Pbro. Jorge H Leiva
La manzana de la abuela Catalina
Si buscamos en una enciclopedia el significado de la palabra “manzana”, encontraremos algo como esto: “La manzana es el fruto comestible de la especie Malus doméstica, llamada comúnmente manzano. Es una fruta pomácea de forma redonda y sabor más o menos dulce, dependiendo de la variedad”. Con esta definición llegamos a la substancia de una fruta y, ciertamente, sobre este concepto podemos hacer ciencia.
Ahora bien, para describir y definir una cosa ¿basta la ciencia? La enciclopedia, ¿dice todo acerca de la manzana con esta descripción que acabo de copiar y pegar? ¿Está contenida en esa definición la manzana que, por ejemplo, cortaba mi abuela para compartir y no porque yo no supiera pelar y cortar?
Los griegos que eran tan amantes de las búsquedas de las substancias también se demoraron en la contemplación de las circunstancias espacio-temporales de las cosas. Así, Tales de Mileto predijo con precisión un eclipse entre los siglos VII y VI A. C, sin embargo, los poetas no dejaron de cantar a la luna como enamorados: su percepción científico-matemático no reemplazó la visión mítico-poética. El teatro y los poemas siguieron hablando de Selene, que era una antigua diosa lunar como el nombre de su astro, hija de los titanes Hiperión y Tea. La ciencia no desplazó al mito, al poema desde los cuales los vecinos de Mileto siguieron contemplando a la luna.
La manzana que como fruto comestible puede ser en cuanto “ser ahí”, en cuanto ser en el tiempo un alimento, también puede ser algo desagradable si mi enemigo la maldice.
En efecto, la manzana puede cambiar de substancia: por ejemplo, puede dejar de ser una fruta alimenticia y pasar a ser un lujo desde la visión de un pobre; una mercancía desde el ojo de un comerciante; o una imagen del libro del Génesis en la percepción de un mal lector de la Biblia.
En la manzana que me ofrecía mi abuela Catalina-por ejemplo- había sucedido (de modo análogo) una transubstanciación, es decir, un cambio de sustancia. La mercancía del frutero de la esquina se había transformado entre sus manos en “ternura hecha alimento”.
*Gramaticalmente sabemos que el participio activo del verbo presidir es “presidente”, el del verbo vivir es “viviente” y el del verbo ser es “ente”. Siguiendo con estos ejemplos estamos en condiciones de afirmar que la manzana descrita en la definición que presentamos más arriba es un ser, tiene materia y forma. Pero no es un ente, es una mera abstracción que no existe en realidad. En relación con este tema, recordemos que Platón decía que esa manzana está en el mundo de las ideas y los prisioneros de la caverna sólo conocen sombras de ella.
Seguramente, para el vendedor de la fruta esta era solo pacto de una ganancia a la que llamamos precio; pero para mí la manzana de la abuela Catalina significaba otra cosa: era la substancia misma de una manzana en un sentido distinto, porque esa manzana se presentaba como un ser en medio de un “encuentro”.
En consecuencia, “la manzana” no era la que había soñado el ateniense en su mundo de las ideas: mucho más real era la que la abuela tenía en sus manos, por la simple razón de que no era una mera substancia abstracta: era un ente, un ser en movimiento, un ser en el espacio y en el tiempo.
Ni en el mundo de las ideas, ni en la wiki se ha hablado de la manzana de Catalina. ¿Qué cambió en esa manzana que fue llevada desde la frutería a la frutera de la abuela? ¿Cambió su composición física? ¿Dejó de ser –de camino- la “fruta pomácea de forma redonda y sabor más o menos dulce, dependiendo de la variedad”… de la que nos habla la enciclopedia?
En realidad, lo que había cambiado en esa manzana sucedió en el espacio y en el tiempo, aconteció en lo que de “ente” había en esa fruta particular. La manzana se transustanció porque cambió su sustancia simbólica y llegó a ser “ternura hecha alimento”; se transfiguró porque dejó de tener la mera figura ontológica del mundo de las ideas, la de “fruta pomácea de la ciencia”, la de mercancía en el sistema capitalista, la de alimento en la dieta de un nutricionista para adquirir la figura de la “ternura hecha alimento” en las manos de doña Catalina.
Quizá estas pobres líneas nos ayuden a comprender que para que la realidad sea conocida en todas las dimensiones no bastan los científicos, los filósofos, los técnicos, los economistas…, se necesitan también los niños y los poetas, porque ellos están capacitados para percibir el ente en su tiempo y en su espacio.
(Un pedazo de pan en manos de un Nazareno tuvo una “transustanciación” mucho más profunda…, pero ese es otro tema).