Pbro. Jorge H. Leiva
Cuaresma, la lucha y la verdadera esperanza
Muchas veces, como cristianos, nos preguntamos: ¿Por qué Jesús fue tentado y venció la tentación? Y la respuesta está en que Él fue un hombre libre, no se dejó coaccionar por el demonio y por los déspotas de turno, es decir, no aceptó la presión ejercida ni por las autoridades de su pueblo en su tiempo, ni por la poderosa familia de los Herodes, ni por la ocupación de los romanos. Y tan así fue que vivir su libertad le costó la vida: ese fue el precio de su libertad adherida a la verdadera esperanza
Sin embargo, el Profeta de Nazaret que no fue insensible al dolor, ya que padeció el precio de la incomprensión de las autoridades del pueblo al que tanto amaba, conoció además la lucha para aprender la libre obediencia.
Pero, ¿fue libre o esclavo de la ley de un Padre opresor? ¿Se puede ser libre y obediente a la vez? ¿No será que la obediencia nos vuelve esclavos y que, por lo tanto, nos destruye? ¿Puede haber verdadera esperanza mientras alguien tenga que obedecer?
Un sabio cardenal franciscano Reniero Cantalamessa suele decir lo siguiente haciendo memoria de Ulises, personaje de la mitología de los antiguos griegos: “Nos ligamos por el mismo motivo por el que Ulises se ató al mástil de la nave. Ulises quería a toda costa volver a ver su patria y a su esposa, a quien amaba. Sabía que tenía que pasar por el lugar de las Sirenas, y temiendo naufragar como tantos otros antes que él, se hizo amarrar al mástil después de haber hecho tapar los oídos de sus compañeros. Llegado al lugar de las Sirenas fue seducido, quería alcanzarlas y gritaba para que le soltaran, pero los marinos no oían, y así superó el peligro y pudo llegar a la meta”. Mientras Ulises estuvo atado, ¿perdió su libertad? De ninguna manera, fue más libre porque estaba ligado a sus compromisos con su amada Penélope.
Para nosotros, nuestro Ulises, llamado Jesús, se dejó atar no a un mástil, sino al madero de la cruz, porque Él estaba totalmente ligado al Padre y a su Esposa, que es la Iglesia. El demonio lo seducía para que no pusiera su esperanza en el humilde servicio, sino en la lógica de la ilusión del poder despótico; de la violencia que Él mismo había experimentado y padecido junto con sus pobres paisanos de Galilea.
Recemos para que, durante este tiempo de la cuaresma del año santo, en que recordamos y actualizamos el misterio del “Hijo atado al madero” (como Ulises atado al mástil), nos ayude a ligarnos (religarnos) a nuestros mejores compromisos para tener la libertad de amar, y contribuya también a que, de ese modo, sepamos tomar distancia de las sirenas tentadoras que, con su bello canto, nos quieren seducir para alejarnos de la verdadera esperanza. Y recordemos que vale la pena padecer por amor para experimentar y dar a conocer la alegría del amor entregado hasta el extremo. Ese es el maravilloso precio de la libertad, es la certeza de la esperanza que no defrauda.
Vale la pena luchar en el desierto como Jesús para ligarnos a la esperanza que no defrauda como Ulises de regreso a su hogar.