Tuky Carboni
Tuky Carboni: frutos de una espera más que amable
La escritora y ciudadana ilustre de nuestra ciudad está preparando una reedición de su novela “El tan deseado rostro”, ganadora del Premio Fray Mocho.
La versión original, publicada por la Editorial de Entre Ríos en 1993, está plagada de errores, por lo que este trabajo significará un acto de justicia con la referente de las letras entrerrianas.
Cuando en Estación Lazo todavía se registraba la presencia de naturales de estas tierras, una niña pequeña llamada Alcira González le recitó su primer poema al caballo que estaba montando. Esa hermosa escena, mágica por donde se la mire, podemos recrearla en algunos de sus haikus:
“Desde tu lomo,
las comarcas del aire
fueron mi patria
Mi potro oscuro,
me regaló una tarde
el horizonte”.
Después de ese momento inicial, y a lo largo de una obra que recorre diversos géneros y estructuras (sonetos, novelas, cuentos, haikus) se convierte en Tuky Carboni, y su nombre formal queda reservado para los trámites administrativos, fríos y distantes. Tuky, a pesar de su humildad, es grande en lo suyo. La incomodan los elogios -“se olvidaron de ponerles ‘casi haikus’, aclara”-, pero no ahorra cariño para hablar de sus pares. Contra su voluntad, esta disposición la hace más grande todavía.
Mímesis
Al igual que Juanele, Tuky se funde con el paisaje. Sin embargo, ese vínculo es anterior a la lectura, y se trata de una atracción tan fuerte que le vale incluso algunas burlas. Para explicarse apela a su memoria -intacta, envidiable- y nos recita un poema:
“Creía que los seres y las cosas tenían algún grado de conciencia.
Me parecía una irreverencia pasar sin saludar entre las rosas.
Crecí en el amor y en la inocencia al abrazar las ramas majestuosas.
Los caballos, mis perras tan hermosas, con sus ojos de pura transparencia.
Me entendí con corderos casi humanos: suspiraban confiados en mis brazos.
Los pájaros comían de mis manos.
Tal vez, tengan razón.
Estaba loca.
Loca de amor por todos los ocasos.
Aun lo estoy, pero cierro la boca”.
De este pueblo
Tuky evoca una genealogía que combina las raíces de esta comarca. “Tengo una tátara abuela nativa”, se enorgullece. Esa historia maravillosa la cuenta en la novela ‘Tan solo un soñador’, donde nos atrapa la aventura de su antepasado, Francisco Méndez, quien llega a Gualeguay antes de su fundación bajando desde el Paraguay a remo. Sin embargo, más allá de su propia sangre, Tuky es una defensora de los “naturales de estas tierras”, como ella los llama. Y una estudiosa. En primer lugar, de su lenguaje que, como dijimos, conoció en su infancia en Lazo: “Tengo anotados ocho o nueve vocablos que ningún diccionario va a registrar nunca porque los diccionarios los escriben los vencedores y yo conocí a los vencidos”, afirma. También nos explica el origen más profundo de estas culturas (minuanes, chanás, charrúas), y sus cruces a veces ocultos: ”los naturales de América del Sur tienen los mismos rasgos antropomórficos que los asiáticos: pómulos altos, ojos achinados, pelo renegrido, casi azul, y ausencia de bello en pelo y piernas”.
Siempre llama la infancia
Si bien su familia tenía casa en Gualeguay, la infancia transcurrió yendo y viniendo de Lazo, donde su madre era maestra. De aquella época los recuerdos son hermosos. A tal punto, que siente que al venirse definitivamente a Gualeguay “perdió la inocencia”, esa mirada desinteresada sobre el mundo y los vínculos. De aquella época evoca algunos recuerdos muy fuertes: el olor de los espinillos florecidos, y el olor del sudor de los caballos. Como el caballo es herbívoro su transpiración huele a vegetación, a bosque, a monte. También texturas: “Pasar la mano por la corteza de los árboles, algo que es muy revitalizante”. En su patio puede volver a ese recuerdo todavía. Sin embargo, hay sabores que ya no están: “Las especias, y toda la cocina de Manuela, a la que dediqué una poesía. Su dulce de higo, sus pastelitos, sus empanadas”, enumera. Y en su poema la infancia está llamando vemos otras imágenes:
“Ya llego, amadas voces, ya oigo el eco
de las desmoronadas galerías
donde irrumpen, con fuerza de avalancha,
las gemas del recuerdo en estampida.
