Pbro. Jorge H. Leiva
Aprender de las semillas
Hace casi dos mil años apareció en tierras de Galilea el profeta de la libertad. Su predicación, avalada por sus gestos, tenían como centro lo que Él llamaba “el Reino de Dios o de los cielos”; de un Dios a quien Él llamaba “Padre” con atrevimiento.
El Reino que predicaba no tenía nada que ver con la prepotencia del imperio Romano, ni con esa especie de virreinato que gobernaba Herodes Antipas en Galilea, ni con las elites de las aristocracias sacerdotales de Jerusalén.
El Reino de Jesús se iba gestando donde había buenas noticias para los pobres, donde las mujeres maltratadas por el machismo comenzaban a sentirse dignas, donde los niños eran bien tratados para que comenzaran a romper ese círculo infernal de las castas.
El Reino se iba gestando donde la ley estaba al servicio del hombre y no era manipulada por nadie para legitimar sentimientos de casta. El Reino no es de quienes por creerse “puros” ninguneaban al vecino: es de los humildes, de los pobres de espíritu.
El Reino se iba gestando donde el reproche amargo al pecador se transformaba en gesto de ternura que convertía corazones con la fuerza del amor y no de la dura y fría ley.
Pero el Reino que predicaba aquel Profeta no era para personas con un excesivo deseo de protagonismo, para activistas voluntaristas: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga”.
Ese Reino tampoco es para personas con delirio de grandeza o con impaciencias: “…es como un grano de mostaza. Cuando se la siembra es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, una vez sembrada crece y llega a ser la más grande de todas”.
En el mundo pos moderno de los emprendedores exitosos, de las satisfacciones inmediatas, de los imperios del consumo y la moda donde los ciudadanos dejan de ser habitantes y pasan a ser meros consumidores de un gran hipermercado que deja afuera a multitudes, es necesario volver a escuchar la voz del Nazareno con el Espíritu que sopla en su Cuerpo.
Es necesario buscar y recibir la paciencia, la perseverancia (vivimos entre los “vínculos líquidos”) y reconocer que no todo se conquista y que al final “todo es don” porque “la semilla crece por sí sola”.
“Felices los pacientes” había dicho el Profeta. Cuando la humanidad del siglo XXI perdió la paciencia para esperar los tiempos de las semillas se privó de la verdadera alegría. Entonces nació la ansiedad que es querer adelantar el futuro. La propaganda nos grita: “llame ya”, “pare de sufrir”, “aprenda otro idioma en 3 días”…cuando el grito de la propaganda no nos permite dilatar la satisfacción en función de los amores más altos, se multiplicó la claudicación, y los ansiolíticos.
Se claudica ante el embarazo no esperado por medio del aborto, se claudica ante el dolor por medio de las adicciones, se claudica a las dificultades de la educación de los jóvenes en sus dimensiones psico-afectivo-sexuales con los anovulatorios, se claudica ante la injusticia y se abandona la militancia política, se claudica ante el “silencio de Dios” y se deja de rezar.
Cuando –por ejemplo- la llamada “generación del ’80” soñó alfabetización para todos los argentinos sabía lo que soñaba. Pero recién 80 años después se alcanzó el objetivo. Fue necesario tenerle paciencia a esa semilla de mostaza, fue necesario creer que la semilla iba a crecer sin que el sembrador se diera cuenta inmediatamente.
Hay que volver a sembrar y esperar con paciencia: El Espíritu dará fertilidad.
¡Buen domingo!