Reconocimiento
Homenajes en vida: bautizaron al estadio de fútbol con el nombre de un tambero
Un tambero de Aranguren, que adoptó el oficio de su padre, supo combinar su trabajo con su pasión por el fútbol. Para homenajearlo, y agradecerle lo hecho por el club, decidieron que el estadio lleve su nombre. La historia.
Nelson Heffel aprendió los oficios rurales en la chacra de su padre, de solo 5 hectáreas en la zona de Villa Aranguren (departamento Nogoyá). Tenían un modesto tambo y criaban unos 200 pollos parrilleros. Eran cuatro hermanos, que se fueron yendo de la casa paterna, a trabajar a otros campos, hasta que sólo quedó él junto a sus padres.
“Con mi padre nos levantábamos a las 4 de la mañana para ordeñar unas 12 vacas, lloviera o tronara. Aún sigo con esa responsabilidad. Recuerdo cuando juntos, preparábamos la tierra para sembrar alfalfa”, cuenta. Corría la década de 1980 y Nelson recuerda que con un emprendimiento de ese tamaño, su padre podía mantener a su familia.
“A mí me dio por ir a estudiar veterinaria a Esperanza, en Santa Fe, porque me gustaban los animales y era lo más cercano que teníamos. Pero a los 6 meses me volví porque me aburría con tanta teoría. Lo que me gustaba, y en eso tenía facilidad, era la matemática. Mis padres me pidieron que no abandonara el estudio, pero yo me volví a casa y salí a buscar trabajo. Era el año 1988 cuando me llamaron de la Cooperativa Agrícola Ganadera y de Servicios Públicos Aranguren Limitada. De octubre a mayo me pusieron a hacer monitoreo de soja. Después me pasaron a manejar una fumigadora. Pero en 1991 quedó vacante un puesto en la administración y hasta hoy estoy a cargo de la compra y venta de insumos”, contó Nelson al sitio Bichos de campo.
Invirtió en un tambo familiar: “El Negro”
Nelson se casó y se fue a vivir al pueblo, pero nunca abandonó la actividad en su chacra familiar junto a su padre. Pero un día dejaron de comprarles la leche porque no tenían enfriadora. Su padre ya tenía 70 años y no le interesaba invertir. Nelson fue siempre muy medido, ahorró y decidió invertir en su tambo familiar, que había quedado a su cargo. En 2003 vendió la chacra de su padre y compró 11 hectáreas pegadas a Aranguren. Luego compró 17 más, completando 28.
Allí armó un tambo eléctrico, que empezó con 11 vacas. Hoy lleva 11 años comprando toros de raza Pardo-Suizo para hacer cruza con las Holando. El primero toro que compró a la Escuela Agrotécnica Las Delicias, de Paraná, fue a competir a Palermo. Las vacas ya son casi totalmente Pardo-Suizo, que son más chicas que las Holando. Su leche es más “gorda”. La Holando tiene un 3,5% a 4% de grasa y la Pardo-Suizo tiene un 6%. Además los novillos Holando son huesudos, y los Pardo son más carnosos.
Hoy Nelson tiene 22 vacas en ordeñe, pero en total tiene unos 150 animales. Unos 70 de cría, 40 novillitos y 30 terneros. Además tiene 8 cerdas de cría y unos caballos.
Nelson se casó y tiene tres hijos. Al mayor, Damián, le mejoró la casa del casero del campo para vivir mientras trabaja de encargado del depósito de insumos en la cooperativa. Carolina es maestra y vive en la misma chacra con su marido, Francisco, quien es el encargado del tambo y ordeña todas las mañanas junto a Nelson, unos 350 litros por día.
Ellos venden la leche fluída en tachos de aluminio. Con la leche que sobra, su hija Martina, comenzó a hacer quesos saborizados y un sardo. Su esposa María del Carmen comenzó a hacer dulce de leche y venden todo. Ella aclara que no le pone esencia de vainilla sino sólo bicarbonato y azúcar.
Es gracioso que la chacra se llama El Negro, siendo que Nelson es un gringo bien rubio de ascendencia alemana, pero de aquellos que llegaron desde Rusia.
Su pasión por el fútbol
Y como si fuera que Nelson hubiese tenido poca actividad a lo largo de su vida, le nació otra pasión que le llevaría varias horas de sus noches, pero le traería muchas satisfacciones: el fútbol. Resulta que su hijo jugaba este deporte en el Club Deportivo y Cultural Aranguren, creado en 1961.
Era un modesto club con un campito de 4 hectáreas, sin pasto, sólo con gramilla, cercado para las jineteadas que se hacían en el festival anual. Mejor dicho, las hicieron durante 25 años hasta 2015, que pasó un tornado en plena fiesta, derribando una torre de iluminación, la cual explotó al chocar contra el suelo. Milagrosamente no hubo víctimas, pero fue tal el susto, que a partir de ese hecho espantoso, el campito quedó sólo para el futbol.