Jorge Eduardo Lozano
La Iglesia como familia. Desafío y consuelo
Varios señalan que la familia está en crisis; y algo de eso hay. Sin embargo, en la mayoría de las encuestas se indica que ante un problema importante, es a la familia al primer lugar al cual se acude. Es el refugio, consuelo, aliento. Por eso también las heridas en los vínculos familiares son los más difíciles de sanar y sobrellevar.
Desde hace siglos se habla de la Iglesia con la imagen de la Familia de los hijos e hijas de Dios. “¿Qué nos da la fe? La fe nos da una familia, y nos libera del aislamiento del yo.” Esto nos enseñaba el Papa Benedicto XVI al inaugurar las sesiones de la V Conferencia General en Aparecida en el año 2007.
Tener esta imagen como referencia nos hace sentir acompañados; sabemos que no estamos solos, sino que nos encontramos todos en la misma barca. Las decisiones más sencillas las va tomando cada miembro, pero cuando se trata de cuestiones fundamentales y que van a afectar a todos, hace falta la escucha atenta, el diálogo abierto y sincero, el discernimiento sereno para asumir las mejores decisiones. De esto se trata la sinodalidad.
A la vez, ser familia implica cuidar a todos, especialmente a quienes son más débiles. Protegemos a los más frágiles, los tratamos con mayor delicadeza y comprensión.
Es importante reconocer que no todos tienen el mismo ritmo de trabajo ni de caminata. Cuando salimos a pasear o a comprar, caminamos para ir juntos, aunque algunos tengan fuerza para ir más rápido.
También implica desafíos. Hace falta cultivar la virtud de la paciencia para comprender y aceptar a cada quien en el propio y peculiar modo de ser. No siempre pensamos lo mismo ni coincidimos en los intereses e inquietudes. Pueden darse, como de hecho sucede, fricciones y desencuentros que provocan heridas que no siempre sanan de modo adecuado.
Entre los mismos apóstoles hubo situaciones de tensiones y discusiones, antes y después de la Pascua. La comunión no se logra poniendo piloto automático, ni es resultado del azar. Es fruto del Espíritu Santo que conduce y anima a la Iglesia.
San Pablo alentaba a los primeros cristianos con sabios consejos, que nos vienen muy bien a nosotros: “Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección”. (Colosenses 3, 12-14)
Mi fragilidad hace frágil la comunión. En la familia de la Iglesia estamos, a un mismo tiempo, santos y pecadores. Todos hombres y mujeres atravesados de debilidad y con la fuerza del Espíritu Santo que nos alienta en la comunión. Hay dos dichos populares que nos viene bien considerar: “cuando uno no quiere dos no pueden”, “dos no pelean si uno no quiere”. Pensalos, y vas a ver que esconden una gran sabiduría. No hay que engancharse en discusiones estériles que desgastan mirando el ombligo. No hay que responder a las provocaciones.
En el camino al Tercer Sínodo en San Juan vamos a sortear unas cuantas dificultades. No será un “camino parejito”. Hace falta poner nuestra mirada en Jesús.
San Juan Pablo II nos enseñaba que “los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles, en el entramado de la vida de cada Iglesia. En ella, la comunión ha de ser patente en las relaciones entre Obispos, presbíteros y diáconos, entre Pastores y todo el Pueblo de Dios, entre clero y religiosos, entre asociaciones y movimientos eclesiales. Para ello se deben valorar cada vez más los organismos de participación previstos por el Derecho canónico, como los Consejos presbiterales y pastorales” (NMI 45). Sigue teniendo gran actualidad.
El próximo martes 9 de julio cumplimos un nuevo aniversario de la declaración de la Independencia, acontecimiento desarrollado en una casa de familia que acogió a los diputados para las deliberaciones. Miremos esto como un signo de nuestra vocación como Nación. Construyamos una Patria de hermanos, con lugar para todos, y cuidando especialmente a los más pobres.