Pbro. Jorge H. Leiva
Granos de trigo
Los granos de trigo que se guardan en la vitrina de un centro de estudio para su exposición quizá sean bellos y brillosos, pero no dan fruto porque no conocen la humillación de la tierra. Es que el término “humildad” se relaciona con el de “humus”, que significa tierra. Así, una semilla sólo puede dar frutos cuando está en relación con la tierra que la abraza y parece destrozarla, es decir, cuando es humilde y siéndolo se vuelve fructífera en el pan compartido. En nuestras comunidades solemos cantar una canción al respecto: “Zamba del grano de trigo mañana yo he de ser pan/no le tengo miedo al surco/algún día he de brotar. / Barbecho de terrón fresco/ tu sangre yo he de mamar/tierra que serás mi madre/un nuevo ser me has de dar./ Me enterraré en tus entrañas/ y el mundo me olvidará/ es doloroso tu abrazo/pero yo / /quiero ser pan (…) La muerte aguarda en el surco/cálido abrazo nupcial/ muerte sabrás un secreto/ cuando matas vida das”.
Según el poeta, la muerte es como el abrazo de una madre o el de los esposos, o sea, es fuente de vida, de la vida que da el pan. El mundo del consumo en el que estamos inmersos nos quiere hacer a todos, en vez de granos en tierra, trigos en vitrinas en la lógica de la auto- referencialidad narcisista cerrada en sí misma: la selfie, la cirugía estética, el transpirado espejo del gimnasio estético, el tatuaje, la mascota que siempre responde a mis estímulos; todo me refiere a mí mismo para preservarme en la vitrina del grano infecundo, para darme la ilusión de que puedo arreglármelas solo y que puedo salvarme solo y dejarme en el infinito aburrimiento de lo siempre igual. La verdadera felicidad está en “la interrupción de uno mismo” para dar lugar al rostro del otro y el verdadero gozo está en aprender que lo importante no es sólo cuidarse a uno mismo sino también -y sobre todo- aprender constantemente a cuidar a otros y, especialmente, a los desvalidos y a los extranjeros. Porque la paradoja del alma humana es que “sólo dando se recibe” y que sólo se posee de veras aquello que se da a los demás y lo que se entrega en el altar. La lógica del grano en la tierra es la del humilde amor entregado transformado en “doloroso abrazo que nos permite ser pan”, como dice el poeta. Nuestro miedo a la muerte nos lleva a la ilusoria costumbre de acaparar con egoísmo los afectos, los bienes materiales, los honores vanos, pero amar es morir para renacer, es dar lugar al otro “negándome a mí mismo”. Esa es la verdadera vida que incluso nos pone en clima de eternidad. En este proceso-ciertamente- hay incertidumbres, porque inmediatamente no se ven los brotes del grano que muere: hay que tener paciencia y confianza. Jesús de Nazaret lo decía así: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna”. Sonarán estas palabras el próximo domingo en nuestros templos; quienes de veras las escuchen serán más felices siendo un pan repartido emergiendo de ocultos “humus”.