7 de junio
¿Por qué muerden los perros?
Pasó el 7 de junio, y después de más de doscientos años nos seguimos preguntando qué es el periodismo. En esta nota algunas reflexiones en torno a un oficio en permanente crisis. por Santiago Joaquín García
Cuando Rodolfo Walsh se enteró que uno de los fusilados de José León Suarez estaba vivo y comenzó la investigación que inspiró ‘Operación Masacre’ les dijo a sus compañeros de redacción: “Encontré al perro mordido por el hombre’. Se refería a una definición que se le atribuye a Lord Northcliffe y dice así: “La noticia es que un hombre muerda a un perro, y no al contrario”, indicando que debemos fijarnos en los hechos que llaman la atención. Esta definición, mal entendida, le ha hecho muchísimo daño a nuestro oficio.
Mucho más acá en el tiempo, Martín Caparrós, revisando las notas más leídas de los sitios web latinoamericanos definió que existe un tipo de periodismo en el que “muchos medios se someten a esa dictadura del número, donde los que definen lo que vale la pena publicar son los miles o millones que cliquean o no sobre un título más o menos engañoso: el Periodismo Clic”.
Si a la búsqueda de noticias que llamen la atención le sumamos la necesidad de que los títulos encajen con determinado buscador y la pretensión de que las publicaciones en las redes sociales se llenen de corazones y comentarios (sin importar si se trata de agresiones o chismes), tenemos las medidas del corset en el que se mueven algunos medios de comunicación.
El huevo o la gallina
Siempre que se discuten este tipo de cosas, alguien suele cerrar el debate con frases como: ‘es lo que la gente quiere’. Sin embargo, ya que hablamos de definiciones, me parece oportuno recordar la de Ismael Herraiz: “Noticia es lo que los periodistas creen que interesa a los lectores. Por tanto, noticia es lo que interesa a los periodistas”. ¿No será que tenemos que salir un poco del centro? La realidad es que sea cual sea el origen del problema que estamos atravesando ahora (que las redes sociales alteraron el ecosistema en el que coexistían los medios; el fin de la especialización que la modernidad nos impuso a los periodistas; la crisis del papel como soporte y la pérdida del hábito de lectura), lo concreto es que otra vez estamos discutiendo cuáles son los alcances y limitaciones de nuestro trabajo. Dejando de lado el falso debate del periodista con título o sin título (los mayores ejemplos de periodistas argentinos como Moreno, Walsh, Soriano, Bayer, y el que quieran agregar, no cursaron una carrera de periodismo), lo que sí tenemos que decir es que la telefonía celular e Internet crearon la ilusión de que cualquiera puede hacer periodismo sacando una foto y escribiendo algunas frases más o menos coherentes. Y aunque no sea preciso tener título para ser periodista, lo que sí es necesario es tener oficio y criterio. Y eso a veces nos falta incluso a los propios periodistas.
¿Por qué muerden los perros?
A la hora de escribir una noticia se suele enseñar que se deben contestar ciertos interrogantes: ¿qué?, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo?, y ¿por qué? En una noticia común y corriente los primeros son los más sencillos y determinan a la mayoría del periodismo que hacemos a diario. Por ejemplo, si el quién es Messi, no importa de qué estemos hablando: “Messi y la selección argentina ya están en China”, dice uno de los últimos titulares que podemos encontrar en Internet. Es tan importante el protagonista que está por encima del conjunto. En nuestro caso, si el dónde es nuestra ciudad, todo lo que ocurre es importante porque hacemos periodismo situado en nuestro pueblo. “Gualeguay será capital del campeonato argentino de sobrenombres” es una noticia que alguna vez debería ocurrir. El problema aparece cuando prestamos atención al cómo y al por qué. Son dos interrogantes que para ser respondidos con cierta seriedad requieren tiempo. Y tiempo es lo que las redes sociales nos dicen todo el tiempo que no tenemos. Veamos un ejemplo. Roberto Herrscher en su libro ‘Los viajes del Penélope’ cuenta su experiencia como ex combatiente de Malvinas y como periodista que vuelve a las islas décadas después. En el párrafo que compartiré a continuación narra su entrevista con un kelper:
“Y casi al final de nuestra conversación le conté que había estado hasta el fin de la guerra en la casa del 10 de John Street.
