San José
San José, Padre trabajador
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)
En las ciudades grandes se ha perdido mucho el vínculo entre los vecinos. La inestabilidad en el lugar de vivienda, el anonimato imperante, las largas horas que se pasan fuera de casa; todo incide en el desconocimiento de quienes habitan en la misma cuadra o incluso pared de por medio. Sin embargo, en otros barrios se producen relaciones de mayor cercanía y conocimiento de historias familiares. Además, se mantienen algunas personas como referencias emblemáticas. Me acuerdo cuando era niño que había gente a la cual se la conocía por su trabajo antes que por el nombre. El panadero, el lechero, el plomero, la pedicura, la enfermera… A Jesús se lo denominaba como “el hijo del carpintero”, mostrando no solo la pertenencia familiar, sino también el oficio de San José.
Las imágenes con las cuales representamos y recordamos a los santos nos muestran una parte de su vida. A San José lo figuramos habitualmente de dos modos: con el Niño Jesús en brazos, o en su lugar de trabajo. Es clásico identificar a José con sus tareas laborales en la carpintería, junto a la Virgen y el Niño. En el año 2021 el Papa Francisco escribió una carta sobre San José titulada “Con corazón de padre”.
En esta carta lo destaca a San José como “padre trabajador”. Nos dice que “San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo”. En uno de los Salmos de la Biblia se anuncia al hombre que será feliz con la promesa: “comerás del fruto de tu trabajo” (Sal 128, 2).
El Papa nos comparte que “en nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo (San José) es un patrono ejemplar”.
En muchos hogares el desempleo o la inestabilidad laboral están marcando la vida de varias generaciones. Adolescentes que no vieron con trabajo a su papá y a su abuelo. Acostumbrados al rebusque cuando no al delito o lo ilegal. Viviendo de planes sociales, changas esporádicas.
Por eso escribía Francisco que “el trabajo se convierte en ocasión de realización no solo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?”.
Es importante volver a afirmar que por medio del trabajo, sea manual o intelectual, colaboramos con Dios en su obra creadora. Mirando a San José contemplamos que Dios encarnado quiso crecer en un ambiente familiar y laboral. Uno de los efectos de la crisis que estamos atravesando implica la pérdida de fuentes de trabajo que impacta de modo dramático en hombres y mujeres que no encuentran cómo sostener sus necesidades más urgentes. Más lo padecen quienes tienen trabajos no registrados o cuentapropistas, que viven al día.
A nivel global muchas sociedades se están pensando estructuradas en torno a muy pocos empleos. Un reto que tenemos que asumir sin dejar pasar el tiempo en piloto automático.
Cierto es que ante tantos y tan grandes desafíos nos resulta poco lo que podemos hacer. Debemos multiplicar las iniciativas de huertas familiares en quienes tienen un poco de terreno, los talleres de capacitación laboral, los microemprendimientos, las cooperativas de producción y consumo. Ha crecido la cantidad de personas que trabajan dedicando su tiempo y capacidades al “cuidado de otros”: ancianos o enfermos, impulsando merenderos o comedores, docentes en espacios alternativos… Son mano de obra que se pone en movimiento en horarios fijos con importantes responsabilidades.
Mañana celebramos a San José Obrero, un padre trabajador. A él encomendamos a hombres y mujeres que sufren las injusticias de la explotación y la exclusión.
En este cuarto domingo de la Pascua miramos a Jesús como Buen Pastor y nos unimos en oración pidiendo especialmente por las Vocaciones sacerdotales, consagradas, misioneras. En el Mensaje que nos regala el Papa para esta ocasión nos dice que “el don de la vocación es como una semilla divina que brota en el terreno de nuestra vida, nos abre a Dios y nos abre a los demás para compartir con ellos el tesoro encontrado”.
Y agrega: “Esta es la estructura fundamental de lo que entendemos por vocación: Dios llama amando y nosotros, agradecidos, respondemos amando. La llamada de Dios, como decíamos, incluye el envío. No hay vocación sin misión. Y no hay felicidad y plena realización de uno mismo sin ofrecer a los demás la vida nueva que hemos encontrado”.