En el poeta corría el río Paraná y sus ramajes
Juanele Ortiz fue un poeta argentino de culto y modesto juez de paz de provincias, que nació, vivió y murió junto a los más grandes ríos de su región, el Paraná y el Gualeguay, que fueron retratados magistralmente en su escritura imbuida de agua dulce y naturaleza
Hay figuras geométricas que trazan los ríos sobre un territorio y que marcan de tal manera a quienes allí nacen que no pueden dejar de expresarse desde esa superficie de tierra surcada por cauces de agua, siempre variables. Es el caso del poeta argentino Juan Laurentino Ortiz -a quienes todos llamaban Juanele- que nació junto al río Gualeguay, en 1896, y murió junto al Paraná, en 1978, en la provincia de Entre Ríos. Juanele es sinónimo de agua dulce, de poesía y de sauces, en América del sur.
Acerca del alcance de la geometría de los ríos en la vida de Juanele escribe Juan José Saer, en El río sin orillas: "La ciudad de su infancia puede ser considerada, por su posición geográfica, como la matriz o el ombligo de la región fluvial, ya que se encuentra justo en la mitad de la base del triángulo invertido que trazan el Paraná y el Uruguay, cuando, reuniéndose en el vértice del Delta, forman el estuario. Equidistante a vuelo de pájaro de los dos afluentes, un poco más alejado de la desembocadura, su pueblo natal, Puerto Ruiz, domina el triángulo isósceles que forman los lados del agua. La multiplicación de ríos, riachos, arroyos, esteros, lagunas, pantanos, que ya desde el sur del Brasil y desde el Paraguay empieza a converger hacia el sur, en las proximidades del estuario se vuelve vertiginosa".
En sus poemas, Juanele manifiesta el paisaje cambiante que dibujan esos cauces que fueron sus propias venas, porque muy pocas veces se ausentó de ese perímetro que delimitan los grandes ríos que alimentan al gran Río de la Plata. Por ejemplo: "Sí, sí/ el verde y el celeste, revelados/ que tiemblan hacia las diez porque se van,/ y en la media tarde se deshacen o se pierden/ en su misma agua fragilísima...".
Nacer y morir Entre Ríos
En esa provincia argentina llamada Entre Ríos, casi todos los recorridos fluviales que desembocan en el río Paraná han conservado sus nombres indígenas: Nogoyá, Gualeguay, Villaguay, Ñancay, Gualeguaychú, Mocoretá y Guayquiraró... Juanele fue juez de paz en su provincia, y, por su oficio, él mismo discurría entre ciudades, como esos ríos originarios, en los que a veces aparecen islotes efímeros.
Juanele terminó viviendo en la capital de Entre Ríos, llamada Paraná, como la gran corriente líquida -de 4.888 kilómetros de largo- que le da contorno, por el Oeste. Desde las ventanas de su casa, este humilde poeta de culto veía el segundo río más largo de América (después del Amazonas) en uno de los tramos más anchos, llamado Paraje Grande, según relata el propio Saer. Mientras, en la otra orilla, a esa altura, se levanta Santa Fe, otra importante ciudad argentina que, desde hace medio siglo, se conecta con Paraná por un túnel subfluvial de tres kilómetros.
Frontera fluvial entre Paraguay, Argentina y Brasil, formada por los ríos Iguazú y Paraná.
Saer vivía en Francia, pero era santafesino, y visitaba a su admirado Juanele en aquella casa desde la que se veía el río que los unía, el Paraná. En su opinión, el rasgo sobresaliente del poeta era la bondad, en tanto que su única excentricidad era lo fino, lo miniaturesco y alargado de todo cuanto poseía, incluida la letra manuscrita, o los galgos que le acompañaban. Todo lo demás era río. En palabras de Juan José Saer: "El paisaje fluvial es tal vez el elemento más importante, en primer lugar, en su aspecto geográfico, porque a lo largo de sus poemas aparecen nombrados todos los ríos de la región, con sus particularidades, sus recorridos, sus tamaños; cuando digo todos quiero significar, casi sin exageración, hasta el más ignoto y tenue hilo de agua".
Pero, además de lo geográfico, Saer apunta que Juanele "desmenuza" lo histórico y social de esos cauces, incluso "sus componentes más íntimos, más inesperados y más fugaces". Se refiere el escritor a los versos sobre el paso de las estaciones, las horas del día, los colores, las crecidas, la fauna, la flora, el vínculo con la tierra o el cielo que los circundan, que también permeaban las formas del poema, su sintaxis y su ritmo, quizá hasta la tipografía, la distribución en la página.
La selva y las flores inesperadas del Paraná
Hace pocos meses, apareció en Argentina otro libro dedicado a Juanele, llamado La casa de los pájaros, y editado por la Universidad del Litoral (que también ha publicado sus obras completas). Según su autor, Mario Nosotti, "no se ha estudiado hasta qué punto el ambiente que Ortiz vivió desde niño hasta casi adolescente en Villaguay influenció su percepción del mundo". El paisaje en el que el poeta residió desde sus tres años hasta la adolescencia fue el monte subtropical profundo -de hecho, la zona se conocía como la Selva de Montiel- , de una biodiversidad exuberante y, a la vez, una diversidad demográfica que incluía a los nativos y a algunas colonias de pobladores judíos centroeuropeos que se instalaron en la región. De ahí surgen algunos extravagantes personajes que se cuelan entre las ramas más frondosas del sauce que el poeta traza en palabras.
Juan L. Ortiz empezó a imprimir y distribuir sus versos por su cuenta, hasta que, en una estancia en Buenos Aires, pudo publicar su primer poemario, en 1933, al que le siguieron una decena de obras, hasta 1970. En él habían influido tanto el modernismo europeo como las corrientes orientales donde lo fluido es una tradición palpable, a la manera del haiku japonés. Admiraba la literatura francesa (Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé) y llegó a traducir a sus preferidos; también a algunos poetas chinos.
Zona selvática junto al río Paraná en la provincia argentina de Misiones.
En uno de sus poemas, La noche en el arroyo, Juanele logra fundirse en las letras del agua: "Infinito, noviembre, tiembla, tiembla en el agua/ ¿escucháis la voz de la noche?/ ¿de qué es la voz de la noche?/ ¿es de agua o es de flor?/ Es de flor y de agua a la vez./ Hagamos un silencio como el de las orillas oscuras/ para escuchar esta voz innumerable y tenue./ Seamos vagas orillas de silencio inclinado/ o los oídos de la misma noche/ ¿abiertos a qué hálito de flor y de agua juntos?
La coda de este tributo podría ser un último poema de Juanele, de título Fui al río: "Fui al río, y lo sentía/ cerca de mí, enfrente de mí./ Las ramas tenían voces/ que no llegaban hasta mí./ La corriente decía/ cosas que no entendía./ Me angustiaba casi./ Quería comprenderlo,/ sentir qué decía el cielo vago y pálido en él/ con sus primeras sílabas alargadas, pero no podía./ Regresaba/ ¿Era yo el que regresaba?/ en la angustia vaga/ de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas./ De pronto sentí el río en mí,/ corría en mí/ con sus orillas trémulas de señas,/ con sus hondos reflejos apenas estrellados./ Corría el río en mí con sus ramajes./ Era yo un río en el anochecer,/ y suspiraban en mí los árboles,/ y el sendero y las hierbas se apagaban en mí./ ¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!"