Razón crítica
Gualeguay y el desafío del crecimiento: un plan de urbanización que trascienda los gobiernos
La expansión de las ciudades hacia las zonas de chacras y campaña ya no es un fenómeno eventual, sino una realidad constante en muchas localidades del interior argentino. Gualeguay no es la excepción. Nuestra ciudad se encuentra en un punto de inflexión: crece a paso firme pero con los riesgos que implica hacerlo sin planificación. La necesidad de un plan de urbanización a largo plazo que ordene ese crecimiento y que cuente con el consenso de todas las fuerzas políticas locales se vuelve, hoy más que nunca, una prioridad estratégica.
El crecimiento urbano no es un hecho neutro ni inevitable. Tiene consecuencias sociales, económicas, ambientales y culturales. En ciudades donde la zona de campaña está próxima al centro urbano, el avance del cemento sobre la tierra puede traer beneficios —nuevas viviendas, comercios, infraestructura—, pero también conflictos: pérdida de suelo fértil, presión sobre los servicios, dificultades en caminos y accesos y posible fragmentación del tejido social.
La transformación del territorio gualeyo no es solo una postal en movimiento: es una realidad que avanza, muchas veces a mayor velocidad que la capacidad del Estado para ordenarla. Como ocurre en muchas ciudades del interior del país, Gualeguay viene creciendo hacia sus bordes, ocupando zonas de chacras y campaña que históricamente estuvieron asociadas a lo rural. Ese proceso, que en principio puede verse como señal de desarrollo, requiere ser abordado con seriedad, planificación y, sobre todo, un consenso político firme que garantice su continuidad más allá del color partidario del gobierno de turno. Uno de los síntomas más claros de este crecimiento desordenado lo manifiestan los vecinos de las zonas de chacras. Tras cada episodio de lluvias, por ejemplo, las calles de tierra se convierten en verdaderas trampas de barro y agua, imposibles de transitar. Esto no solo aísla a familias enteras, sino que dificulta el acceso de ambulancias, patrulleros, transporte escolar o incluso del reparto de insumos básicos. Los reclamos vecinales se repiten en medios, redes sociales y oficinas públicas. El diálogo entre el municipio y la sociedad civil muchas veces consiste en el posible despliegue o no de maquinarias para el arreglo de calles y caminos con el objetivo de generar mejoras parciales que alivian pero no resuelven. Si bien un plan de contingencia de corto plazo sirve para darle respuesta directa y rápida a las demandas de la ciudadanía, en realidad lo que falta y se vuelve cada vez más urgente es una mirada estructural. Un plan de urbanización integral que no solo contemple el arreglo de calles, sino que piense la ciudad que viene: sus límites, sus servicios, su equilibrio territorial, su identidad.
Un plan de urbanización, en este contexto, no es solo un conjunto de mapas o trazados. Es una herramienta de gestión pública que permite ordenar el crecimiento, anticipar necesidades, preservar identidades y proteger recursos. Para Gualeguay, esto significa pensar la ciudad no solo en función del presente, sino del futuro: ¿qué ciudad queremos ser en 10, 20 o 30 años? ¿Cómo garantizamos que ese modelo no se vea afectado por el recambio político?
La clave está en el consenso interpartidario. Un plan de urbanización sólido, construido de manera participativa y aprobado con el acuerdo de todas las fuerzas políticas puede convertirse en una política de Estado local, capaz de sostenerse más allá del gobierno de turno. Esto requiere madurez política, generosidad y visión estratégica: dejar de lado las disputas coyunturales para asumir un compromiso común entre todas las fuerzas políticas por el bienestar de las generaciones actuales y futuras.
Gualeguay cuenta con muchas ventajas para hacerlo: un entramado social activo, profesionales capacitados, instituciones intermedias comprometidas y una escala urbana que todavía permite intervenir a tiempo. La expansión hacia zonas de campaña o chacras no tiene por qué ser caótica ni destructiva; puede ser, por el contrario, una oportunidad para integrar campo y ciudad, para ofrecer viviendas dignas, para asegurar la llegada de servicios básicos, para mejorar accesos, caminos y calles nuevas y para potenciar un modelo de desarrollo sustentable y equitativo.
En ese marco, un plan de urbanización a largo plazo debería contemplar al menos los siguientes ejes:
- Zonificación consensuada que defina claramente los usos del suelo y proteja áreas productivas y ambientales clave.
- Acceso equitativo a servicios: agua, energía, cloacas, transporte y conectividad deben estar garantizados en los nuevos barrios como en los ya existentes.
- Preservación del entorno rural: respetar la trama histórica de chacras y caminos, proteger cursos de agua, mantener la diversidad productiva.
- Infraestructura comunitaria: escuelas, centros de salud, espacios culturales y deportivos para una vida plena en cada rincón de la ciudad.
- Mecanismos de control y actualización: que el plan pueda revisarse cada cierta cantidad de años, sin que eso implique cambiar su espíritu ni sus metas de fondo.
Además, es fundamental que este plan se discuta públicamente, con participación de vecinos, profesionales, productores, empresarios, comerciantes, instituciones educativas, sindicatos y asociaciones civiles. Solo con una base social amplia podrá sostenerse en el tiempo y resistir los vaivenes de la política.
Gualeguay se enfrenta hoy a una encrucijada. Puede seguir creciendo sin rumbo, arriesgando lo que la hace única, o puede construir un modelo de ciudad equilibrado, inclusivo y duradero. Para eso, es necesario un acuerdo político amplio, que se comprometa a respetar el rumbo trazado por el plan de urbanización, sin importar quién ocupe el sillón de la intendencia.
No se trata de quitarle autonomía al gobierno actual o a los gobiernos futuros, sino de ofrecerles una brújula. Una dirección común. Un horizonte compartido. Porque el desarrollo verdadero no se mide en metros cuadrados urbanizados, sino en calidad de vida, justicia territorial y sostenibilidad.
Gualeguay está a tiempo.
Julián Lazo Stegeman