Pbro. Jorge H. Leiva
El rostro, el otro y la esperanza
Somos caminantes de la esperanza, es decir que marchamos en la vida tratando de “dar el paso siguiente”, muchas veces en medio de incertidumbres. Hay quienes piensan que estamos en el final de un tiempo, de una civilización: sabemos que muchas cosas caen, pero no podemos saber qué es lo nuevo que se edifica; sabemos con certeza de crisis y a veces de caos, pero no sabemos cómo se están gestando los “nuevos cosmos”.
En efecto, cantamos en nuestras comunidades: “Dios nos cuida, tierno y paciente /nace el día, un futuro nuevo. /Cielos nuevos y una tierra nueva./ Caen muros gracias al Espíritu”.
Quizá porque tenemos miedo no nos atrevemos a vislumbrar lo nuevo que puede traer Dios y sólo Dios. El miedo que paraliza nos impide ver “el rostro” de lo que puede sorprendernos en cualquier momento.
Es que el rostro no puede ser manejado, manipulado; ni el de Dios ni el de las personas humanas. El rostro no puede ser definido, es siempre misterio, es siempre trascendente. Mi auto referencialidad me impide salir al “encuentro” del otro, hacia la mirada del otro ya que el rostro y la mirada no puede y no debe ser abarcado y por tanto cosificado.
El rostro del Otro y de los otros no es un problema como el de las matemáticas, es un misterio al que solo puedo acceder desde el respeto y desde el amor, desde el silencio amoroso y la escucha atenta.
U filósofo europeo del siglo XX llamado Emmanuel Lévinas basaba sus estudios acerca de la ética filosófica justamente en la experiencia del encuentro con el Otro. El encuentro cara-a-cara es la relación inevitable en la que la cercanía y la distancia de la otra persona logran sentirse y tener un efecto.
“La relación ética cara-a-cara, contrasta también con toda relación que se podría llamar mística” decía.
Lo contrario es la violencia: la guerra es “apoderarse absolutamente del otro” y transformarlo en objeto de mi voracidad, de mi ira, de mi lujuria, de mi ego idolatrado. Por eso la violencia no es la novedad de la tierra nueva: es la repetición hasta el hartazgo de lo ya sabido, es el “infierno de lo igual”.
El rostro del otro es artesanal no es industrial, está moldeado por un Artesano, no hecho en serie por una máquina; está modelado por un tierno Padre y no por una inteligencia artificial: su descubrimiento ha de ser respetuoso, dialogal y tierno. Cuando esto sucede se “caen los muros gracias al Espíritu” y se establecen puentes.
En el antiguo testamento varias veces se repite la bella y sencilla oración: “muéstranos tu rostro”; este domingo oiremos que ese rostro brilló plenamente en una montaña; en efecto en el cerro Tabor dice Lucas que Jesús “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor”.
Con ese Rostro ya no hay caos, hay cielo nuevo, caen los muros.
Con ese rostro nos sentimos mirados a resguardo de todos los temores como niño que contempla a sus padres.
Ese Rostro, además nos permite la experiencia mística de estar “cara a cara” en la familia y el Pueblo.
¡Cielos Nuevo y un Tierra nueva! ¡La esperanza no defrauda!