HOY POR HOY
Un remedio tradicional al Consejo
Ante la sorpresiva determinación del Estado provincial que pretende desalojar de su casa a la Asociación Tradicionalista Entrerriana De La Bajada.
El Estado provincial le cedió a la Asociación Tradicionalista Entrerriana De La Bajada en 1990 una antigua casona en calle Alem, de Paraná, que los amantes de la cultura mejoraron con esfuerzo propio, y tanto el decreto como el protocolo del traspaso dicen que el comodato continuará “mientras dure su vigencia como institución”.
Pese a eso, el Consejo General de Educación emitió una resolución en enero de 2022 que ordena la restitución de la casa, y pretende desalojar a los cultores de su lugar, con la excusa de que lo necesita para instituciones escolares y oficinas del organismo. El revuelo es mayúsculo en el mundo artístico de la provincia en estas horas. Nadie encuentra sentido a esta avanzada de los funcionarios.
La Asociación Tradicionalista es una de las organizaciones populares de mayor presencia en la vida cultural del litoral en este medio siglo. Sus aportes no se miden en cantidad sino en honduras, con una continuidad en el esfuerzo y en el amor a las artes nativas que nos lleva, y aquí más que nunca, a sacarnos el sombrero.
Como si su administración no requiriera esfuerzos siempre insuficientes, en estos días sus directivos se ven en la necesidad de resistir, ante tamaña sorpresa. Según la resolución, cerrarán una casa cultural para abrir una administración educativa, o algún aula, algo comparable a clausurar una fuente y esperar que por la manguera salga agua.
Hemos aprendido mucho de los fundadores de esta casa, una y otra vez, en distintos encuentros y no vamos a dar nombres, pero salta a la vista que fueron las y los amantes de nuestras letras, nuestros ritmos, nuestras danzas nativas, quienes se reunieron en una rueda de mate para organizarse, con el noble propósito de cultivar y difundir esas artes. Y es lo que han hecho en estas décadas, damos fe.
Hace apenas un mes tuvimos oportunidad de visitar el Pucará de Tilcara y tomamos fotografías de la placa que rinde homenaje al padre del folklore, Juan Bautista Ambrosetti, con cuna en Gualeguay, plantada por esta Asociación. Un ejemplo de tantas actuaciones dentro y fuera del territorio provincial. Qué guitarra, qué voz, qué acordeón, qué poema, no se sintió como en casa en esa ranchada de la calle Alem. Cuántas manifestaciones artísticas en ebullición, allí, y sin necesidad de agradecimientos forzados. Cuánto ha dado, y cuánto tiene para dar esta entidad que, por la fuerza del talento y la seriedad de sus impulsores, logró hacerse de un techo, y sigue siendo un fogón siempre encendido.
Allí Atahualpa Yupanqui, allí Miguel Martínez, Allí Suma Paz, allí Olga Fernández Latour de Bottas, allí Pepe Pirro, y allí decenas y decenas de artistas de todas las disciplinas, y estudiosos de nuestro acervo cultural. ¿No es hora de que la entrerrianía le rinda un reconocimiento a estos cultores, en vez de ladearlos como chiripá?
La tradición es honda, se pierde en el fondo de los tiempos, y el folklore suele crear el ambiente propicio. De eso se trata. Quienes han pasado por esa ranchada saben de sus aportes. Aquellos que ya no están merecen esta distinción como fogoneros permanentes, porque hemos visto en ellas, en ellos, a artistas de primera línea no siempre visibilizados, y hemos escuchado a estudiosos de estas artes que nos pasean por la historia, la música, las luchas, los saberes, la literatura, las coreografías, sin estancarse en compartimentos.
Por dar un solo nombre: ¿qué fue a hacer un bioquímico como Domingo Nanni a ese encuentro, sino a brindar lo mejor de sí para que las distintas manifestaciones culturales encontraran un clima adecuado?
La modernidad occidental, que se lleva a las patadas con nuestras más hondas tradiciones, tiene el vicio de la división. La educación por un lado, la cultura por otro: un despropósito naturalizado. Otro vicio: atribuir a la burocracia del Estado funciones que la comunidad despliega con habilidades notables y gran desinterés personal o sectorial, y hacerlo al punto de desactivar a las comunidades permanentes para florear a algún funcionariado pasajero.
Alguien dividió áreas en el Estado para abordar algunos asuntos por separado, y algunas personas creen entonces que se trata de cosas separadas. Desde esa confusión podemos comprender, quizá, la idea de quitarle una casa a la cultura. Apenas volvamos todos al fogón, apenas volvamos a la rueda de mate, veremos que la cosa se aclara y recordaremos este momento de zozobra para nuestras y nuestros artistas como un traspié nomás. Las tradiciones del mate y el fogón son el remedio, y felizmente hay agrupaciones que las preservan.