Pbro. Jorge H. Leiva
Soledades que se reverencian
En nuestra experiencia humana hay realidades que siendo distintas son inseparables y nosotros la “distinguimos para unirlas” como decía un pensador francés. “Distinguir para unir” entonces puede ser una consigna para muchas realidades humanas: por supuesto que hay realidades que son irreconciliables como la verdad con la mentira o el error, el amor con el odio, el ser con el no ser…etc.
Para esto nos pueden servir dos metáforas: la de la medalla que teniendo dos caras es sin embargo una y la de las aves que teniendo dos alas tienen sin embargo un solo vuelo.
En estas líneas quiero compartir con ustedes una dualidad de nuestra vida cotidiana que es la experiencia de lejanía y cercanía que experimentamos en nuestra vida comunitaria: en la familia, en la nupcialidad, en la amistad, en la convivencia popular, estar en soledad y en comunión son dos caras de una misma medalla, son dos alas del mismo vuelo. Nadie puede estar en comunidad si primero no aprendió a estar en soledad apacible y por otro lado nadie puede estar en soledad si no se sintió “hospedado, mirado y tocado” por alguien de su familia, de su entorno, de su pueblo.
Entonces por un lado la lejanía de un ser querido se transforma en oportunidad para afirmar de manera sana mi “yo interior”, mi personalidad; pero por otro lado la cercanía me ayudará a dejarme amar y a dejarme interpelar en mis criterios. Por ejemplo, los monjes benedictinos de Victoria viven solos en sus habitaciones llamadas “celdas”, pero se necesitan para compartir la liturgia, la comida fraterna y el discernimiento comunitario. (El término “monje” se relaciona con los de “sólo, único, solitario”): el monje está solo pero no aislado.
La poesía nos ayuda a visibilizar esto desde la belleza del lenguaje: Dice por ejemplo el poeta judeo rumano del siglo XX llamado Paul Celan: “Estás tan cerca que parece que no estés aquí”.
Y decía también el poeta chileno Pablo Neruda: “me gustas cuando callas porque estás como ausente,/y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca”.
También quiero citar al extraordinario poeta europeo del siglo pasado: “El amor consiste en esto: dos soledades que se encuentran, se protegen y se saludan”. Rainer María Rilke.
Para los poetas citados la lejanía es oportunidad de reconocer al “otro en cuanto otro” y no como un mero satélite de mi egoísmo al que hago girar en torno a mi narcisismo.
Los pensadores actuales que estudian el impacto de los celulares y las redes sociales aseguran que le cercanía de esos medios de comunicación nos tiene conectados pero desencontrados pues aleja a los que están cerca y no acerca a los que están lejos.
Dice Byung-Chul Han, el pensador coreano: “La hiper comunicación actual sólo establece contactos, pero destruye relaciones. Elimina la distancia, pero al mismo tiempo destruye la cercanía y la amistad (…) La proximidad está ligada a la distancia. Si el alejamiento se destruye por la ausencia de distancia, la cercanía e incluso el amor se destruyen”.
Esta es entonces una de las paradojas más dramáticas de este siglo XXI: estamos muy conectados pero a la vez muy aislados haciendo del otro “una cosa” en el marco del hiper consumo. Cuando en la mesa de un bar una pareja está mirando su celular ¿está repitiendo la experiencia de Neruda descrita bellamente en el verso “me gusta cuando callas porque estás como ausente”?, ¿los miembros de una familia que almuerzan por separado delante de su teléfono inteligente (en inglés smartphone) están “reverenciado soledades” como decía el poeta?, ¿están acunando mutuamente el desamparo propio de la existencia humana?
Hay que “barajar y dar de nuevo” decimos en reuniones de amigos y de familia cuando las cartas del juego están mal dadas, nos urge re descubrir las alas distintas y complementarias de un vuelo muy personal y muy comunitario a la vez hacia el cielo del Eterno y el de los hermanos.