Ya piso los senderos laterales.
Ya voy siendo de nuevo primavera;
y voy como soñando entre frutales.
Y voy como naciendo entre azucenas”.
Libros y más libros
Fuentes muy diversas satisfacen la avidez de lectura de una jovencísima Tuky. Por un lado, la biblioteca de su madre maestra. El acceso allí no es irrestricto. Las historias de amor no pueden leerse antes de determinada edad, como por ejemplo, las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. La cercanía de su casa familiar con la actual Biblioteca Mastronardi es otra de las vertientes. Desde muy chica, camina un par de cuadras y se queda leyendo allí. La dirección que ejercen Juanele y Mastronardi de la institución durante un breve período, trae a la ciudad obras y autores de vanguardia. Allí se vincula con otro de sus temas elementales: la adhesión a la filosofía oriental. Finalmente, Tuky tiene el honor de haber sido asidua de la mítica librería de Ernesto Hartkopf (el rincón de Kopf): “Niña venga, recibí un libro que a usted le va a gustar”, le decía el ratoncito Kopf más preocupado por sumar lectores que por vender ejemplares.
Influencias
Otra vez su memoria nos trae un momento fundacional en su carrera como escritora: “Me acuerdo que en un suplemento de un diario había un reportaje a Enrique Molina, quien recién empezaba a ser conocido. Tenía diecisiete años yo y leí: ‘para ser feliz en el ejercicio de la literatura sólo basta con renunciar a la tentación de hacer una carrera literaria’. Y eso se me prendió”, reafirma. Luego vienen vínculos intelectuales que la enriquecen, como el que sostuvo con Emma Barrandeguy: “Ella tenía una biblioteca súper nutrida y amistades extraordinarias, ya que por su trabajo en Crítica estaba emparentada con grandes de la época. Me indicó lecturas, me presentó a Manauta, comentábamos a Beckett, a Henry Miller, a Alejo Carpentier”, señala.
La excusa
Es un placer conversar con Tuky. El motivo original de la entrevista se dispersa por el placer de escucharla. La obra de Tuky es rica, pero hoy nos ocupa el primero que le editaron: la novela ganadora del Premio Fray Mocho ‘El tan deseado rostro’. Dicho galardón le permite cobrar una beca vitalicia, sin embargo, la edición fue muy descuidada. “Es rarísimo porque fue de Marta Zamarripa, que era buena persona, pero se ve que descansó en sus colaboradores. Y eso pasó no solamente con mi trabajo”, se lamenta. Después de treinta años llega la oportunidad de enmendar ese fallido: “Nicolás Darchez de la editorial Oyé Nden me propuso reeditar la obra. Me encantó el nombre de la editorial Oyé Nden porque es chaná. Nicolás es un chico joven, y en este tiempo que le envié el texto lo fui conociendo. Es cantante, músico, autor, escribe unas canciones muy bellas con compromiso social”, destaca. No se trata de una reimpresión, sino de una verdadera reedición: “Cuando me dieron el libro de la Editorial de Entre Ríos agarré una libretita y empecé a anotar. Treinta años después estuve revolviendo cajas, valijas, portafolios, hasta que la encontré medio borroneada, pero la encontré”, señala. Volver a leerse treinta años después no es sencillo: “Re escribiendo uno encuentra nuevas aristas va descubriendo cosas nuevas en la obra. Estoy contenta pero también medio crítica. No es una novela tradicional, es un relato enmarcado que consiste en cuatro carpetas que se encuentran en la biblioteca de una escritora que ha fallecido. Tres de ellas me reflejaban en esa época. Hay una cuarta que te diría que es medio ripiosa y cansadora. Le voy a decir a Nico que tiene un sexto sentido para eso, que si quiere podar lo autorizo”, sentencia.
Esa es la novedad y la excusa. Estaremos ansiosos esperando esta reparación histórica. La grandeza de Tuky ya es cosa por demás conocida.
OTROS LIBROS DE TUKY CARBONI (recuardo)
Tan solo un soñador (novela)
Bajo el signo de agua (Antología poética)
Hasta el próximo sueño (cuentos)
por Santiago Joaquín García