Pbro. Jorge H. Leiva
La dignidad humana y el desempleo de los jóvenes
Hace unos meses, una de las comunidades que ayudan al papa, llamada “Dicasterio para la doctrina de la fe” publicó un documento muy interesante acerca de la dignidad humana, en la que se le brinda una significativa aclaración al concepto.
Dice el texto que debemos “reconocer la posibilidad de una cuádruple distinción del concepto de dignidad: dignidad ontológica, dignidad moral, dignidad social y finalmente dignidad existencial (…) la dignidad ontológica corresponde a la persona como tal por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios (el término ontología hace referencia al ser mismo de las cosas y las personas). Esta dignidad no puede ser nunca eliminada y permanece válida más allá de toda circunstancia en la que pueden encontrarse los individuos.
Pero cuando se habla de la dignidad moral, se refiere al mal uso de la libertad por parte de la criatura humana que, aunque dotada de conciencia, permanece siempre abierta a la posibilidad de actuar contra la verdad: decimos, por ejemplo, que cuando un profesional no ayuda a su comunidad con sus servicios es “indigno” porque no obra conforme a su verdad y a su responsabilidad.
Por otro lado, cuando hablamos de dignidad social nos referimos a las condiciones en las que vive una persona. Cuando lo hace en la pobreza extrema, es decir, cuando no se dan las condiciones mínimas para que una persona viva de acuerdo con su dignidad ontológica, se dice que la vida de esa persona pobre es una vida “indigna”. Esta expresión no indica en modo alguno un juicio hacia la persona, al contrario, quiere destacar el hecho de que su dignidad inalienable (ontológica) se contradice por la situación en la que se ve obligada a vivir.
La última acepción es la de la dignidad existencial por la cual nos referimos, por ejemplo, al caso de una persona que, aun no faltándole, aparentemente, nada de esencial para vivir, por diversas razones, le resulta difícil vivir con paz, con alegría y con esperanza. En otras situaciones es la presencia de enfermedades graves, de contextos familiares violentos, de ciertas adicciones patológicas y de otros malestares los que llevan a alguien a experimentar su propia condición de vida como “indigna”.
Gilbert F. Houngbo, director general de la Organización Internacional del Trabajo, enfatizó en el informe la importancia del trabajo digno para nuestros jóvenes para la estabilidad, inclusión y justicia social. Advirtió que la persistencia de altos niveles de “ni-nis” (es decir, de muchachos que ni trabajan ni estudian) y la falta de empleos decentes, generan una creciente ansiedad entre los jóvenes.
La estadística de la organización recalcó que la proporción indica que uno de cada cinco jóvenes en el mundo no está inserto en el mundo laboral y tampoco cursa algún tipo de formación educativa. Las mujeres son las más afectadas con este problema, al representar dos de cada tres de estos casos.
Queda claro, entonces, que esa dignidad fundamental de las personas, que llamamos dignidad ontológica, no desaparece ante esta preocupante perspectiva, sin embargo, hemos de verificar la dificultad por la que atraviesa esa multitud de jóvenes, a los que les cuesta y les costará experimentar existencialmente esa dignidad propia de todo ser humano que viene a este mundo.
Conclusión: la multitud de muchachos y chicas de hoy corren peligro de no lograr experimentar su dignidad ontológica. El desafío para ellos es el desarrollo de una gran creatividad; para las familias, los pueblos, los educadores y la civilización toda amanece un tiempo difícil y apasionante a la vez.
Para los que creemos en Jesús, en el seno de la Iglesia, existe el desafío de la nueva evangelización y la promoción humana, como decíamos en la década del 90.