Gualeyos por el Mundo
Manu Rodríguez Garófalo desde Italia 2ª parte
Y llegó otro momento esperadísimo: La Fontana di Trevi. Nos costó un poco encontrarla porque yo me había quedado sin batería en el celular y mi mamá no tenía datos. Hasta que doblamos en una calle y la reconocí (porque esta era la segunda vez que yo estaba en Roma) Llegamos y su sorpresa fue tan grande porque se imaginaba que la Fontana estaba como en un lugar más abierto, más grande, no en el medio de la ciudad, en un espacio tan chico como ese. Creo que todos los que la conocimos pensamos lo mismo. Deslumbrada por su belleza y por la cantidad de gente que había, me dijo de sacarnos una foto y ahí arrancó la sesión. Nos reímos mucho porque yo en un momento le pedí que me haga un video tirando la moneda a la fuente (típico) a lo cual ella me empieza a filmar, pero nunca inició la filmación. Tiré la moneda. Nos reímos tanto porque me decía que tire otra moneda y me filmaba otra vez, como si acá las monedas no valieran.
A la noche íbamos a cenar por ahí. Esa noche terminamos comiendo pasta en un restaurant de esos chiquititos, escondidos por esas callecitas soñadas de Roma. Parecía una película. Mi mamá, la pasta, la italianidad a flor de piel, el vino, el amor.
A la mañana siguiente nos despertamos y salimos a tomar el bus para ir a la conferencia del Papa. Llegó el gran día para ella. Tenía mucha emoción. Subimos al bus y acá la cosa se puso fea. Acostumbrada que en Bologna subís al cole y tenés todas las formas para pagar el boleto (desde con monedas hasta tarjeta), subimos al colectivo confiadas de que íbamos a poder pagar con la tarjeta. Pero linda sorpresa nos llevamos cuando vimos que sólo había una máquina para pasar el boleto que se compra en el tabacchi (es como un kiosquito), lo cual nosotras no teníamos. Cuando estábamos decidiendo si bajar por las dudas o seguir un poco más, subieron dos controladores a pedir los boletos. Si, dos multas nos comimos. Ahora me rio, pero en ese momento fue dura la discusión con los tanos. Yo indignada de que una ciudad como Roma no tenga para pagar con tarjeta en el colectivo con la cantidad de turistas que hay. Lo más cómico de todo era la cara de mi mamá mirándome no pudiendo creer que yo estaba discutiendo como si nada con dos controladores italianos en italiano (cada vez que hablamos ahora por teléfono me dice que le cuenta a todo el mundo lo bien que hablo el italiano, ¡la amo!). En fin, llegamos a la Plaza San Pedro otra vez, pero esta vez para escucharlo a Francesco. Nos ubicamos cerca de una valla para esperarla. De repente un tumulto de gente a lo lejos alzaba las manos como queriendo tocar algo. Estaba pasando El Papa en su carrito con toda su seguridad. Le grito a mi mamá que venga a donde estaba yo para verlo mejor. Lo pudimos ver, pero poco y de lejos, pero ella feliz. Nos sentamos a escucharlo. Muy emocionante la cantidad de gente que había, de todas partes del mundo. Mi mamá con cara de “que alguien me pellizque porque no lo creo”. Cuando terminó, nos sacamos fotos y caminamos de regreso.
Volvimos al convento ya que a las 14 debíamos tomar el tren de regreso a Bologna porque yo al otro día tenía que trabajar. Sin muchas ganas, pero sabiendo que sólo volvía para trabajar cuatro días para luego comenzar la siguiente semana una nueva aventura: hacerle conocer el pueblo a donde llegué cuando me fui de Argentina, donde viví 6 meses, de dónde es mi novio y su familia y que el cual es y será parte de mi corazón por siempre.
Venecia
Antes de pasar al capítulo “hacerle conocer a mi mamá el pueblo al que llegué”, voy a contar experiencia Venecia. Volvimos de Roma, trabajé ese jueves (trabajo como barista en un hotel, sí, ni yo me imaginaba algo así, pero me encanta) y al otro día nos fuimos a pasar el día a Venecia. Imaginen la locura de mi mamá. Cuando llegamos se quedó dura, parada, mirando como el agua rodeaba la ciudad y la gente atravesaba los canales en góndola o caminando.
Caminamos mucho también ese día, la lleve a conocer toda Venecia. Por supuesto que anduvimos en góndola con un señor muy simpático que nos llevaba y que nos habló todo el viaje. Comimos pizza y lasaña en una Osteria, hubo caídas también (mamá compró Venecia sí, porque no podía ser menos). Por suerte sólo fue una muy buena anécdota. Nos encontramos argentinos y uruguayos, tomamos mates, nos reímos mucho. Hacía mucho que no me dolía la panza de reírme. Volvimos a Bologna esa misma nochecita, cansadas, pero con una felicidad inmensa.
(continuará)
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