Presbítero Jorge Horacio Leiva
Mirada hacia la Navidad en el tercer milenio
Tengan ustedes, queridos lectores una Navidad en paz. Comparto un texto que ya en años anteriores les hice llegar y que ahora me parece muy oportuno volver a poner en la consideración para meditar en estos días.
Mirando la estrella de Belén, en este tiempo de vínculos pasajeros y líquidos, pediré la gracia de amar hasta el fondo como el Divino Niño, cuyo maternal pañal ya tiene la forma de la mortaja del que muere por amor.
En este tiempo de memorias fugaces, donde pareciera conveniente olvidar pronto para consumir más, pediré la gracia de recordar como María que guardaba todo en el corazón.
En este continente digital en que habitamos, pediré la gracia del silencio de San José para no vivir aturdido y distraído.
Mirando la estrella de Belén, pediré la gracia de ser como los pastores del campo: un humilde adorador y no un idólatra de los Imperios de turno como las elites de aquel tiempo. Miraré al cielo para ver ángeles que me guíen hacia modestos establos cargados de Dios. Pero también rogaré suplicando ser mensajero de los desorientados que no tienen un pastor que los guíe.
Miraré la estrella para cantar en polifonía con los ángeles las canciones que me saquen de mí mismo hacia el cielo y hacia la multitud. Pediré la gracia de reconocer que, si mi canto no va a Dios, fácilmente me lleva a los engañosos ídolos de plata y oro, los que me prometen todo… y todo me lo quitan.
Mirando la estrella de Belén caminaré, como los Magos de Oriente, para dejar las frágiles ideologías de los relativismos de turno y hallar al que es la Sabiduría en Persona. Como los magos dejaré mis pequeños tesoros a los pies del que es el Tesoro y la mejor riqueza. Dejaré, a los pies del Niño, humo de incienso para orar, oro para adorar al Rey y Mirra para perfumar el Cuerpo de su Martirio.
Pero mirando a esa estrella también pediré la gracia de la santa astucia por si me toca estar cerca de Herodes, el que mata niños en Belén porque los considera peligrosos y amenazantes de su despotismo. Me cuidaré de los que en el Templo leen las Escrituras, pero no se dejan conmover por las novedades del Cielo y por la lógica del amor entregado.
Poniendo mis ojos en la estrella, en este mundo tan frío y apático, suplicaré la gracia de saber dar calor al Niño y a sus hermanitos adoptados, como el buey y el burro de aquel establo.
Mirando la estrella, en un mundo de tanto destierro y exilio pediré la gracia de abandonarme con paciencia en las manos del Padre cuando me sienta extranjero en mi propia tierra y suplicaré también trabajar por la justicia y la solidaridad en favor de quienes como José, María y el Niño tienen que emigrar desolados y desprotegidos.
Y mirando la estrella, finalmente, como un mendigo desconocido de Belén, me postraré ante la “Casa del Pan” (*), que es cada altar anticipándome la Tierra Prometida del cielo.
(*) Belén quiere decir “casa del Pan”