Pbro. Jorge H. Leiva
Artémides Zatti, otro santo de nuestras tierras
Durante la jornada del pasado domingo fue canonizado el tercer santo argentino, Artémides Joaquín Zatti. Anteriormente, ya habían sido canonizados San Héctor Valdivieso, joven mártir de la congregación de La Salle, y el santo cura Brochero.
Dicen los padres salesianos: “Artémides Joaquín Zatti, nace en Boretto, Italia, el 12 de octubre de 1880, bautizado ese mismo día en la parroquia San Marcos. Sus padres, Luis Zatti y Albina Vecchi, son fervientes cristianos y él es el tercero de ocho hermanos.
En 1897 emigran a la Argentina, donde vivía su tío Juan Zatti. Se radican en Bahía Blanca. Allí, el joven Artémides trabaja en una fábrica de mosaicos, mientras participa activamente en la vida parroquial, colaborando con el Padre Carlos Cavalli, su director espiritual. El 19 de abril de 1900 ingresa al aspirantado salesiano en Bernal. Cuidando a un enfermo de tuberculosis contrae la enfermedad; luego, es enviado a Viedma al colegio San Francisco de Sales. Obtiene de María Auxiliadora la gracia de la sanación total y le promete dedicar toda su vida al cuidado de los enfermos.
En 1908 se consagra a Dios como salesiano coadjutor. El 18 de febrero de 1911 hace sus votos perpetuos. En 1934 participa representando a los hermanos coadjutores de la canonización de Don Bosco. Desde 1911 a 1951 se entrega al cuidado y servicio de los enfermos y pobres en el hospital San José. Su amor apostólico y su corazón solidario lo movía a visitar día y noche, en su legendaria bicicleta los enfermos de Viedma y Patagones. El 27 de febrero de 1951 pide la Santa Unción de los enfermos. Muere serenamente, el 15 de marzo dejando escrito su certificado de defunción. Un breve testimonio sintetiza magistralmente su vida: “Siempre fue piadoso, alegre y trabajador". Artémides Zatti ofrece un singular testimonio de laico consagrado.
Dedicó toda su vida a testimoniar en el mundo la caridad y la entrega solidaria, a los hermanos enfermos y a los pobres, al punto que todos lo consideran el Buen Samaritano, pariente de todos los pobres. Lo que lo distingue y caracteriza es su total entrega, animada siempre de un amor sobrenatural. La actualidad de su testimonio está en que supo unir el compromiso de la promoción humana con una constante preocupación evangelizadora. Testimonia el servicio integral a la persona. Un verdadero contemplativo en la acción, según el camino espiritual de Don Bosco”.
El día de ese acontecimiento, el Papa afirmó: "Con su bicicleta, fue un ejemplo vivo de gratitud. Curado de la tuberculosis, dedicó toda su vida a saciar las necesidades de los demás, a cuidar a los enfermos con amor y ternura. Se dice que lo vieron cargarse sobre la espalda el cadáver de uno de sus pacientes”. Añadió el pontífice que “lleno de gratitud por lo que había recibido, quiso manifestar su acción de gracias asumiendo las heridas de los demás”. Y pidió: “Recemos para que estos santos hermanos nuestros nos ayuden a caminar juntos, sin muros de división; y a cultivar esa nobleza de espíritu tan agradable a Dios que es la gratitud”. Como párroco de San Antonio ofrezco dos reflexiones finales: la santidad no es la mutilación de nuestra dignidad humana, sino su plenitud. Nuestra Argentina no es lugar de gente corrupta (aunque lamentablemente constatamos su existencia); sino tierra de santos, mártires y héroes: ¿estamos dispuestos a seguirlos asumiendo las heridas de los demás”?