Gualeyos por el Mundo
Manu Rodríguez Garófalo desde Italia 1ª parte
Ya hace más de un año que Manu Rodríguez Garófalo se fue a Europa, para radicarse en Italia. En esta oportunidad nos comenta con gran alegría la visita de su mamá y los paseos que realizaron. ¡Momentos únicos!
“Después de un año sin vernos, ¡vino mi mamá a visitarme! Hermoso regalo porque después de un tiempo, uno/a ya empieza a sentir la necesidad y querer un lindo abrazo, una buena comida casera de la vieja, un beso de madre, una mirada de “todo estará bien” o un “estoy orgullosa de vos por todo lo que has logrado”.
Llegó una tardecita de primavera, nublada y un poco fresca. La recibí en el aeropuerto de Bologna, ciudad donde estoy viviendo en este momento. Su cara era como la de una niña que no puede creer estar donde está. Yo le decía: “¿entendés dónde estás?” y ella me decía “creo que no”.
Fuimos a casa. Sábado a la noche, le dije a mis amigos y a mi novio (sí, momento de conocer a su yerno italiano) que vinieran a cenar a casa así la recibíamos. Francesco, uno de mis amigos, se ofreció a hacer la famosa pasta a la carbonara. Llegaron a casa. Presentación del novio italiano a mi madre, yo haciendo de traductora, aunque a veces se entendían solos. Yo de a ratos le miraba la cara a mi mamá y la veía asombrada de todo, era como si no podía creer lo que estaba viviendo, escuchando todo en italiano y tratando de hacerse entender. Todo muy hermoso y loco a la vez. Yo feliz, claro.
Primer viaje: Roma. Ella me pidió ir primero ahí. Quería conocer el Vaticano principalmente y ver al Papa Francesco. Me organicé con el trabajo y nos fuimos ese mismo lunes. La semana antes hablé con un convento de monjas ítalo-argentinas. Este lugar se lo recomendó un amigo de mi mamá a ella y ella me pidió si podía llamar y averiguar si había lugar para quedarnos esas dos noches que íbamos a estar en Roma. Había lugar disponible por lo que ni bien llegamos a Roma, fuimos al convento. Una experiencia totalmente nueva. Imagínense, en Roma, en un convento de monjas ítalo-argentinas, en pleno centro histórico, muy cerca del Coliseo, rodeadas de historia y arte. Las Hermanas ¡un amor! Todo el tiempo querían charlar y estaban felices que estuviéramos ahí. Nos hicieron sentir como en casa.
Ese mismo día que llegamos, la llevé a conocer el Coliseo. Nos sacamos fotos y tomamos una cerveza en un barcito de una esquina mientras mirábamos el atardecer. Hablamos, lloramos, nos desahogamos. Había mucho que contar y soltar. Un momento mágico y necesario después de un año y dos meses sin vernos. A la vuelta lo llamamos a mi papá por video llamada con el Coliseo de fondo.
Al otro día caminamos TODA la ciudad, literalmente. También usábamos un bus turístico esos que no tienen techo como para no cansarnos tanto, ya que Roma es gigante. La lleve a conocer Trastevere, el hermoso barrio que está yendo para el Vaticano. Mientras íbamos caminando por este barrio, sacando fotos, comprando cositas, yo le iba diciendo que faltaba poco para llegar al Vaticano, pero ella no me creía, ya que siempre le decía lo mismo. Siempre le decía que faltaba poco para llegar a un lugar, pero en realidad lo hacía para motivarla. Hasta que, en un momento, miro hacia lo lejos y veo las columnas de la Plaza San Pedro a lo que le dije: “¡mirá ma!, allá. ¿Viste? Bueno, ya llegamos, esta vez es en serio”. Ansiosa, aceleró el paso. Llegamos. No le daba el cuello y los ojos para mirar y disfrutar todo lo que tenía a su alrededor. Asombrada por la inmensidad y belleza de todo. Creo que había imaginado miles de veces este momento y por eso le costaba caer que estaba siendo realidad. Pedimos a la guardia suiza dos entradas para la ceremonia del Papa que era al otro día, y continuamos caminando hasta el centro de la ciudad”.