Razón crítica
Razón crítica: Las cualidades de un político
El pensador Alemán, Max Weber, plantea que el político necesita combinar una “ética de convicción moral” con una “ética de responsabilidad”: la primera hace referencia a las creencias internas inquebrantables que un político debe mantener a la hora de ejercer el poder. Por su lado, la “ética de responsabilidad” se refiere a la necesidad cotidiana en el ejercicio del poder de usar los medios de la violencia del Estado con el objetivo de mantener la paz para un bien mayor.
Además de las cuestiones señaladas en el párrafo anterior, un político debe tener en claro un aspecto fundamental para desarrollar una gestión adecuada en su mandato: no importa tanto el saber en una disciplina particular como la capacidad de administración. Dicho de otra manera, importa más ser un correcto administrador del Estado o de las herramientas que proporciona éste antes que conocer en especificidad un área del saber en particular.
Si vamos de lleno al análisis de las funciones del Presidente, es preciso marcar lo que señala Patricio Gómez Talavera (Licenciado en Historia y Diplomado en Campañas Electorales): “La función del presidente no es saber. Es administrar a quienes saben, fijar agenda, y establecer metas y prioridades. Es más: votar como presidente a alguien porque sabe mucho de un tema puede ser un error fatal, porque llega con el aura de ‘YO SÉ DE ESTO' y estira enormemente el proceso de aprendizaje por desarmar esa postura inicial a los golpes. La orientación por arriba del conocimiento”.
La cabeza del Poder Ejecutivo tiene un conglomerado que le brinda el Estado no sólo para utilizarlas, sino además para administrarlas. Parte de fijar agenda, objetivos y prioridades tiene que ver con esta administración. La cual, a su vez, está ligada a la gestión de la cosa pública.
La generalidad por encima de la especificidad debería ser un vector clave en toda gestión gubernamental. Importa menos, como se dijo, un saber en particular que la capacidad de combinar actores competentes en los distintos rubros que conforman el Estado. Esta capacidad es la que asegura un eficiente régimen político constitucional.
Alberto Fernández perdió legitimidad y erosiono su capacidad administración de los instrumentos estatales porque no pudo o no supo ni fijar agenda ni consensuar, para adentro y para afuera de su frente gubernamental, objetivos y prioridades. A esta altura de su mandato ya se podría explicitar que la gestión lo sobrepasó y no tuvo la capacidad de configurar un gabinete que lo pudiese sostener.
Sin capacidad de maniobra y sin el establecimiento de un horizonte que sirviese como orientación, Fernández tropezó con su propia impericia. A tal punto su ineficacia política, que disgustó a propios y ajenos.
Hacia finales de su gestión, queda claro y totalmente trasparente un secreto a voces: Fernández sólo fue un fusible electoral para asegurar la estructuración de una alianza que quería asegurar su triunfo en los comicios presidenciales pasados. Sin embargo, esto no alcanzó para lo más importante y lo que, a su vez, muchos armados políticos descuidan: el momento de gobernar una vez ganadas las elecciones.
Cuando los intereses son meramente electoralistas, los gobiernos, sin importar tinte político, están condenados al fracaso. Para ejercer la praxis política hay elementos que no se pueden descuidar, éstos son territorio, proyecto, alianzas y, no menos importante, coherencia. Sin ésta última, cualquier intención de coalición gubernamental se resquebrajará en sus internas y contradicciones.
Julián Lazo Stegeman