Pbro. Jorge H. Leiva
El padre y el proyecto a largo plazo
El año nuevo en Gualeguay comenzó, como siempre, con esperanza, pero también con una angustia profunda: la muerte de un hombre joven en manos de un grupo de muchachos violentos.
El hecho ha sido tan traumático que quizá muchos no quieren ni pensarlo o tienden a reaccionar con recetas prontas y simplistas. Luego sucedió que, durante las dos primeras semanas de enero, por televisión se replicaban los hechos violentos de muchachos agrediéndose entre ellos en “la noche” del verano. Frente a todo esto, tengamos en primer lugar una mirada de compasión, de empatía para quienes lloran la muerte de sus seres queridos en semejantes circunstancias. Por otro lado, dicen los que saben que la violencia entre los adolescentes varones, según las estadísticas, en muchos países, está fuera de control.
Un pensador italiano llamado Luiggi Zoja afirma que vivimos en una sociedad “Menos patriarcal, pero más machista. Creo que, en todo Occidente, efectivamente, se tiró abajo al patriarcado. Pero al hacerlo se tiró el agua sucia con el niño dentro…” ¿Qué quiere decir esto? Parece ser que la sociedad de nuestro tiempo ha luchado contra el machismo (y con razón porque la violencia contra la mujer en el ámbito íntimo es otro escándalo), pero se ha debilitado la figura paterna. Según este pensador, la presencia del padre es la que más da la conciencia del límite y la percepción del largo plazo. Por supuesto que hay en todos los pueblos sabias mujeres que ponen límites, miran y enseñan a mirar a largo plazo, pero es posible que el varón-padre logre con más naturalidad esa misión. Agrega bellamente don Luiggi Zoja: “El padre era tradicionalmente la metáfora principal de los compromisos a largo plazo”. De esta manera, por ejemplo, el Pueblo de Israel lleva el nombre de uno de sus padres, nieto de Abraham, para que sus miembros no pierdan la conciencia comunitaria que se extiende de generación en generación. Desde niños todos nosotros hemos crecido mirando la figura de San Martín como padre de la patria, no porque estuviéramos señalando la primacía del varón sobre la mujer, sino porque en él nos reuníamos de alguna manera en el proyecto comunitario grande, que es el ideal de la construcción de una patria. Es probable que muchos de nuestros jóvenes violentos (que dejan de ser comunidad para ser una horda, una manada, como se dice hoy en día) no tengan contacto con sus papás. Es probable que les haya faltado el rostro de la ternura y de la firmeza masculina que desde la cabecera de la mesa familiar con solo mirar aprueba o desaprueba los actos, generando así convicciones indelebles de lo que está bien o mal. Dije “nuestros jóvenes” porque son los mismos chicos que no hace mucho pasaron por nuestras familias, nuestras escuelas, nuestras parroquias, nuestros clubes, nuestras calles y plazas. En medio de las invasiones de las hordas, más peligrosas que la del Covid porque no tienen vacuna ni posible fecha de finalización, cada uno tendrá que poner un gesto con la firmeza del roble y la ternura de la rosa para dar a nuestros muchachos algo de la paternidad que los restituya en el proyecto a largo plazo de vivir y amar.
Para los que creemos en Jesús de Nazaret, su ejemplo nos educa en la confianza en el Padre que ciertamente nos limita, pero que a su vez nos concede el proyecto a largo plazo de amar. El Padre eterno es la metáfora principal de nuestras esperanzas que se prolongan en el tiempo; hasta la eternidad.