Un grito de esperanza
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Hay hombres y mujeres que trascienden su tiempo. Son lumbreras en sus contextos socio-culturales, y su vida y mensaje permanecen a lo largo del tiempo más allá de la circunstancias. Juan el Bautista es uno de ellos.
La misión que le fue encomendada implicó una especie de quiebre histórico en el camino de la fe. Algunos de los Padres de la Iglesia lo consideraron como el último de los profetas del Antiguo Testamento, y el que inaugura el Nuevo con sus anuncios y el Bautismo de Jesús.
Es el Precursor de Jesús tanto en la predicación como en el martirio.
Tan importante fue su figura que en aquel momento hubo quienes pensaron que él era el Mesías esperado por el Pueblo de Israel. Tan fuerte fue su incidencia. El Evangelio nos aclara que “Él no era la luz, sino el testigo de la luz” (Jn 1, 8).
Suscitó una gran atracción y eran muchos los que acudían a escuchar sus predicaciones. Cuando le preguntaban ¿quién eres? ¿eres el Mesías? Él lo negó y se definió de este modo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Jn 1, 23) (Is 40, 3). Este modo de presentarse no fue casual. Define así su vocación y misión. No pasará inadvertido ese “grito”.
Fue un hombre de mantener sus opciones a pesar de las consecuencias adversas que esto le podía acarrear. Todos sabemos que algunas opciones no son fáciles de sostener en el tiempo. Plantear abstracciones puede suscitar una discusión académica, señalar defectos en los débiles puede no tener consecuencias serias. Pero para denunciar a los poderosos, a los violentos, hay que tener agallas. Amar más la verdad que el propio pellejo.
Así lo hizo Juan. No se achicó ante las amenazas de cárcel y el riesgo de muerte. Aun así mantuvo sus denuncias al poder. No fue una sorpresa escuchar a Juan evidenciando lo que querían pasar por alto. Desde el inicio de su predicación pública fue claro en interpelar a los escribas, fariseos, sacerdotes, militares… Nadie quedaba exento del llamado a la conversión. La Buena Noticia tiene una dimensión universal. Podemos aplicar lo expresado en la Carta a los Hebreos: “la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo; ella penetra hasta lo más íntimo del ser, hasta las articulaciones y la médula, y es capaz de discernir los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hb 4, 12).
Ayer, sábado 29 de agosto, se ha celebrado el Martirio de San Juan Bautista. Escuchemos su grito de esperanza que nos anuncia tiempos nuevos incluso hoy, en las crisis diversas que estamos atravesando.
Varios Movimientos Laicales están promoviendo una excelente iniciativa acerca de la Casa Común, nuestro querido Planeta. Te comparto un par de párrafos de una carta que nos han enviado a los obispos:
“Un nuevo acontecimiento nos convoca, en medio de este particular momento de la historia, TIEMPO DE LA CREACIÓN es un tiempo para renovar nuestra relación con el Creador y con toda la creación por medio de la celebración, la conversión y el compromiso, en comunión a nuestras hermanas y hermanos de la familia ecuménica”.
“Entre el 1 de septiembre y el 4 de octubre, distintos credos en el mundo, nos uniremos bajo el lema ‘Jubileo por la Tierra: Nuevos ritmos, nueva esperanza’. En medio de la crisis que estamos atravesando por la pandemia COVID-19 y que ha dejado al descubierto tantas ‘otras pandemias’, hemos descubierto la urgente necesidad de sanar nuestras relaciones con la creación y entre nosotros. Será un tiempo de restauración y esperanza para animar, sostener, promover la conversión ecológica integral que necesitamos y que asumimos como discípulos misioneros de Jesús, custodios de la creación de Dios.”
Hace unos días se conoció la noticia de la próxima beatificación de Fray Mamerto Esquiú, franciscano y obispo nacido en la provincia de Catamarca en 1826. Su vida está marcada por la impronta de San Francisco. Siendo muy chiquito enfermó gravemente y su mamá hizo la promesa de que si se curaba el hijo lo vestiría siempre con el tradicional hábito marrón. Mamerto se curó y su mamá cumplió la promesa. Muchos años después, quien fuera uno de los criollos que con su palabra acompañaría el proceso de retorno a la paz social luego de la guerra interna, diría: “Soy tal vez el único mortal que no ha llevado sobre sus carnes otra vestimenta que el hábito de San Francisco”. Dedicó su vida a los pobres y despreciados de su tiempo, su episcopado fue criticado muchas veces por su predilección por los marginados. Pronunció un sermón histórico en ocasión de la promulgación de la Constitución Nacional en su tierra natal en 1853. Falleció en su Catamarca en 1883. El 13 de marzo de 2021 será la ceremonia de su beatificación. Una bendición para nuestra Patria.