el mundo sin descubrir cuál es su pasión?
El público gualeyo se prende fuego. Está en su salsa. Falta la espuma, pero no las palmas y los pasos prohibidos. Un hombre con un andador aplaude y se sacude. No hay barreras. También ingresa un niño en silla de ruedas. Esto es una fiesta popular con todas las letras. Acá sí que no hay ubicación preferencial ni reventa. Con el pueblo o sin él.
Me alejo con el ruido de los tambores. Pienso que en el calendario de los fanáticos del Corso, este fin de semana es un oasis entre las dos eras (Carnaval y Esperando el Carnaval). También en toda la gente que vino a Gualeguay para esta movida. Espero que se hayan sentido bien. Siento orgullo por las personas que organizan esto. Es fácil criticar, mucho más fácil destruir, pero qué difícil es tejer. Qué complicado es construir comunidad, y más en estos tiempos. Será hasta el próximo año, o hasta que los tambores me llamen con su poder hipnótico.
Santiago J.García