Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
La ilusión de un mundo indestructible
En muchos momentos de la historia, parte de la humanidad ha vivido poniendo confianza en mitos que intentaban explicar los fenómenos naturales: truenos, rayos, vientos, astros… También se intentaba de ese modo mágico desentrañar los misterios de la vida: cómo entender el bien y el mal, las limitaciones que encontramos, las enfermedades… y otros interrogantes que aquejan el corazón humano.
Hoy, aun con los avances de las ciencias, existen algunos mitos que tranquilizan parcialmente la conciencia, pero son castillos de naipes que se caen ante la mínima brisa. El mito del progreso indefinido y sin límites es uno de ellos denunciado hace unos años por el Papa Francisco. Suponer que el mundo material no tiene límites, que se recompone solo, es tan ilusorio como pensar que los rayos de una tormenta son manifestación de enojos de dioses.
El Papa Francisco junto a otros referentes de Iglesias Cristianas nos proponen un “Tiempo de la Creación”, que comienza cada 1 de Setiembre hasta la Fiesta de San Francisco de Asís el 4 de Octubre. Poco más de un mes para despertar en la necesidad de cuidar a la Madre Tierra. El tema propuesto para este año es “Espera y actúa con la Creación”, y es el título del Mensaje escrito por Francisco, que te invito a leer en forma completa. En estas líneas apenas te voy a transcribir algunos párrafos.
Es tan evidente como lamentable que una mirada utilitarista y materialista ha llevado a que el vínculo con la creación esté reducido a simple recurso productivo, perdiendo la capacidad de gratitud por el don de Dios.
Sabemos que “la esperanza cristiana no defrauda, pero tampoco da falsas ilusiones; (…) el gemido de la creación, de los cristianos y del Espíritu es anticipación y espera de la salvación que ya se está realizando” (…) “Entonces la esperanza es una lectura alternativa de la historia y de las vicisitudes humanas; no ilusoria, sino realista, del realismo de la fe que ve lo invisible”. No nos centramos en fábulas o mitos, sino en la certeza de la Pascua, el triunfo de la vida sobre la muerte.
Nos insiste Francisco en que “si bien se sueña, ahora es necesario soñar con los ojos abiertos, animados por visiones de amor, de fraternidad, de amistad y de justicia para todos. La salvación cristiana entra en la profundidad del dolor del mundo, que no sólo afecta a los seres humanos, sino a todo el universo; a la naturaleza misma, oikos del hombre, su ambiente vital; comprende la creación como “paraíso terrenal”, la madre tierra, que debería ser lugar de alegría y promesa de felicidad para todos”.
“Y esa armonía entre los seres humanos debe extenderse también a la creación, en un ‘antropocentrismo situado’ (cf. Laudate Deum, 67) en la responsabilidad por una ecología humana e integral, camino de salvación de nuestra casa común y de nosotros que habitamos en ella.”
Las preguntas más profundas de la humanidad son las mismas a lo largo de los siglos: “¿Por qué tanta maldad en el mundo? ¿Por qué tanta injusticia, tantas guerras fratricidas que causan la muerte de niños, destruyen ciudades, contaminan el entorno vital del hombre, la madre tierra, violentada y devastada?”. Por eso, “la lucha moral de los cristianos está relacionada con el ‘gemido’ de la creación, porque esta última ‘quedó sujeta a la vanidad’ (Rm 8, 20)”.
Hace falta abrir la mente y el corazón para asumir que “todo el cosmos y toda criatura gimen y anhelan ‘ansiosamente’ que se supere la condición actual y se restablezca la originaria: en efecto, la liberación del hombre comporta también la de todas las demás criaturas que, solidarias con la condición humana, han sido sometidas al yugo de la esclavitud. Al igual que la humanidad, la creación —sin culpa alguna― está esclavizada y se encuentra incapacitada para realizar aquello para lo que fue concebida, es decir, para tener un sentido y una finalidad duraderos; está sujeta a la disolución y a la muerte, agravadas por el abuso humano de la naturaleza”.
Es imperioso, urgente, que cambiemos de mentalidad y conductas depredadoras. “Esta conversión consiste en pasar de la arrogancia de quien quiere dominar a los demás y a la naturaleza ―reducida a objeto manipulable―, a la humildad de quien cuida de los demás y de la creación.”
Y afirma Francisco que “entonces es verdad lo que dijo Benedicto XVI: «No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor» (Carta enc. Spe Salvi, 26)”.
Qué importante es comprender que “el cuidado de la creación no es sólo una cuestión ética, sino también eminentemente teológica, pues concierne al entrelazamiento del misterio del hombre con el misterio de Dios”.