Pbro. Jorge H. Leiva
Estar contentos y estar divertidos
En la fiesta del carnaval hemos recordado que es necesario reunirnos como comunidad para estar contentos. Estar contentos es estar contenidos; sin embargo, estar “divertidos” es estar en divergencia de energías, es estar “desparramados”. Y cuando estamos “desparramados”, somos como meteoritos sin una órbita satelital que nos ordene, que nos lleve a un centro. Los cristianos- siguiendo una tradición de la Biblia hemos estamos viviendo un tiempo que comenzó con un ritual especial: el de la imposición de las cenizas. Es un gesto inequívoco que va acompañado por una frase bíblica: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. ¿Se prohíbe la alegría con este gesto? De ninguna manera. Por ejemplo, en la historia se habla de la burla festiva de los poderosos para exaltar a los humildes; es decir hay ciertos rituales que en el marco del respeto nos ubican y nos recuerdan benéficamente nuestra fragilidad: todo rey necesita un bufón: hay risas muy pedagógicas. Pero este tiempo nos presenta el desafío de discernir la verdadera alegría y la verdadera libertad. Recibiendo cenizas en la cabeza descartamos los gozos que tienen que ver con nuestras adicciones y nuestros apegos para estar “contenidos en la verdad”, es decir, para estar “de veras contento”. El olvido de la ceniza, del polvo y de la muerte nos lleva a una “existencia in-auténtica” (según la expresión de un filósofo del siglo XX). En cambio la verdad de sabernos emparentados con las cenizas nos vuelve humildes y la humildad no es vicio de gente apocada: es “andar en la verdad”, decía Teresa de Ávila. Quien no considere la fugacidad de la existencia y que todo lo que es lo ha recibido como regalo para a su vez devolverlo, vivirá con cierto grado de ridiculez. Por ejemplo, la sobreabundancia de cirugías estéticas- en la búsqueda de una especie de eterna juventud- es un signo del “olvido de las cenizas” de las que vengo hablando. Contrariamente el rostro del anciano sabio tiene las cenizas del tiempo, del “Tiempo que es portador de Dios” (San Pedro Fabro). Pero para percibir la sabiduría que hay en esas cenizas es necesario entrar en el desierto, como Jesús de Nazaret, pues en el silencio- a veces angustiante- del desierto, el hombre, las comunidades descubren “lo que hay en el fondo del corazón” (Dt