Experiencias significativas
Bahía Blanca: dramático testimonio de una gualeya tras la trágica inundación
Bahía Blanca sufrió una de las peores inundaciones de su historia el pasado 7 de marzo. En apenas 12 horas, cayeron 290 milímetros de lluvia, provocando el desborde del arroyo Napostá y del canal Maldonado. El desastre dejó al menos 16 muertos, decenas de personas desaparecidas y más de 1.500 evacuados.
A las pérdidas humanas se suman las materiales: cientos de familias perdieron sus pertenencias y la reconstrucción de viviendas y comercios requerirá una inversión enorme. La infraestructura vial también fue gravemente afectada, interrumpiendo el transporte y dificltando las tareas de rescate y la distribución de ayuda.
Mercedes Mendieta, oriunda de Gualeguay, vive desde hace casi 12 años en Bahía Blanca junto a su familia. En este artículo, comparte el drama que vivieron durante y después de la tormenta. “Recién ahora estamos pudiendo descansar un poco y desestresarnos. Todavía estamos procesando lo que pasó. Nos queda mucho por hacer, pero poco a poco lo vamos a lograr”.
“Tenemos a cargo el comercio ‘Emes gráfica + librería’, ubicada en una de las zonas más afectadas por el temporal del 7 de marzo. Llovió en pocas horas lo que normalmente cae en más de medio año. Hay muchas teorías sobre por qué pasó esto y si se podría haber evitado. Lo único que puedo contar es lo que vivimos ese día y los que siguieron”.
Mendieta recuerda que ese viernes se casaba su sobrina. “Ya había alerta amarilla, que pasó a naranja la noche anterior. Se suspendieron las clases y muchos pensamos que era una medida exagerada. ¡Qué equivocados estábamos! Esta zona tiene alertas casi todas las semanas, muchas veces por vientos, y la mayoría de las veces no pasa nada. Pero desde el tornado de diciembre de 2023 se actúa con más cautela”.
“El jueves anterior no llovió. El clima estaba pesado, húmedo, pero no cayó una gota. Por la noche empezamos a ver relámpagos. Nos fuimos a dormir preocupados por el casamiento, y con las primeras gotas cayendo”.
La tormenta los despertó en la madrugada. “Pusimos toallas en las puertas por donde entraba agua. El patio estaba inundado, pero vivimos en zona alta, así que no fue grave. Nos preocupaba el local por algunas goteras. A las 7 de la mañana mi marido intentó llegar a la gráfica, pero ya no se podía circular. Las calles estaban cortadas, la ciudad se iba tapando de agua y seguía lloviendo intensamente”.
Cerca del mediodía cortaron la luz por razones de seguridad. En los grupos de WhatsApp circulaba información sobre zonas inundadas y calles intransitables. “Estábamos preocupados, pero jamás imaginamos lo que encontraríamos. Logramos llegar al local, cruzando calles convertidas en ríos, con el agua hasta la cintura. Tuvimos que formar cadenas humanas para cruzar porque la corriente seguía fuerte. Sentía que estaba en una película”.
“El agua había entrado con una fuerza impresionante. Rompió el vidrio de la vidriera y arrasó con todo: muebles, mostradores, impresoras, computadoras, materiales. Todo estaba destruido. Encontramos las impresoras y los escritorios amontonados en el fondo, uno sobre otro. Fue devastador”.
Mientras recorrían lo que quedaba de su local, vieron cómo el Ejército evacuaba a adultos mayores de un geriátrico cercano con palas mecánicas. “La gente aplaudía, lloraba, se abrazaba. Ya era de noche y todavía había 40 centímetros de agua adentro. Pusimos unas maderas en la vidriera como pudimos, para que no se siguiera yendo lo poco que quedaba”.
“Esa noche volvimos a casa con nuestros hijos, desolados, tratando de mantenernos fuertes por ellos. No pegamos un ojo. Al día siguiente arrancamos temprano. Cada jornada fue una odisea: calles cortadas, caminos destruidos, el barrio irreconocible. Sabíamos que la reconstrucción iba a llevar mucho más que unos días”.
Hoy, cuatro semanas después, los efectos del desastre siguen a la vista. “Verlo por la tele es fuerte, pero vivirlo es otra cosa. Fueron días de trabajo incansable, de agotamiento físico y emocional. Estuvimos 15 días sin luz. No sabíamos por dónde empezar. Pero lo que sí tuvimos —y aún tenemos— es gente que nos ayudó de mil maneras. La solidaridad fue abrumadora: familiares, amigos, vecinos, desconocidos que se acercaban a limpiar, a llevar comida, agua, palabras de aliento. Todo eso nos dio fuerzas para seguir”.
“La ciudad intenta volver a la normalidad, pero queda mucho por hacer. Algunas actividades recién están retomando, las clases volvieron, pero muchas calles siguen intransitables y los daños se notan en cada rincón. Nosotros logramos reabrir esta semana gracias a mucha ayuda. No estamos al 100%, las paredes todavía están húmedas, pero era urgente volver: es nuestro sustento”.
Algunos comercios han reabierto, otros no lo lograrán. “Ojalá la ayuda llegue de forma justa para que todos puedan salir adelante. La vida continúa, pero ninguno de nosotros volverá a ser el mismo”.
“Infinitas gracias a todos los que se preocuparon, que nos enviaron mensajes, donaciones, ayuda, oraciones, energía y amor”, concluyó Mercedes.