El que no vive para servir, no sirve para vivir
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Te comparto un breve relato de la historia de Lorenzo en el 258.
Durante los primeros siglos los cristianos vivieron la fe compartiendo encuentros en las casas, a veces celebrando allí las misas, y otras en las catacumbas. En muchas ciudades del Imperio Romano los hostigaban y eran llevados presos, torturados para presionarlos al abandono de la fe, y martirizados.
Lorenzo era diácono del Papa Sixto de la Iglesia de Roma. Durante la persecución impulsada por el Emperador Valeriano, Sixto fue martirizado en el año 257. Lorenzo, viendo que el acoso contra los cristianos se profundizaba decidió distribuir todos los bienes, que no eran muchos (ofrendas en dinero, cálices, candelabros, etc.) entre los pobres. El alcalde de Roma, desconociendo esto, lo mandó llamar y le pidió le trajera los tesoros de la Iglesia, ante lo cual el diácono le pidió le diera tres días. En ese lapso Lorenzo fue visitando y congregando a los pobres, los lisiados, mendigos, huérfanos, ancianos, ciegos y leprosos. Con ellos se presentó ante el alcalde y le dijo: “¡Estos son los tesoros más apreciados de la Iglesia de Cristo!”. El enojo de las autoridades fue grande, y lo torturaron y martirizaron el 10 de agosto del año 258. San Lorenzo es el Patrono de todos los diáconos.
La palabra “servidor” en griego se dice “diácono”. Desde los orígenes de la Iglesia, en las primeras comunidades cristianas, se buscaron “servidores” (diáconos), a los cuales se convocó para una misión. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles se nos muestra que son ellos (los Doce) quienes llaman a los que Dios eligió (Hc 6, 1-7).
A lo largo de los siglos los diáconos fueron variando las formas de ejercer este ministerio, pero siempre manteniendo ese perfil de ser servidores. En tiempos de San Lorenzo se ocupaban de ayudar al obispo en la administración de los bienes económicos.
Los diáconos son servidores de la Palabra, la Eucaristía, los Pobres.
Sirven a la Palabra por medio de la Predicación, la Misión y la Catequesis, a fin de que pueda llegar al corazón de los fieles. Para eso deben alimentar la propia vida con la meditación de la Palabra que es “viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo” (Hb 4, 12), y pone en claro nuestros pensamientos e intenciones.
Sirven a la Eucaristía desarrollando su Ministerio en la misa en vínculo con el altar. Llevan la Comunión a los enfermos y pueden presidir la celebración en ausencia del Presbítero. Preparan momentos de adoración para que la comunidad se abra a la gracia de Dios.
El servicio a los pobres es otro de los signos distintivos de su Ministerio. Sabemos que en los más postergados y sufrientes está Jesús. Los diáconos están llamados a hacer lugar en el corazón primero a los últimos. Deben poner la mirada en la periferia para hacer presente allí el Rostro de Cristo servidor. Recordemos la expresión de San Lorenzo: “¡Estos son los tesoros más apreciados de la Iglesia de Cristo!”.
Hacen carne la afirmación de Jesús durante la Última Cena: “En esto todos reconocerán que son mis discípulos: en el amor que ustedes se tengan los unos a los otros” (Jn 13, 35).
Durante agosto y septiembre tendremos la gran alegría de contar con 6 nuevos diáconos en San Juan; un regalo de Dios. Tres de ellos, seminaristas en camino a la ordenación sacerdotal. Los otros tres han participado de la Escuela de Ministerios para ser Diáconos Permanentes (uno soltero y dos casados).
Desde hace unas décadas se ha recuperado para la Iglesia la vocación del Diaconado Permanente. Son varones (la mayoría de ellos casados, otros solteros) que viven en sus casas con sus familias, tienen su propio trabajo, y ejercen su Ministerio (servicio) en la Comunidades parroquiales, Capillas, y otros espacios diocesanos.
Esta vocación nos cuestiona e interpela. La vida la podemos entender con la dinámica del encierro o del despliegue. Esto es, poniéndome “yo en el centro” o buscando construir y afianzar vínculos de hermandad.
Recemos por ellos y demos gracias a Dios.