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El dramático presente de la casa del Polaco Goyeneche: la amenaza de un proyecto inmobiliario, deudas y un museo en pausa
La icónica residencia del legendario cantante de tango en Saavedra está al borde de perderse para siempre. Su hijo, Roberto Emilio, habló con Teleshow sobre la dura realidad de una propiedad insignia de Buenos Aires
Hace cuatro años comenzó a escribirse uno de los capítulos más tristes de la historia reciente de la cultura en el país. La emblemática casa de Roberto “El Polaco” Goyeneche se encuentra en venta y con una fuerte posibilidad de ser demolida para realizar un emprendimiento inmobiliario. Allí, en el barrio porteño de Saavedra, vive su hijo Roberto Emilio, gestor cultural de Tango y cantante, quien se encuentra apremiado por las deudas. De concretarse la transacción de la vivienda, el proyecto de realizar un museo con las pertenencias de su padre quedará trunco.
“Tengo que remodelar, tengo que hacer un baño, quiero poner un montacargas para hacer shows en la terraza y que la gente discapacitada pueda subir en ascensor. Está el plano presentado y 2500 firmas de vecinos. Mientras tanto, la casa está en venta porque tengo que pagar lo que debo”, explicó Roberto. “Me costó mucho ponerla a la venta. Cada vez que entro y veo el cartel, se me cae un dedo. Creo que si llega el momento de firmar la escritura, se me van a caer los brazos”, graficó y se dispuso a compartir su memoria con Teleshow, esa que se impone en cuadros, fotos, aromas y recuerdos.
“Acá no faltó nadie. Por este sillón pasaron todos: desde tangueros hasta rockeros. Mantener este lugar es una responsabilidad. Mi viejo fue, es y será. Yo mantengo viva su imagen. Y trató de laburar recordándolo a él, que me deja unos mangos”, contó acerca del domicilio ubicado en Av. Melián 3167.
Según Roberto Emilio, su situación económica comenzó a desmoronarse desde que se decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, allá por marzo 2020. “Yo hago espectáculos. Salía todos los fines de semana a recorrer el interior del país y, lo primero que se cortó, fue eso”, repasó. Pero la historia no terminó allí: “Cuando se estaba abriendo otra vez todo para retomar los espectáculos, me caí. Me quebré el fémur”.
Tras la operación se presentó un problema mayor. “El médico la pifió, porque en lugar de ponerme un clavo grueso, me puso clavos finos y se rompieron. Llegó un día en que el muslo era fuego”, destacó, ante lo cual se trasladó a otro centro asistencial donde le confirmaron que había una infección y que había que volver a operar.
“Fueron cinco meses postrados en los que no podía moverme”, recordó sobre ese momento. Pero su derrotero no quedó ahí. “En ese interín me entraron y me robaron 100.000 dólares porque yo tenía todavía las comisiones de mi papá, que mi vieja me las iba guardando”, explicó. Por si fuera poco, también denunció la destrucción que hicieron de su vehículo en la puerta de su casa. “Fue una vendetta de mi ex después de divorciarnos. Así que vengo con una mano atrás y una adelante”, reconoció ante la sucesión de hechos desafortunados.
El poco capital con el que contaba comenzó a utilizarse para los gastos diarios. “Me comí la plata”, lamentó. Viviendo al día con la jubilación, empezaron a aparecer las deudas y los gastos necesarios para mantener el inmueble se tiñeron de rojo.
“Estoy atrasado en el banco, me cerraron la cuenta y debo plata”, explicó sobre su situación crediticia. “De impuestos debo un mes, que no es deuda. Tengo un mes atrasado, pero ¿qué pasa? El total de lo que debo, si yo vendo acá, voy y cancelo todo”, apuntó sobre las razones que llevaron a poner el histórico inmueble en venta. Sin embargo, aún tiene la esperanza de que algo mejore: “La idea sería mantenerla. Yo le hice una oferta al Gobierno de la Ciudad, para lo que se presentó un petitorio, pero no me vino a ver nadie”, afirmó sobre la espera para lograr mantener en pie este bastión de la cultura.
