ESPACIO DE PSICOLOGÍA
Psicología e Inmigración
“Si bien es cierto que todo proceso migratorio implica dejar atrás, amigos, familia, costumbres… también es cierto que implica el abrirse a algo más grande...ampliando nuestra conciencia y abriendo camino para las nuevas generaciones.”
Es el 239 aniversario de la fundación de Gualeguay, pueblo nacido de la inmigración, ella influye, para bien y para mal, hasta hoy en nuestra idiosincrasia, en la evolución de la comunidad gualeya que, como tantos pueblos de Argentina, se hicieron, con nativos y con muchos inmigrantes de distintas nacionalidades.
La inmigración se refiere al traslado permanente de una persona de su país de origen a otro debido, generalmente, a causas económicas y sociales. Por el otro lado, la inmigración hace referencia al proceso de entrada de población extranjera en un país diferente a su lugar de origen en donde se contemplan normas específicas para su residencia o permanencia.
Un reto que emerge de tomar la migración como objeto de estudio es el de considerar a la persona como persona-en-ambiente y así redefinir la unidad de estudio en una forma más compleja. La persona como foco de estudio es por definición una unidad -la persona en relación a otros con capacidades autónomas para su desarrollo como ente constructor del mundo social. Conocemos relativamente poco acerca de cómo las personas crean sus visiones de mundo y actúan de acuerdo o en violación de las mismas. Entendemos que es necesario buscar en la vida cotidiana instancias en las cuales varían dramáticamente los contextos de la acción personal para así estudiar más a fondo los modos como las personas encaran situaciones novedosas. Al emigrar la persona se coloca en una situación en la que no solo varía su ambiente geográfico, sino que lo cultural, el trasfondo histórico-social, el ámbito de las relaciones interpersonales pueden ser drásticamente diferentes.¿Cómo se conserva la mismidad ante fuerzas que insistentemente llevan a la persona en un sinnúmero de direcciones? Urge pues estudiar tanto al que emigra como a los que reciben para conocer más a fondo la riqueza de una vivencia social que se caracteriza por la confrontación, por el conflicto, así como por la comunión de objetivos existenciales, la búsqueda de la "tierra prometida". La recuperación de la memoria de los sujetos permite la comprensión de la historia de un todo. Por lo general, las distintas colectividades constituyen sus identidades por medio de la selección de una porción del pasado que les permite vincularse con una tradición y configurar proyectos. Si tenemos en cuenta que la salud mental constituiría una característica individual atribuible en principio a aquellas personas que no muestren alteraciones significativas de su pensar, sentir o actuar en los procesos de adaptarse a su medio podemos preguntarnos si es posible hablar de existencia de salud mental en la migración, partiendo del hecho que en muchos casos el fenómeno representa un proceso forzoso por las condiciones que obligan a escapar. En definitiva, la migración constituye un fenómeno con potencial de daño, que acarreó en siglos pasados y aún en la actualidad trastornos psicológicos de cierta relevancia. Recién en los últimos tiempos hemos empezado a comprender las alteraciones que provocan en los seres humanos los padecimientos de nuestros ancestros.
En nuestra memoria han quedado los gestos, secretos, miradas tristes, muertes injustas de los bisabuelos, o abuelos. En la actualidad hemos comenzado a mirar, a recordar, a desarmar a través de preguntas todos los secretos que ellos guardaron y buscamos explicaciones a tanto dolor. Por ello, podemos acudir a la Psicología, y en ella a teorías o técnicas, en este caso yo utilizo la mirada sistémica que, no considera al individuo separado sino, de alguna manera, al servicio del sistema que integra, brindando la certeza de estar siempre en red con las personas del equipo.
Rescata la historia sin juicio de valor, como lo que ha dado lugar al momento presente.
Es una mirada que se centra en lo qué está pasando, para qué, para quién. No busca culpabilidad sino soluciones. Dejar el país de origen para ser recibido en uno nuevo es sin duda una gran aventura llena de expectativas e incertidumbre; pero también un tránsito por diversas pérdidas que nos conducen a duelos emocionales que debemos sanar. Además, ser migrante es como tener el corazón dividido, mirando a la patria que nos vio partir, y afrontando la adaptación al nuevo sitio que nos acoge —no siempre con facilidad—.
El que migra, deja atrás a su familia, sus amigos, su lengua, su cultura, su tierra, su estatus social y la seguridad por su integridad física. Estas son pérdidas que, de no ser conscientes, causarán diversos estragos en las emociones de quien se fue.Si bien siente el dolor de las pérdidas, en la realidad tienen que enfrentarse a cuestiones más prácticas, como el sobrevivir al cambio, antes que estar pendiente de su sentir. Pospone sus necesidades emocionales, las inhibe porque la cotidianidad le ocupa; aunque las emociones no desaparecen sino, poco a poco, empiezan a manifestarse cada vez más fuertes y se empiezan a experimentar síntomas: apatía, desazón, desilusión, culpa, depresión, etc. Todo esto se resume a un estrés que puede llevar a desarrollar agresividad, falta de autoestima, inseguridad, proyección, depresión, introyección e inclusive puede despertar a largo plazo en posibles psicopatologías que habían permanecido dormidas.
“El extranjero no solo es el otro, nosotros mismos lo fuimos, o lo seremos, ayer o mañana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia” Tzvetan Todorov