Razón crítica
El debate sobre la educación y la salud pública: entre la ventana de Overton y el espiral del silencio
En el contexto político y social actual, temas que antes parecían intocables ahora están en el centro del debate público. Uno de los más controversiales es la posibilidad de cerrar o privatizar instituciones públicas de educación y salud.
En tiempos recientes, esta idea ha pasado de ser considerada un tabú a una propuesta discutida en ciertos sectores, generando una reacción que va desde el escepticismo hasta el apoyo explícito. Sin embargo, el verdadero desafío no debería centrarse en si es “viable” cerrarlas, sino en debatir cómo mejorarlas y fortalecerlas, dado su papel fundamental en el bienestar social.
Para entender cómo hemos llegado a esta situación, es pertinente analizar dos teorías que nos ayudan a desentrañar las dinámicas de la opinión pública: la ventana de Overton y la teoría del espiral del silencio. Estas teorías no solo explican cómo una idea que en su momento parecía impensable se convierte en parte del debate público, sino también cómo el silencio o la inhibición de opiniones contrarias a dicha idea puede modificar la percepción colectiva.
La ventana de Overton: la progresión de lo impensable a lo aceptable.
La ventana de Overton, una teoría desarrollada por el politólogo estadounidense Joseph P. Overton, explica cómo las ideas políticas o sociales se desplazan de lo impensable a lo aceptable, e incluso a lo popular, en un determinado momento histórico. En el caso de las instituciones públicas de educación y salud, lo que hace algunos años hubiera sido considerado un acto de radicalismo extremo —la idea de cerrar escuelas u hospitales— hoy ha ingresado en el debate público como una opción legítima para ciertos sectores.
Este fenómeno no surge de la nada. Los defensores de estas propuestas han sabido expandir la ventana de Overton gradualmente. En un principio, se presentaba como una idea que rompía el consenso social, pero al ir ganando presencia en ciertos círculos políticos y mediáticos, esta posición se fue normalizando. Los argumentos que antes sonaban irracionales, ahora encuentran eco en sectores que ven en la clausura o la privatización una respuesta a las crisis estructurales del sistema público.
Lo alarmante es que, a medida que esta idea se vuelve más aceptable en el discurso político, se diluyen otras perspectivas que abogan por una mejora y una reforma integral de las instituciones. Se pierde el enfoque en la necesidad de inyectar recursos, optimizar la gestión y defender el acceso universal a derechos básicos como la salud y la educación.
El espiral del silencio: el miedo a disentir.
A la par de este fenómeno, la teoría del espiral del silencio, formulada por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, ayuda a entender cómo la opinión pública se construye en torno al miedo al aislamiento. Según esta teoría, las personas tienden a reprimir sus opiniones cuando creen que estas no coinciden con la percepción mayoritaria o dominante. Esto sucede porque temen ser marginadas o rechazadas por la sociedad, lo que provoca un “espiral” en el que cada vez menos personas se atreven a expresar su disidencia.
En el caso del debate sobre el cierre de instituciones públicas de educación y salud, este espiral del silencio también juega un rol importante. A medida que más actores comienzan a hablar abiertamente sobre la privatización o el desmantelamiento de estas instituciones, aquellos que se oponen a estas medidas pueden sentir que su posición es minoritaria o incluso anticuada. Este efecto se ve amplificado por los medios de comunicación.
La consecuencia es que voces que abogan por la defensa y mejora de las instituciones públicas corren el riesgo de quedar marginadas. Aquellos que argumentan que la educación y la salud deben mantenerse como derechos universales, garantizados por el Estado, son percibidos como “utópicos” o fuera de sintonía con los tiempos, incluso pueden ser etiquetados como cínicos o hipócritas. El debate queda entonces atrapado entre la resignación y la aceptación de un horizonte donde lo público se ve como ineficiente y obsoleto.
Un giro en Argentina: la defensa de lo público rompe el espiral del silencio.
En este contexto, es alentador observar que en Argentina, en los últimos días, se ha logrado quebrar este espiral del silencio en torno a la defensa de las instituciones públicas de educación y salud. La movilización ciudadana y la creciente manifestación de apoyo a estos sectores esenciales han dejado en claro que la idea de cerrar o privatizar no es una opción aceptable para una gran parte de la sociedad. Pese a la insistencia política consagrada en el Congreso, socialmente el debate ha cambiado de rumbo: en lugar de centrarse en la viabilidad de cerrar escuelas y hospitales, la discusión se ha volcado hacia cómo mejorarlos y garantizar su accesibilidad para todos los ciudadanos.
Este proceso ha demostrado que es posible sobreponerse a la ventana de Overton cuando la sociedad se organiza y toma conciencia de la importancia de defender sus derechos. La educación y la salud públicas, lejos de ser vistas como instituciones obsoletas, han sido reivindicadas como pilares fundamentales de una sociedad justa y equitativa. La ruptura del espiral del silencio ha permitido que muchas voces puedan expresarse y exigir mejoras en lugar de resignarse a la posibilidad de perder estos derechos.
El verdadero debate: mejorar, no cerrar.
El problema con este debate público que propone el oficialismo es que se evita discutir las verdaderas soluciones. Plantear el cierre o la privatización de escuelas y hospitales como una opción viable es, en última instancia, una simplificación de problemas mucho más complejos. Los desafíos que enfrentan las instituciones públicas en términos de gestión, recursos y accesibilidad no se solucionan cerrando puertas o entregando la administración a manos privadas.
En lugar de esto, el debate debería girar en torno a cómo fortalecer y mejorar estas instituciones para que cumplan con su función social. Es evidente que el sistema público tiene fallas, pero estas no son inherentes al concepto de lo público, sino el resultado de años de subfinanciamiento, mala gestión y, en muchos casos, una falta de compromiso político para garantizar la calidad en estos servicios.
En este sentido, la educación y la salud pública no deben verse como un lastre que es mejor eliminar, sino como un pilar fundamental para el desarrollo de una sociedad equitativa y justa. La pregunta no es si debemos cerrar o privatizar instituciones públicas, sino cómo podemos reformarlos, dotarlos de los recursos necesarios y mejorar su gestión para que puedan responder a las necesidades de la población.
El hecho de que hoy sea factible debatir sobre el cierre de estas mencionadas instituciones de educación y salud no es un reflejo de que estas ideas sean más sensatas, sino del éxito de un proceso de transformación discursiva explicado por la ventana de Overton. Al mismo tiempo, el espiral del silencio explica cómo quienes abogan por la defensa de estas instituciones pueden quedar acallados, atrapados en la sensación de que su posición es minoritaria, anticuada o cínica.
Sin embargo, afortunadamente en Argentina, en los últimos días, se ha logrado quebrar este espiral del silencio. La defensa de la educación y la salud pública ha sobrepasado la ventana de Overton, reafirmando su lugar central en la vida del país. Ahora, el verdadero reto no es debatir la viabilidad del cierre de estas instituciones, sino cómo mejorarlas, porque la existencia de la educación y salud pública, accesibles y de calidad, es una cuestión de justicia que no debe verse comprometida por discursos que promueven la privatización o la clausura como única solución.
Julián Lazo Stegeman