El mal momento del hijo de Roberto Goyeneche, en medio de las deudas de la casa histórica del tanguero: “Hay días que no morfo”
Roberto Emilio comenzó a acompañar a su padre a los 15 hasta que llegó el momento en que la relación se volvió profesional. “Empecé a manejarle los papeles y juntos recorrimos todo el mundo. Pero íbamos laburando, no de joda. Una vuelta fuimos dos semanas al Festival de Otoño en París. Tardamos seis meses en volver. Terminaba el Festival de París y nos llamaron de Alemania para contratar el espectáculo. Entonces, en lugar de decirle que no, le aumentaba el cachet. De Alemania a Inglaterra y le aumentaba de nuevo el caché. Tardábamos mucho en volver y en el último el viejo me dijo: ‘Basta’, y tenía razón. Yo también estaba podrido de estar afuera”.
Sus recuerdos adelantaron las páginas hasta el año 1994, cuando la muerte sorprendió al Polaco en un momento de extrema popularidad. “Hasta el año 2000 no tenía fechas disponibles. Ya todos los contratos firmados, sin valores, obvio. Seis años cerrados con shows y presentaciones en televisión”, evocó y conecta aquel esplendor con la amargura del presente. “Lo que me da bronca es que nuestras autoridades no le den bola a un tipo que hizo tanto por la cultura. No estoy hablando ni de la prensa ni del público. Hablo de las autoridades”, recalcó.
La charla continuó y Roberto intentó desentrañar por qué se truncó la instauración del museo que estuvo tan cerca de hacerse realidad en tiempos de Aníbal Ibarra. “En esa época el Legislativo le dice al Ejecutivo que me entreguen una propiedad en comodato. Me hacen ver acá en la zona miles de lugares que tiene la municipalidad para dar en comodato, hasta que me gustó uno en Ruiz Huidobro y Goyeneche. 18 metros de frente por 50 de fondo. Lo vi y ya me hice el dibujo en la cabeza. Pero al final a mí me patearon y se lo dieron a una murga”, detalló.
Los únicos ingresos con los que cuenta Roberto son su jubilación y lo que deja AADI, la Asociación Argentina de Intérpretes. “Nosotros no estamos ni en SADAIC, porque mi papá no era autor, pero tenemos esa obra social porque mi papá rindió examen y entró. Entonces, cuando falleció, entramos nosotros. Y agradecido porque yo pongo apenas $20.000 de obra social. Y me atienden de primera y jamás pago un arancel. La cuido como el agua. Prefiero no pagar otra cosa o no comer, pero la obra social la garpo”.
Por más crudo que pueda parecer, un ejemplo refleja su estado económico actual “Nunca pasé la que estoy pasando ahora. Hay días que no morfo, hermano. Y no me da vergüenza decirlo. Un día un gran amigo que tiene un taller mecánico me llamó por teléfono y me dice ‘te paso a buscar’. Fuimos a desayunar a lo de Quique, pero por esas cosas de amigo, de llamar siempre. Bueno, vamos. Yo hacía 48 horas que no probaba bocado. Cuando me trajeron una medialuna de grasa se me iluminó la cara, la comí con tanta desesperación que los dos se me quedaron mirando”.
Roberto sintió esas miradas penetrantes. Enseguida vinieron los reproches de “por qué sufría en silencio”, de “para qué estaban los amigos”. “Yo les agradezco, con toda seguridad. Y juro por Dios que llevo un cuaderno donde tengo anotado lo que me dieron, porque se los voy a devolver a todos. Porque es una obligación mía. Porque me dieron una mano en todo, y para mí es sagrado eso. Soy así porque me enseñó el viejo”.
Sentado en el sillón “por el que pasaron todos”, mira su andador y habla de su salud: “¿Por qué estoy con esto? Porque por ahí camino y se me va. Entonces este tiene cuatro patas, me afirmo y no me caigo. Tengo miedo a caerme otra vez”, confió.
Pese a los temores, Roberto ve una luz en el horizonte. Los espectáculos comenzaron a aparecer, pero espera el momento de estar con una mejor movilidad para poder desplegar toda su magia: “Si vendo acá, también me compraré un autito, algo que me lleve y me traiga”, comentó, pero no pierde el foco de este inmueble, que respira tango y bohemia. En el que está toda la historia familiar y parte de la memoria emotiva de un país; piezas del futuro museo de las que no se piensa desprender.