Pbro. Jorge H. Leiva
El Pastor y los pastores
Todos los años, para estos días del cuarto domingo de Pascua, los católicos rezamos por las vocaciones sacerdotales, es decir, pedimos al cielo que haya más curas: mirando al Buen Pastor pedimos que haya más pastores.
También en estos días se dio a conocer que de la lectura de los datos del Anuario Pontificio se pueden extraer algunas novedades relacionadas con la vida de la Iglesia en el mundo; entre otros datos, se sabe que a partir de 2021 se registran 16 millones más de católicos, pero 4.117 sacerdotes menos: gracias a Dios hay más hermanos que creen, por ejemplo, en la Eucaristía, la Virgen y el sacerdocio católico, pero hay menos hermanos que consagren el Pan y el Vino y que den el perdón en la confesión.
En nuestro tiempo -como dice nuestro Obispo Héctor Zordán- se hace más urgente rescatar o recrear una “cultura vocacional” que permita a nuestros jóvenes tomar decisiones vocacionales para toda la vida en el ámbito del matrimonio y la familia, del trabajo y también en el de la consagración al servicio exclusivo, como puede ser el sacerdocio católico.
Pero ¿qué entendemos por vocación? La fundación “Vocación humana” habla de la vocación en general diciendo: “Vocación Humana alude al llamado interior que todo ser humano recibe para desarrollar sus propias potencialidades. Tal llamado no se limita a la vocación profesional, aunque la incluye. Todos los seres humanos tenemos una vocación única e irrepetible que consiste en ser más nosotros mismos y que, lejos de encerrarnos en una actitud egoísta, nos compromete a la vez con nuestra esencia, con el prójimo, con el mundo y con la trascendencia”.
Aunque seamos realistas: Un pensador polaco contemporáneo advierte acerca de lo que él llama “amor líquido”. En efecto, dice la wikipedia: “Bauman explica cómo en las sociedades del capitalismo avanzado aparecen algunas tendencias que afectan a cómo se entienden las relaciones personales. La tendencia al individualismo hace ver las relaciones fuertes como un peligro para los valores de autonomía personal. A esto se une la generalización de la ideología consumista que provoca la mercantilización de varios ámbitos de la vida. En este sentido, el resto de personas empieza a verse como mercancías para satisfacer alguna necesidad, y el amor se convierte en una suerte de consumo mutuo, guiado por la racionalidad economicista, donde el ethos económico invade las relaciones personales”.
Ante esta afirmación, resulta oportuno preguntarnos, ¿son las relaciones fuertes un peligro para la autonomía personal? ¿Será que cuando más estamos comprometidos con el prójimo más libres somos al liberarnos de los antojos inmediatos de la auto referencialidad?
En medio de este panorama que parece sombrío por la falta de matrimonios estables, de sacerdotes, de políticos y financistas con compromiso con la justicia y la fraternidad tenemos este domingo la santa osadía de pedirle al dueño de la cosecha que no falten trabajadores, según la significativa consigna de Jesús de Nazareth. Tendremos también la oportunidad de renovar el noble deseo de ayudar a hacer de nuestras familias, de nuestros colegios, clubes, barrios y parroquias, lugares donde niños y jóvenes descubran el “llamado interior que todo ser humano recibe para desarrollar sus propias potencialidades” y donde oigan la misteriosa voz de Dios Trino que invita a “pasar” de los vínculos líquidos al amor sólido y sano que genera verdadera comunión y que permite la verdadera libertad.
En silencio, hagamos este pedido que nos sugiere el Obispo Zordán: “Vuelve tu mirada hacia tantos jóvenes bien dispuestos y llámalos a seguirte. Ayúdales a comprender que sólo en Ti pueden realizarse plenamente”.