ESPACIO DE PSICOLOGIA
La función paterna
“Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca. Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós” (Serrat)
Aprovechemos el día del padre para pensar acerca de las funciones de los padres, hoy llamadas funciones parentales que engloban aspectos maternales y paternales no necesariamente ligadas al sexo hombre o mujer.
La reflexión va dirigida hacia los padres que se implican en el cuidado de sus hijos, llevando a cabo la función importante en el proceso de Humanización de sus hijos. La humanización es el proceso que permite el paso de lo más instintivo a lo cultural que es adquirido, social y nos diferencia del mundo animal, va ligado a la crianza, a la posibilidad de establecer vínculos con otros y con el entorno que le rodea. El estado de desvalimiento de la cría humana requiere de la presencia de otro para sobrevivir y desarrollarse. De manera gradual, gracias al cuidado y trasmisión de los modos de vida y costumbres que los padres realizan, el niño puede ir incorporando todo lo que se refiere al mundo que le rodea, las pautas sociales, el lenguaje, el niño aprenderá a controlar sus impulsos, esperar, acceder al conocimiento e incorporar las normas sociales necesarias.
Tomo una entrevista al Psicoanalista Massimo Recalcatti con algunos conceptos interesantes: “Ya lo dijo Freud, la profesión de los padres es una profesión imposible”. Dice que ya no se añora la figura, ya agotada, del padre disciplinario y autoritario, pero se pregunta si la figura del progenitor empático no es también contraproducente porque los hijos necesitan encontrar obstáculos en sus padres, el conflicto como herramienta de formación. “Los padres de hoy evitan el conflicto con sus hijos por temor a no ser amables.
Se invierte la cadena generacional , sostiene que hoy no es el niño el que quiere sentirse reconocido por sus padres, sino que son los padres los que quieren sentirse reconocidos por sus hijos”, razona el profesor de la Universidad de Pavía, que señala que el mejor regalo que pueden hacer los padres a sus hijos es no intentar desvelar su secreto, dejarles ir, favorecer su diferencia en vez de querer que repitan sus vidas depositando sobre ellos sus expectativas: “Ya lo dijo Sartre, cuando los padres tienen planes para sus hijos, los niños tienen destinos generalmente infelices”. Afirma en el ensayo que nuestro tiempo defiende de diferentes maneras la necesidad del diálogo entre hijos y padres como “principio educativo prioritario” y que este diálogo ha ocupado “con toda razón” el lugar del mandato brutal, de la “voz ronca” de la “mirada severa”. Esto hace que padres e hijos nos hallemos en una proximidad desconocida hasta hace poco: “Los padres ya no son el símbolo de la Ley, sino que, como las madres, también se ocupan del cuerpo, del tiempo libre y de los afectos de sus hijos”. Y eso está bien, ¿no? Que los padres de hoy tengan una relación de proximidad con el cuerpo de sus hijos, que también conozcan la ternura del contacto y la alegría de abrazar es una conquista de la larga ola revolucionaria de 1968. No obstante, creo que la función paterna no es equivalente a la materna, pero también creo que no es necesario identificar al padre y a la madre con los sexos de los progenitores. Todo padre está perdido. Y esos son los mejores. Los peores son aquellos que creen que saben lo que es un padre y lo encarnan en su persona, que se creen que son modelos parentales ejemplares, que piensan saber cuál es el secreto del niño, es imposible que un padre no se equivoque como padre.
La empatía se ha convertido en la palabra de moda, junto con los conceptos de regla y diálogo. Yo no soy empático con mis hijos. No los entiendo, se me escapan, van más allá de mí. No son como yo, no viven como yo vivo, no tienen mi percepción de las cosas... Pero a medida que los veo crecer tan diferentes, los amo, los contemplo y los admiro. También en su pereza indolente y en su apatía frívola.
Ya lo dijo Sartre, cuando los padres tienen planes para sus hijos, los niños tienen destinos generalmente infelices.
Muchos hijos, como es lógico, se revelan ante esas expectativas. Pone como ejemplo al hijo recobrado de la parábola evangélica de Lucas, cuando exige a su padre la parte de la herencia que le corresponder para abandonar el hogar doméstico. "¡Dame!". Esa es la forma imperativa a través de la cual el hijo de la parábola lucaniana se dirige a su padre. Los hijos de nuestro tiempo se parecen a él. Así se dirigen a sus padres. Pero la enseñanza más grande del padre del hijo pródigo es dejar la puerta abierta, dejar ir al hijo. Si el hijo tiene derecho a rebelarse, la palabra del padre debería ser "¡vete!", "¡Intenta!", "¡Viaja!". El hijo correcto en la parábola es, de hecho, el hijo que se pone en marcha, que exige. Él es el hijo que interpreta que ser heredero es ser un hereje, viajar, salir de la casa. En cambio, su hermano, el hijo primogénito, interpreta la herencia solo como una adquisición (de ingresos, de bienes, de genes), solo como una clonación, como la reproducción de su padre.
El padre del hijo recobrado no solo da a su hijo lo que pide, sino que lo acoge con un abrazo y un beso cuando vuelve a casa arruinado. En ese gesto vemos que “el regalo más grande que todo padre puede ofrecer a sus propios hijos”: la libertad. El mejor regalo que un padre puede dar a sus hijos es no depositar expectativas sobre sus vidas. No hay peor pesadilla, dijo Deleuze, que ser prisioneros de los sueños de otro.
Para finalizar por hoy: cuando se habla de función paterna en realidad se hace referencia a una serie de operaciones simbólicas que organizan y regulan las relaciones humanas :
Intervenir como tercero en la díada madre-hijo, ser representante de la ley y aportar identificaciones. Si bien estas funciones generalmente son efectivizadas por los papás, en tanto función, pueden ser ejercidas por otra u otras personas, indistintamente de su sexo. Pueden ser, por ejemplo, los abuelos, tíos, parejas de los progenitores, maestros, etc. Es decir, quien cumpla la función paterna no necesariamente debe ser un hombre. Alguien que, para ese niño o niña, funciones como el que le posibilite registrar el mundo más allá de su mamá. Será una presencia tranquilizadora que le permitirá desarrollarse con confianza y animarse a experimentar y descubrir el mundo (con la seguridad de saber que cuenta con su apoyo emocional). Es también parte de la función paterna ser el representante de la ley. ¿Qué quiere decir esto? Implica darles sentido a los límites, haciendo cumplir lo que está bien y prohibiendo lo que está mal. Implica mostrarle al pequeño el funcionamiento del mundo; transmitirle los valores de la familia y enseñarle a diferenciar lo que se puede y lo que no. Representar la ley significa también estar sujeto a ella, ya que, caso contrario, estaríamos en presencia de una ley arbitraria o tirana. Por último, comprende aportar identificaciones que le permitan al niño asimilar aspectos o atributos de otras personas, favoreciendo la diferenciación y el armado de la propia personalidad.
Ser papá no es un acontecimiento meramente biológico. La paternidad es, por sobre todas las cosas, una función simbólica.