Jorge Eduardo Lozano
Cuerpo y Sangre de Cristo 2024
Una cena exclusiva entre amigos especiales. Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Despedirse sin partir. Inventar una nueva manera de quedarse. Estar cerca, muy cerca. Se encuentran los amigos más íntimos a Jesús, que habían pasado tres años recorriendo pueblos, predicando, sanando, siendo testigos de las maravillas de Dios, de los gestos de ternura que provocan fascinación. Ellos estaban cayendo en la cuenta de la gravedad de la hora; unos más que otros. Y no faltó el traidor que quiso sacar tajada.
Era la cena que evocaba en Israel el momento de la liberación de la esclavitud de Egipto, la Pascua. Por eso comían recostados en almohadones, como hombres libres.
Hoy celebramos una de las fiestas más importantes y significativas de nuestra fe: la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, también conocida como Corpus Christi. Esta solemnidad nos invita a reflexionar profundamente sobre el misterio de la Eucaristía, en la que Cristo se hace presente de una manera real y tangible en medio de nosotros.
En el Evangelio de hoy, recordamos el momento en el que Jesús, durante la Última Cena con sus discípulos, tomó el pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Tomen y coman; esto es mi Cuerpo". Luego, tomó el cáliz con vino y, dando gracias nuevamente, se lo entregó a ellos diciendo: "Beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la alianza, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados". Con estas palabras, Jesús instituye la Eucaristía, un sacramento que es a la vez misterio de fe y fuente de gracia. Así, Jesús no solo compartió una comida con sus amigos, sino que estableció una nueva forma de su presencia entre nosotros, una comunión de amor que trasciende el tiempo y el espacio.
De este modo el Maestro anticipa lo que está por suceder en la Cruz, un acto de amor supremo. Se entrega completamente a nosotros, no solo en espíritu, sino también en cuerpo. Jesús se hace comida, se hace pan y vino, para que podamos alimentarnos de Él y recibir su vida divina. Este es un misterio profundo que la Iglesia ha venerado y celebrado durante siglos, reconociendo en la Eucaristía la presencia real de Cristo, su sacrificio y su amor por cada uno de nosotros. Hacemos memoria y actualizamos su entrega.
La Eucaristía es comunión de amor. Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no solo nos adherimos más íntimamente a Él, sino que también nos unimos más profundamente a nuestros hermanos y hermanas en la fe. La comunión eucarística nos transforma, nos fortalece y nos llama a vivir en el amor, siguiendo el ejemplo de Jesús. Nos hace comunidad.
En cada Misa, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de consagración, el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este milagro, conocido como transubstanciación, es algo totalmente nuevo y único. Es una manifestación del amor infinito de Dios, que quiere estar cerca de nosotros, acompañarnos y sostenernos en nuestro caminar diario.
Jesús se entrega por amor a toda la humanidad y a cada persona en particular. Su sacrificio en la cruz y su presencia en la Eucaristía son la prueba de su amor incondicional. Nos invita a abrirle el corazón, a recibirlo con fe y devoción, y a dejar que su amor transforme nuestras vidas.
La procesión del Corpus Christi, una tradición en muchas comunidades, es una manifestación pública de nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Al caminar juntos, llevamos a Jesús por nuestras calles y plazas, proclamando su amor y su deseo de paz a todo el mundo.
Que en esta fiesta del Corpus Christi renovemos nuestro compromiso de vivir en comunión con Cristo y con nuestros hermanos. Que sea impulso para compartir con los más necesitados.
El fin de semana próximo realizaremos en todas las misas la Colecta anual de Caritas, con el lema “Tu solidaridad es esperanza”. Nos recuerda Francisco que en la misión de la Iglesia “hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 197). “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos” (EG 198). Como expresaba San Juan Pablo II, sin la opción por los pobres “el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en un mar de palabras” (NMI 50).
Desde el X Congreso Eucarístico Nacional, rezamos cantando “no es posible morirse de hambre en la patria bendita del pan”. Así sea.