‘¡Las milanesas estaban riquísimas!’, soltó entonces John Fowler, como si fuera lo más natural del mundo.
Me sobresalté. ‘¿Cómo las milanesas?’
‘¡Claro! Las que dejaron en la heladera. Apenas terminó la guerra y como la mía estaba destruida por el misil, me mudé por unos días a esa. Yo creía que ahí dormía Menéndez’.
‘No, le dije, era de los oficiales de Marina’.
‘¿Y de quién eran los pijamas tan abrigados que encontramos?’”
En ese breve párrafo, en el que sabemos CÓMO la pasaron los jerarcas de Marina mientras los jóvenes dejaban el pellejo en el frente de batalla, tenemos una escena mucho más poderosa que miles de notas de opinión. No me digas que vivieron una vida de lujos, mostráme que estaban comiendo milanesas y dormían con pijamas abrigados mientras los soldados dejaban su vida por la patria. Eso es periodismo. Algunas veces, explicar por qué muerden los perros puede ayudar más a la sociedad que andar buscando algún loco que ande mordiendo a los pobres bichos.
Las cosas nuestras
El enorme periodista naturalizado entrerriano, Guillermo Alfieri, maestro de mi generación, dedicó su libro de entrevistas ‘Coloquios de la comarca’ a “Amaro Villanueva, periodista al que nada humano le resultó extraño”. Mientras muchos estaban buscando cosas extraordinarias (que, como su nombre lo indica, no andan sucediendo todo el tiempo), Amaro investigaba las costumbres más corrientes de su pueblo. Así fue como dedicó cuarenta años a sus estudios sobre el mate que, entre otras cosas, permitieron explicar su origen enteramente guaraní y su penetración cultural tan profunda. También al ombú, “señal de lugar habitado”, al que describió con una precisión inusitada. Amaro Villanueva es, quizás, el periodista que mejor supo explicar por qué somos como somos los entrerrianos. Y eso es mucho decir.
Ahora bien, ¿cuáles son las cosas nuestras? Una vez, un porteño que andaba de paso por un pueblo de provincias le contó a su familia al volver:
“Es muy loco lo que hacen. Van por una calle, la recorren entera, luego doblan y vuelven por la paralela hasta llegar a la altura del comienzo, para doblar y volver a empezar el mismo círculo. Gastan nafta, se van saludando mientras tanto, y así pueden estar muchas horas”.
Lo que estaba explicando es la vuelta al perro. ¿Acaso pensamos que esto que hacemos nosotros por San Antonio, Costanera y 25 de mayo se hace en todas partes? La respuesta es no. En las grandes ciudades, sin lugar a dudas, no es una costumbre popular. Así como antes las caminatas en torno a la Plaza Constitución podían decidir matrimonios y escándalos posteriores, hoy la vuelta al perro tiene funciones sociales muy diversas. Recabar información, presumir el caño de escape, pavonearse, escapar del tedio de los domingos, fingir un encuentro casual, etcétera. Se ha escrito demasiado poco sobre esto que es tan nuestro. También se ha escrito poco sobre la famosa galleta que suele ser la base de nuestra pirámide alimentaria. No es igual a cualquier otra cosa que podamos comprar en una panadería de Buenos Aires. No es un librito, es una galleta. Estos ejemplos están tomados a las apuradas, pero expresan una idea. A veces, estamos apurados en estar a tono con las novedades que nos llegan de Buenos Aires y nos olvidamos de lo que somos. El periodismo que a mí me gusta (no quiere decir que sea el mejor, bajemos de una vez del altar), es aquel que persigue la ilusión de contestar las preguntas fundamentales: ¿cómo somos las gualeyas y los gualeyos? Y ¿por qué nos pasa lo que nos pasa? Le agradezco al diario por dejarme intentarlo cada domingo con mucha menos pericia de la que quisiera.