por Santiago Joaquín García
Gualeguay y Mastronardi en Borges
La operación suele ser la opuesta y es igual de válida. Contar en qué momento visitó alguien nuestra ciudad. Sin embargo, en esta nota rastreamos la presencia de Gualeguay en la literatura del notable escritor argentino.
Las primeras referencias son las más conocidas por todos. Borges y Mastronardi fueron amigos. En diciembre de 1975 escribe una nota en la Revista Crisis titulada La violenta luz de la gloria, en la que dice así:
“Mastronardi ha consagrado toda su vida, no a escribir muchas páginas, sino a escribir lo que en suma todo escritor escribe; digamos unas cuantas páginas con la esperanza de ser imperecederas. Y eso lo ha logrado Mastronardi. Y las ha dedicado a su provincia, a Entre Ríos. Yo reivindico mi parte entrerriana, también tengo alguna sangre entrerriana, pero creo que todos somos entrerrianos cuando leemos los versos de Carlos Mastronardi”.
Luego cuenta cuándo se encontraron por primera vez:
“Yo lo conozco a Mastronardi desde hace más de medio siglo. Recuerdo nuestra primera conversación en la librería de Samet, en Avenida de Mayo y Salta, y recuerdo que hablábamos sobre alguien que era, digamos, paisano de los dos, sobre Evaristo Carriego, el entrerriano que descubrió las orillas de Buenos Aires y que era vecino nuestro. Y después Mastronardi me dijo que lo que lo había llevado a conversar conmigo era el hecho de que yo había alcanzado siquiera de niño a conocer a Carriego. Y recuerdo un poema suyo, que no sé si se publicó, dedicado a Carriego, en el cual él dice: ‘Trabajó con dulzura de los barrios/ Yo soy el respetuoso de sus pasos’. Y evoca la figura de Carriego”.
Todo se conecta en Borges
Después de esta anécdota no debe extrañarnos que la primera mención a Mastronardi venga en Evaristo Carriego. Borges está desarrollando la historia del tango y compara las letras de la música popular con la alta poesía:
“Lo popular, siempre que el pueblo ya no lo entienda, siempre que lo hayan anticuado los años, logra la nostálgica veneración de los eruditos y permite polémicas y glosarios; es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha o la certidumbre de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La urna de Banchs o en Luz de provincia de Mastronardi, sino en las piezas imperfectas que se atesoran en El alma que canta. Esta suposición es melancólica. Una culpable negligencia me ha vedado la adquisición y el estudio de ese repertorio caótico, pero no desconozco su variedad y el creciente ámbito de sus temas. Al principio, el tango no tuvo letra, o la tuvo obscena y casual.”
Nótese la distinción que le da al poema clásico de Mastronardi.
Mastronardi personaje de Tlon
Igual de conocida para las y los lectores de Borges es la presencia del escritor gualeyo como personaje de ficción en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (Ficciones, 1944). Así empieza el cuento:
“Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedía (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal”.
(…)
Nuestro escritor participa en la búsqueda de esos mundos imposibles:
“Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas, memorias de viajeros e historiadores: nadie había estado nunca en Uqbar. El índice general de la enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese nombre. Al día siguiente, Carlos Mastronardi (a quien yo había referido el asunto) advirtió en una librería de Corrientes y Talcahuano los negros y dorados lomos de la Anglo-American Cyclopaedía... Entró e interrogó el volumen XXVI. Naturalmente, no dio con el menor indicio de Uqbar”.
Una carta: la yapa
Un tema que ha fascinado a Borges como pocos es el del coraje. Entre sus cuentos son varias las historias de orilleros y gauchos que se baten a duelo. Algunos ejemplos son Hombre de la esquina rosada, El fin, El muerto, etcétera. Su ensayo Evaristo Carriego finaliza con dos cartas que recibe Borges por textos publicados en el diario La Nación. Una de ellas, se la envía un vecino de Gualeguay y estos son los hechos que refiere.
Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 27 de Enero de 1953.
Señor Jorge Luis Borges,
He leído en “La Nación” del 28 de diciembre “El desafío”.
Dado el interés que usted manifiesta por hechos de la naturaleza del que narra, pienso que le será grato conocer uno que contaba mi padre, fallecido hace muchos años, diciéndose testigo presencial del mismo.
Lugar: el Saladero San José de Puerto Riz, próximo a Gualeguay, que giraba bajo la misma firma Laurencena, Parachú y Marcó.
Época: Allá por los 60 (N de la R: 1860).
Entre el personal del Saladero, casi exclusivamente de vascos, figuraba un negro de nombre Fustel, cuya fama como diestro en el manejo del Facón había trascendido los límites de la provincia, como usted verá.
Un buen día llegó a Puerto Riz un paisano lujosamente vestido al estilo de la época: chiripá de merino negro, calzoncillo cribado, pañuelo de seda al cuello, cinto cubierto de monedas de plata, en buen caballo aperado regiamente: freno, pretal, estribos y cabezada de plata, con adornos de oro y facón haciendo juego.
Se dio a conocer diciendo que venía del Saladero “Fray Bentos”, donde se había enterado de la fama de Fustel, y que considerándose muy hombre deseaba probarse con él.
Fue fácil ponerles en contacto, y no habiendo motivos de ninguna clase de malquerencia, se concertó el lance para el día y hora determinados en el mismo lugar. En el centro de una gran rueda formada por todo el personal del saladero y vecinos, comenzó la pelea, en la que ambos hombres demostraban admirable destreza.
Después de largo rato de lucha, el negro Fustel consiguió alcanzar a su rival con la punta del Facón en la frente, haciéndole una herida que aunque pequeña empezó a manar bastante sangre.
Al verse herido, el forastero tiró el facón, y tendiéndole la mano a su contrincante le dijo “Usted es más hombre, amigo”.
Se hicieron muy buenos amigos, y al despedirse se cambiaron los Facones en prueba de amistad.
Se me ocurre que manejado por su prestigiosa pluma, este hecho, que creo histórico (mi padre nunca mintió), podría servirle para rehacer el libreto de su film, cambiando el nombre de “Los orilleros” por “Nobleza Gaucha”, o algo parecido.
Lo saluda con especial consideración
Ernesto T. Marco.
Habrá que ver si la fama de Fustel todavía sigue dando vueltas por Puerto Ruiz.
Otro personaje
Distinto es el caso de Pedro Damián, protagonista de La otra muerte. Cuenta Borges:
“Don Pedro a los diecinueve o veinte años, había seguido las banderas de Aparicio Saravia. La revolución de 1904 lo tomó en una estancia de Río Negro o de Paysandú, donde trabajaba de peón; Pedro Damián era entrerriano, de Gualeguay, pero fue donde fueron los amigos, tan animoso y tan ignorante como ellos. Combatió en algún entrevero y en la batalla última; repatriado en 1905 retomó con humilde tenacidad las tareas de campo. Que yo sepa, no volvió a dejar su provincia. Los últimos treinta años los pasó en un puesto muy solo, a uno o dos leguas del Ñancay; en aquel desamparo yo conversé con él una tarde (yo traté de conversar con él una tarde), hacia 1942. Era hombre taciturno, de pocas luces. El sonido y la furia de Masoller agotaban su historia: no me sorprendió que los reviviera en la hora de su muerte”.
Así como tuvimos un gualeyo en el Ejército de San Martín, por qué no íbamos a tener uno en las guerras civiles uruguayas.
Quedamos a la espera de los comentarios de nuestros lectores, quienes tal vez conozcan alguna otra referencia directa o indirecta de Gualeguay en la obra de Borges