Pbro. Jorge H. Leiva
La esperanza y la dignidad del niño por nacer
Los católicos estamos viviendo la cuaresma de este año santo con el lema “caminemos juntos en la esperanza”. Además, este pasado 19 de marzo hemos evocado a San José el “custodio del Redentor” como lo llamaba San Juan Pablo II.
El próximo martes 25, nueve meses antes de la Navidad” recordaremos el misterio del Anuncio de Ángel a María, momento que entre los creyentes hacemos memoria y actualizamos la encarnación del Hijo Eterno en las entrañas de María de Nazaret.
Es por eso que ese día la Subsecretaría de Políticas Familiares conmemora el Día del Niño por Nacer, fecha en la que se destaca la importancia de proteger la vida humana desde su concepción en el vientre materno.
Es sabido como en nuestra patria por un lado nuestro ordenamiento jurídico reconoce la humanidad del por-nacer, al que califica de “persona” y de “niño”, y así su derecho fundamental a la vida, a la vez que declara el derecho de la madre (y del profesional de la medicina que practica el aborto) a quitarle la vida.
Decía al respecto en estos días el diario Infobae: “Dado que matar a un inocente es un agravio a un derecho fundamental (el más fundamental de los derechos: la vida), así declarado por la totalidad de las convenciones internacionales y regionales sobre derechos humanos, que alguien goce de un derecho legalmente establecido a quitar la vida a un ser reconocido como humano por el mismo ordenamiento jurídico, indica una clara situación de anomia de especial gravedad”.
Para reflexionar sobre esa jornada nos puede venir bien recordar aquello que sucedió cuando en Francia fue votada la ley de aborto según lo relata una web católica: Un célebre médico francés llamado Jerónimo Lejeune-allá por los años 60- preguntó a un tal Monod en los debates acerca del aborto: “De un padre sifilítico y una madre tuberculosa que tuvieron cuatro hijos, el primero nació ciego, el segundo murió al nacer, el tercero nació sordomudo, y el cuarto es tuberculoso; la madre queda embarazada de un quinto hijo. Ud. ¿qué haría?”
- “Yo interrumpiría ese embarazo”, respondió con toda seguridad Monod.
Entonces el médico le contestó: “Tengamos un minuto de silencio, pues hubiera matado a Beethoven.”
Es que la dignidad ontológica es un primer principio fundamental: diríamos con sentido común “no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a vos”; por lo tanto, no tires a un basurero a un niño en estado de gestación, y como todo ser humano tiene derecho a la vida, nadie debe “levantar la mano” sobre otro ser humano.
Decía también San Juan Pablo II: «entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso […] Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos (…) Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: “¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!...”
La esperanza no defrauda decimos con san Pablo y con el papa Francisco en estos días del año santo: hay esperanza en cada gurí recién concebido, en cada líder que trabaja por la dignidad del niño por nacer, cada madre y padre que lloran arrepentidos por un aborto, en cada educador que ayuda a sus educandos a valorar el rostro del otro, en cada madre y a cada agente de salud que supera la tentación de abortar a un niño que está siendo gestado en situación adversa.
La esperanza no defrauda.