Razón Crítica
Un Presidente sin legitimidad y sin vergüenza
La legitimidad política no sólo se consigue en las urnas, sino que además debe construirse día a día en la gestión gubernamental.
Los hechos y dichos de un presidente y su coalición generan y conforman la legitimidad política necesaria para poder transformar la realidad de las personas. Una vez que ésta se desgasta o se erosiona, todo se vuelve cuesta arriba, sea en términos políticos, sociales e, inclusive, económicos.
Sin legitimidad es sumamente complicado construir poder. Sin poder es realmente complejo conducir un país. Cada daga retórica en la legitimidad presidencial es un paso más hacia el vacío de poder. Cada funcionario o ministro que sale en la agenda pública a desmentir los dichos del Presidente está construyendo un acceso rápido al fracaso gubernamental.
La interna expuesta en el Frente de Todos es un ring político a cielo abierto. Lejos de la praxis política, la mencionada sólo mueve en el tablero oficialista los egos personalistas de sus integrantes. En esta danza gubernamental descoordinada, paga la legitimidad presidencial.
A todo este lamentable cóctel, se le suman los pasos en falso del Presidente. Acción tras acción no deja de dinamitar su propia legitimidad. La idea de querer solucionar con dinero la patética y desvergonzada fiesta organizada en Olivos en plena pandemia es inclusive peor que el hecho en sí. Es una burla a la sociedad civil en su conjunto. Es una vejación a la práctica política. Es una acción ejecutiva desligada de cualquier valor moral. Es una falta de respeto a la soberanía popular que lo ubicó en el lugar que ocupa ahora.
Entre pandemia, crisis e inflación, la sociedad cada vez tolera menos los actos de un segmento político ajeno a los problemas cotidianos de las personas. ¿Qué percepción mantiene de la realidad el Presidente al querer arreglar con dinero uno de los bochornos más grandes desde la vuelta de la democracia? Tal vez, la falta de vergüenza de su parte es combustible para este tipo de accionar.
Seguramente, para propios y ajenos, la figura de Alberto Fernández se ha deslegitimado totalmente. En este punto es en donde la sociedad civil, de alto valor cívico y moral, debe sostener la investidura presidencial más allá de quien la ocupe. Ésta es clave para el mantenimiento de nuestro sistema republicano. No se puede permitir que la ineficiencia de quien la está llevando adelante veje sus principios fundamentales.
La deslegitimación constante del Presidente provoca que los problemas reales de los argentinos cada vez se vuelvan más difíciles de solucionar.
“Usé un derecho que tengo como ciudadano” alega Fernández a propósito de su intento de reparo económico por lo ocurrido en la Quinta de Olivos. El victimario quiere convertirse en víctima. Desde la anomia moral sólo piensa en sus derechos sin reflexionar un segundo en la cantidad de derechos ciudadanos vejados en lo que duró la cuarentena, mientras él y su entorno festejaban un cumpleaños en pleno encierro y prohibición.
En fin, sin legitimidad y sin vergüenza, el Presidente día a día se encuentra con menos posibilidades de llevar adelante las políticas necesarias para solucionar las contingencias sociales y económicas del país. A la sociedad civil le toca hacer oír sus demandas. Asimismo, es preciso que sostenga la investidura presidencial para resguardarla de su constante deslegitimación, irresponsabilidad e ineficacia. Todo por el cuidado y el respeto hacia el régimen republicano.