Pbro. Jorge H Leiva
La fiesta y los tiempos eternos
Nada más bello que una buena fiesta; de esas en las que los participantes desean que no se terminen. “Haz que este tiempo sea eterno”, cantan los jóvenes en nuestras parroquias.
La fiesta tiene que ver con el ocio y la alegría personal y comunitaria, tiene ritos y relatos más o menos implícitos. Además, tiene fechas y horarios porque marcan cierto ritmo del tiempo. En la antigüedad-por ejemplo- los días del comienzo de la primavera (en el hemisferio norte) eran días de fiestas asociados a lo que todo renace en la vegetación.
Celebramos diferentes tipos de fiestas. Por ejemplo, existen fiestas familiares: los nacimientos, el comienzo de la juventud, los casamientos (cada vez más raros, lamentablemente), fiestas populares como el Año Nuevo, el carnaval. También, fiestas religiosas como la Pascua o la Navidad entre los cristianos o fiestas patrias como las de la Independencia de los países.
¿Se puede vivir permanentemente de fiesta? Pareciera que no: porque la fiesta presupone el trabajo que la anticipa y le da sentido, es decir, la utopía de que “todo el año es carnaval” produce hastío y repugnancia.
¿Se puede perder el sentido de la fiesta por falta de relatos? Sí. Una fiesta pierde alegría cuando se olvida el motivo que la originó. Por ejemplo, cuando una familia se pelea se desvanecen sus fiestas, sucede lo mismo cuando los pueblos reemplazan en Navidad al Niño Dios por ese personaje que es producto publicitario de una oscura y conocida bebida con mucha azúcar.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando una comunidad no hace fiesta? Parece ser que sin fiesta las personas (sobre todo los varones) pierden su posibilidad de edificar su identidad personal y las comunidades ven debilitados sus vínculos.
Mencionamos con anterioridad que las fiestas están siempre unidas a rituales más o menos complejos que van desde el sentarse a comer todos juntos, ponerse de pie para cantar el Himno Nacional o arrodillarse ante un altar. Pero a esos rituales hay que darles siempre sentido con relatos y narraciones para que no se vacíen de contenido: en las fiestas de pascua del pueblo hebreo-por ejemplo- es el abuelo el que le explica a los gurises qué es lo que se está recordando.
Además conlleva cierto ritmo periódico de acuerdo a distintos ciclos para reavivar la identidad personal y comunitaria y para transmitirla a las futuras generaciones. Como la fiesta presupone cierto benéfico derroche, ya que es signo de la sobreabundancia que da esperanza, el tacaño y avaro no puede hacer fiesta verdadera.
Los motivos de las fiestas deben-además-ser actualizados en las distintas coyunturas epocales: la fiesta de Navidad era distinta en tiempos de las guerras civiles de nuestra patria en el siglo XIX; sin embargo, se celebraba lo mismo.
Ahora bien, es oportuno decir en los días que corren que con excesivo ruido, sin espontaneidad y autenticidad no hay fiesta. Y sin fiesta no hay alegría y, por lo tanto, hay más posibilidades que las personas y los pueblos queden presos de las adicciones en la búsqueda de satisfacciones inmediatas que hacen imposible los proyectos a largo plazo.
Me decía una vez una feligresa con sensatez y humor: “Me gustan las fiestas de los domingos porque uno se olvida que durante la semana se ha peleado con el vecino”.
Para los católicos la fiesta del domingo, sobre todo vivida en el templo, es la más bella porque es recuerdo del Amor entregado y es anticipo de un banquete sin fin.
Esa es fiesta que jamás se suspende porque está más que garantizada.