Áurea Bascoy Narvarte de Núñez
“UN RECUERDO PARA MI MADRE Y PARA MI ESCUELA”
Con motivo del 240º Aniversario de Gualeguay retomo los recuerdos muy queridos, mi madre y mi Escuela Normal.
Áurea Bascoy Narvarte de Núñez
Mi madre, Jacinta Rufina Narvarte Gallino, fue egresada de la 2º promoción de maestros de la Escuela Graduada Normal Mixta de Maestros de Gualeguay, fundada en el año 1909, sobre la base de la antigua Escuela Superior Provincial “Graduada Mixta”. Mis hermanos y yo vinimos a la entonces Escuela Normal Mixta de Maestros “Ernesto Alejandro Bavio”, realmente, como a nuestro segundo hogar. Ahora, como Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas “Ernesto A. Bavio”, continúa como faro luminoso de la educación primaria, secundaria y terciaria. Mi bisabuelo fue maestro de la Escuela de la Patria, primer maestro diplomado de Gualeguay, nombrado por Urquiza. Mi abuelo fue director de la Escuela del Regimiento 3 de Caballería, en ese tiempo establecido en Gualeguay. Mi madre fue directora muchos años de la Escuela Nº 8; yo misma fui maestra y Directora de la escuela de Médanos, y luego docente en la UCA de Buenos Aires.
Los Narvarte hemos llevado impreso por generaciones el sentido de la educación.
Mi madre formó parte de la promoción del año 1913. Como pertenecía a una familia de educadores, fue natural que estudiara la escuela secundaria, en una época en que todavía no era lo usual para los jóvenes. Por lo que yo recuerdo de sus dichos, fueron solamente 14 los egresados, dos de los cuales eran varones. Mi madre no hablaba mucho de aquellos años, pero recuerdo haber visto una foto entre los papeles de mi tía Esther que se perdieron en la polvareda del tiempo. En esa foto de grupo las egresadas mostraban los vestidos de la época que hoy nos atraen tanto.
Recordando a mi madre, pienso que siempre ha habido mujeres que trascendieron las costumbres de su tiempo. Aquello de que los hijos son más hijos de su generación que de sus padres no necesariamente siempre es así: la influencia de sus padres y su propia libertad de ideas posibilitó que su vida fuera tan personal y tan querible para sus hijos, y tan estimada para sus amistades. En el caso de madre esto me parece muy claro: el entorno de su casa consideraba a la educación como una tarea esencial. Además, un ambiente donde la fe religiosa, tan arraigada, le daba una característica especial, ya que estaba unida a una libertad y un equilibrio interior que se hacía evidente en sus actitudes y apreciaciones cotidianas.
La Argentina de los tiempos de mi madre hizo de la educación un objetivo permanente para su logro como sociedad moderna. Y a pesar de los avatares de su historia, ese valor lo ha mantenido firme. Mi madre fue consecuente con lo que recibió en la escuela, y devolvió acrecentados, los valores de conducta, solidaridad y cortesía que volcó en sus alumnos durante los treinta años de su magisterio.
Hoy recuerdo a mi madre egresando hace casi 100 años de la Escuela Normal; de la misma que hace también casi 60 años yo egresé muy contenta con mis 17 años. El paso por la escuela está unido al sentimiento de amistad: de la amistad de los primeros años, que siempre es generosa, sin ningún cálculo, y que trasciende en los altos años enriquecida con la experiencia de la vida.
Memorando a mi madre, nosotros tampoco podemos dejar de recordar a los maestros que dejaron su huella, profunda o leve, en nuestras almas. El esfuerzo cotidiano de nuestros maestros hizo que nos interesásemos por algo más allá de nuestro mundo pequeño.
La Escuela está siempre unida a nuestra adolescencia y primera juventud. Por eso, la escuela -que siempre tiene jóvenes- está unida a la esperanza. Aquellas dos chicas -mi madre y yo- apenas separadas por cuarenta años, y que salimos por la misma puerta de la Escuela Normal a la vida, comprendimos las inquietudes, los sueños y los ideales de los jóvenes de hoy, ellos, sí, tienen la vida por delante. Ahora querríamos que fueran días de esperanza, días similares a los que hace casi 100 años se abrían, entonces, frente a los serenos ojos de mi madre.