Pbro. Jorge Leiva
Trapecista
Un conocido sacerdote y famoso escritor cristiano del siglo XX nacido en Países Bajos y que ejerció parte de su ministerio en Estados Unidos, llamado Henry Nouwen, escribió este bello texto en uno de sus numerosos libros: “La confianza es la base de la vida. Sin ella, ningún ser humano puede vivir. Los trapecistas nos ofrecen una bella imagen de esto. Los que vuelan por los aires tienen que confiar en el que va a sostenerlos. Pueden dar los saltos más espectaculares, dobles, triples o cuádruples, pero quienes después de todo hacen espectacular su actuación son los que los sostienen, los que están allí para agarrarlos en el lugar y el momento precisos.
Hay mucho de vuelo en nuestras vidas. Es maravilloso volar por los aires, libres como un pájaro, pero cuando Dios no está allí para sostenernos, todo nuestro volar acaba en nada. Tengamos confianza en el Gran Mantenedor. "
Es que no existe existencia humana sin confianza, nadie puede vivir sin esa especie salto al vacío que es la existencia: porque nuestra alma y hasta nuestra última neurona son comunitarias y, por eso, necesitamos confiar en los otros. Así, confiamos en mamá cuando nos acuna en su vientre, en su pecho, en la cuna; confiamos en papá cuando nos ayuda a dar los primeros pasos o nos lleva a la escuela, confiamos en el pan del panadero y en el medicamento del boticario.
Para clarificar la cita de Nouwen damos el siguiente ejemplo: cuando vamos confiados al quirófano somos más “trapecistas” puestos a disposición de quien tiene en sus manos un bisturí, que es pariente del puñal, y de un anestesista que maneja el arte de hacer dormir para luego despertar en este mundo o en el otro. En el quirófano “volamos por los aires” con la certeza de que hay profesionales que son “mantenedores”, como lo era mi madre cuando me cuidaba en sus entrañas y me “agarraba en los momentos precisos”, como dice nuestro amigo Nouwen.
Entonces; nada más humano que la confianza y nada más enfermizo que la desconfianza y el miedo, nada más peligroso que una conciencia colectiva fundada en el miedo y una psicología anclada en la perpetua sospecha paranoica.
Es cierto que -como dice el cuento de la Caperucita- hay que estar advertido de que en los bosques de la vida también existen los lobos feroces y no siempre hay cándidas abuelitas. Pero también es cierto que se pueden lograr redes de vínculos en los cuales nos sentimos como en casa, con hermanos que nos sostienen, como a los trapecistas, cuando tenemos que dar los saltos mortales de la vida.
Desde la antigüedad, varios poetas y pensadores sostuvieron que el hombre es un lobo para el hombre a causa de la maldad de la humanidad. Las guerras de estos meses trágicos nos hacen pensar en esos decires. Pero el deseo de comunión que subyace en nuestros corazones nos hace desear una red de “mantenedores” que nos sostienen como a hermanos en el vuelo, muchas veces, arriesgado de la vida.
Los que creemos en la Trinidad cultivamos esta confianza: cada abrazo fraterno es un signo del gran abrazo divino por el que somos sostenidos en nuestra fragilidad.
Esta certeza es una “vacuna” contra el engaño de las cuatro falsas seguridades con “p”: plata, prestigio, placer, poder, de las que días pasados nos hablaba un obispo uruguayo a los curas en el Retiro anual de nuestra Diócesis al que fuimos convocados. Todo miedo es funcional a la ideología de los chantajes de turno de nuestro hiper-capitalismo por los cuales somos sacados de la fraternidad que surge de la confianza para llevarnos al brutal consumo materialista y adictivo con el que tratamos de huir del miedo.
Conclusión: ya que todos de algún modo somos trapecistas no hay nada más benéfico que cultivar la confianza en Aquel que puede sostenernos en nuestros vuelos y que nos enseña a acompañar vuelos ajenos.