Se dice hoy en día que los saberes a largo plazo sólo se logran cuando la persona descansa.
Calma el corazón
Es decir, que el sueño profundo y continuo garantiza la estabilidad de los conocimientos que se necesitan para el tiempo prolongado, para el tiempo en que se pueden gestar -por tanto- las grandes personalidades, las grandes culturas, las grandes civilizaciones.
Hace más de cinco mil años los sumerios, cuando idearon la noción de imperio, crearon también el sábado, el descanso semanal que garantiza a las personas en medio de su comunidad la posibilidad de grabar en su memoria las grandes tradiciones, los grandes saberes que daban sentido a toda la existencia personal y comunitaria. Esta civilización llamaba al sábado “sa bot”, que quiere decir –bellamente- “calma el corazón”. Gracias a la estudiosidad, pero también al descanso, las sucesivas generaciones podían ir acumulando la sabiduría que daba origen al vínculo con la Trascendencia, con el pueblo y los pueblos y con toda la creación. Gracias al descanso semanal “calmaban el corazón”, porque la crispación, la indignación y la ira no son fuentes de buenos pensamientos, de sabidurías que garanticen la existencia de un pueblo en el largo plazo.
De generación en generación, los sabios enseñaban cómo orientarse con las estrellas en el desierto, cómo optimizar el agua, cómo organizar la sociedad, cómo desarrollar los grandes rituales mítico-simbólicos que daban unidad a la cultura de un pueblo. Para eso, los jóvenes necesitaban escuchar mucho todo lo que los mayores enseñaban. Escuchar… y luego descansar para que lo escuchado se grabe en el alma y en la calma del corazón.
En la actualidad, a los tiranos de turno no les gusta que sus súbditos descansen: no quieren que tengan tiempo para guardar el saber. Porque el saber da un poder que no conviene compartir. Por lo contrario, la tradición israelita tenía la bella costumbre del descaso sabático. En tiempo de Jesús ese descanso era la admiración de los romanos. Dios había descasado el séptimo día, por lo tanto, su pueblo debía descansar. Los ciudadanos habían sido liberados de la esclavitud de Egipto: debían descansar de sus fatigas para no olvidar su condición de pueblo libre y debían hacer descansar a sus servidores, a sus esclavos e incluso a sus animales de trabajo. De la misma manera, Jesús de Nazaret descansaba con la Sagrada familia los sábados e iba a la sinagoga. Pero fue profundamente crítico del modo como se practicaba esa ley, ya que los legalistas de turno se habían olvidado de que la ley está al servicio de la dignidad humana. Algunos lo criticaban porque hacía curaciones el sábado, lo acusaban de trabajar durante el día de reposo. Con cierto sentido del humor, Él respondía: “Hipócritas, ¿no desata cada uno de ustedes su buey o su asno del pesebre en día sábado y lo lleva a beber?” (Lc 13,15).
En la agitada ciudad pos-moderna (en las megalópolis o en la ciudad-aldea como la de Gualeguay), en este tiempo de pos modernidad, el concepto de día de la “calma el corazón” de los antiguos sumerios, el día de reposo de los israelitas o el día del Resucitado de los cristianos ha devenido en el vago término de “fin de semana”. El rito del fin de semana no tiene “relato” como el relato de la salida de Egipto o el de la resurrección de “Un Hijo de Dios”, ni tiene el viejo anhelo sumerio de la “calma el corazón”. Lo que podía ser calma del corazón lo transforma en breves momentos de sucesivo aturdimiento (como el de la plaza Constitución en el sábado por la noche) y de evasión. Mientras que el sábado judío y el domingo cristiano está “pensado” para el “encuentro”; el fin de semana está “digitado” para el consumo, el que a la larga degenera en aburrimiento: el que en vez de generar “encuentros” produce monólogos alternados…cada vez más agresivos y menos capaces de generar una sabia memoria a largo plazo con “calma del corazón”.