Pbro. Jorge H. Leiva
La esperanza y la natalidad
Dice el catecismo: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad”.
Las esperanzas humanas entonces han de ser orientadas hacia el Reino.
En este año de jubileo el papa propuso el lema “peregrinos de la esperanza”. La intuición del sucesor de Pedro ha sido muy oportuna ya que quizá más que nunca la esperanza de nuestros pueblos se ve muy amenazada por los múltiples desafíos de este tiempo: la crisis de civilización y de valores éticos, la guerra, la emergencia educativa y ecológica.
Una de las crisis que recién ahora empieza a visibilizarse es la de la escasa natalidad, es decir están naciendo pocos niños en el mundo; cabe señalar que hace no pocos años atrás la enseñanza de los obispos que llamamos “Magisterio” lo venía advirtiendo, pero parecía que no se quería admitir esa realidad.
Dice el papa en la bula de convocatoria al jubileo: “Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. A causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad. Por el contrario, en otros contextos, «culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas».
La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables-agrega el papa- es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor”. Por eso es que nos preguntamos: ¿Qué pasa con nuestros jóvenes que no quieren tener hijos?, ¿quieren prolongar la adolescencia?, ¿tienen mucho miedo?, ¿temen no poder educar?, ¿están en su “zona de confort” y temen a la “incomodidad” que genera la presencia de gurises en el rancho?, ¿qué dicen ahora los militantes de los pañuelos verdes que quizá sin darse cuenta quedarán sin la compañía de sus nietos dentro de unos años? (Me lo pregunto con todo respeto).
¡Bendita incomodidad la de los niños correteando! Recordemos con cariño la canción de Serrat el canta-autor catalán: “Niño/Deja ya de joder con la pelota/Niño/Que eso no se dice, que eso no se hace/Que eso no se toca”. ¡Benditos sean los esposos que en el marco del amor conyugal se encuentran para multiplicar el milagro de la vida!: Recordemos lo que decía Jorge Fandermole en la bella “canción del pinar”: “Que tengamos alrededor nuestro/ Quien berree nuestros nombres/Y mucha sombra por dar”.
¡Bendito sean los besos que no dejan desiertos nuestros espacios comunitarios como decía Miguel Hernández!: “Beso que va a un porvenir/de muchachas y muchachos,/que no dejarán desiertos/ni las calles ni los campos”.
Quizá a nuestros muchachos les venga bien considerar que apostar a la vida es jugarse por “la esperanza que no defrauda” porque es dando como se recibe.