Razón crítica
El peligro de la mitología en el poder público
En el vasto universo de las sociedades humanas, los mitos han jugado siempre un papel esencial, otorgando significado y cohesión a las comunidades a través de relatos que conectan lo cotidiano con lo sagrado. Sin embargo, cuando estos mitos se trasladan al ámbito político y se depositan sobre los funcionarios públicos, se corre el riesgo de distorsionar la percepción de la realidad y, en última instancia, de erosionar las bases mismas de la democracia.
Mircea Eliade, filósofo e historiador rumano, uno de los principales estudiosos del mito, nos enseña que estas narrativas no son simples ficciones, sino que actúan como puentes hacia lo trascendental, permitiendo que los seres humanos se conecten con lo sagrado y con los orígenes divinos de la existencia. Al repetir estos mitos, las sociedades buscan renovar su contacto con el tiempo primordial y con lo que consideran la verdad absoluta. No obstante, cuando el mito se instala en la política, sobre todo en la figura de un líder, esta búsqueda de lo sagrado se transforma en una peligrosa idealización que nubla el juicio crítico.
La politización del mito tiene profundas implicaciones. Según Roland Barthes, semiólogo francés, el mito en su función comunicativa naturaliza ideologías dominantes, presentándolas como evidentes y universales. Así, cuando un funcionario público es mitificado, sus decisiones y políticas pueden ser percibidas como incuestionables, disfrazadas bajo un manto de inevitabilidad y sacralidad. Este proceso es especialmente peligroso en democracias donde la crítica y la deliberación son pilares fundamentales. Convertir a un líder en una figura mítica es, en última instancia, suprimir la diversidad de opiniones y legitimar un pensamiento único.
El antropólogo, etnólogo y filósofo francés, Claude Lévi-Strauss, desde su enfoque estructuralista, argumenta que los mitos ayudan a las sociedades a organizar y comprender el mundo a través de oposiciones binarias, tales como lo bueno y lo malo, o lo justo y lo injusto. Cuando un líder es elevado al estatus de mito, la sociedad puede simplificar complejas cuestiones políticas en dicotomías reduccionistas, donde el líder encarna todo lo positivo y sus oponentes, todo lo negativo. Esta simplificación no solo polariza a la sociedad, sino que también impide un análisis más matizado y profundo de la realidad política.
Joseph Campbell, escritor, profesor y mitólogo estadounidense, quien dedicó su vida a estudiar los mitos universales que cruzan todas las culturas, sostenía que estos relatos guían a las personas a través de los desafíos de la vida y ayudan a mantener los valores y tradiciones de la sociedad. Sin embargo, cuando un líder político es percibido como un héroe mítico, la sociedad puede llegar a esperar de él soluciones mágicas a problemas complejos. Esta expectativa es no solo irrealista, sino que también conduce a la desilusión y al desencanto cuando el líder inevitablemente falla en cumplir con las sobrehumanas expectativas que se le han impuesto.
Finalmente, el médico psiquiatra suizo, Carl Jung, nos introduce en el concepto de arquetipos, esos patrones universales que se expresan a través de los mitos y que habitan en el inconsciente colectivo. Jung advierte que, aunque los mitos pueden facilitar la cohesión social y la integración personal, también pueden llevar a una regresión psicológica si se toman de manera literal o se proyectan sobre figuras humanas. En el contexto político, esta regresión puede manifestarse en la forma de un culto a la personalidad, donde el líder es visto no como un servidor público, sino como una encarnación del arquetipo del “salvador” o del “padre protector”. Este fenómeno es particularmente peligroso porque despoja a la ciudadanía de su agencia, promoviendo la pasividad y la dependencia en lugar de la participación activa en la vida democrática.
En resumen, la mitificación de los funcionarios que ostentan el poder público es un fenómeno que, si bien puede parecer inofensivo o incluso deseable en el corto plazo, conlleva graves riesgos para la salud de la democracia. Los mitos, en su esencia, pertenecen a un ámbito distinto del político; son relatos que nos conectan con lo sagrado y lo trascendental, pero que pueden distorsionar la percepción de la realidad cuando se aplican a figuras humanas. Los líderes políticos, al igual que cualquier otro ser humano, son falibles y limitados, y deben ser vistos como tales. En lugar de mitificarlos, es esencial que los ciudadanos mantengan un enfoque crítico y racional, que promueva la deliberación, el debate y la participación activa en la vida pública. Solo así se puede preservar el equilibrio necesario para una democracia saludable y funcional, donde el poder no se centraliza en una figura mítica, sino que reside en el pueblo mismo.
Julián Lazo Stegeman