por Santiago Joaquín García
Carlos Angeramo: entre granjas y jardines
Una vida dedicada al trabajo que supo dar sus frutos. Si bien lleva más de treinta años entre las aves de la empresa Soychú, muchas personas también lo conocen por su dedicación al cultivo y mantenimiento de chacras y patios: su pasión y su arte.
Algunos lo conocen como Carlitos y otros como Moresco, por su familia adoptiva. Precisamente, esa mujer que lo crió, su madre del corazón, le enseñó algo muy importante desde muy chico: “Habré tenido nueve o diez años y ella me mandaba con cuatro docenas de gladiolos que sembraba, al centro, a venderlas. Hoy vos no ves un gladiolo en ningún lado, y ella los tenía acá en Gualeguay, donde me crie yo, cerca de la peletera”, recuerda. De un solo gesto aprendió dos cosas: la importancia de trabajar y los secretos del mundo vegetal. “Trabajé mucho tiempo en panaderías. Mucho tiempo. En mis años dorados estuve en la famosa panadería llamada Los Aromos, del Gitano Íbero. Empecé en 1988, y después de ahí pasé por Panadería Repetto. Hice un recorrido en panadería”, recuerda.
“Había muchas formas de laburar”
Lo que se presentó como una oportunidad, ha sido su trabajo regular: “En el año 1994 entré para probar a la empresa Soychú, y hasta el día de hoy, ya van más de treinta años. Trabajé con las gallinas reproductoras, juntando huevos, de todo. Tuve muchas pasantías cuando echaban gallina, que era la gallina reproductora. Había muchas formas de laburar. Cuando yo trabajaba la gallina, había semanas que tenía que ir a las 3 de la mañana a bajar tolva para que la gallina pudiera comer, así a para las 8 de la mañana empezara a largar el huevo. A las 3 de la mañana se prendía la luz automática en los galpones y había dos personas, una para cada sector y bajaba las tolvas. El otro grupo de personas entraban más tarde a trabajar. Y a las 8 se empezaba a juntar huevo. Y había un cartel ahí que estaban todas las juntadas que se debían hacer durante el día, que eran seis juntadas. No podías dejar que se juntara la de las 8 con la de las 11 porque se hacía una tortilla. Tenía que ir juntando por horario. A las 8 y media, a las 10 y así. La última juntada era a las 3 y media de la tarde, que ya la gallina dejaba de poner. Había que cerrarle los nidos y cerrarle el agua hasta el otro día. Esa era la gallina reproductora. Era un trabajito regular”, explica.
“Eran trabajos más pesados”
Le preguntamos cómo impactó la tecnología en las granjas. “Cuando yo entré a trabajar con el pollo eran trabajos más pesados. Pasaba quince días de noche en la granja. Entraba a las 8 de la noche y salía al otro día a las 6 de la mañana. Había doce hornos y la calefacción para el pollito era a leña. Me pasaba las noches atizando hornos, echando leña y leña para que no se enfríen. Esa era la calefacción. Después se fue renovando y después lo reemplazó el gas. El gas hoy es con el tema de las campanas. Hoy cortan, son automáticas. Antes tenías que andar toda la noche y las otras dos personas preparaban leña para el que estaba de noche. Iban camiones de leña porque eran hornos inmensos. Y aparte de darle agua a los tambuches porque eran pollitos bebés y no tenían que deshidratarse. Trecientos tambuches para cincuenta mil pollitos. Fue cambiando todo. Antes te llevaban el pollo y te daban un mes para limpiar la granja. Se desinfectaba, se lavaban los bebederos, se lavaban las tolvas. Ahora no hay tiempo para estar haciendo ese trabajo, siempre va rotando el pollo que está en la granja. Hoy en día la cama capaz la sacan al año y la limpian a la granja. Pero con muy poco tiempo porque ya están para ingresar pollitos. Si a nosotros nos dicen el martes van a recibir pollo tenemos que prepararla sea como sea la granja, porque el pollo nace. Y yo trabajo en una granja propia de Soychú. Después están los integrados que tienen su propia granja. Ahora la noche es más tranquila porque hay calefacción automática. Cambió todo. Antes vos tenías que irte caminando los cien metros de la granja hasta el último horno y atizarlo. Y con los bebederos empezaba a las 3 de la mañana para poder terminar con todos. He pasado de todo, el 2001, pero siempre he estado. Tenía 21 años cuando entré. Entré para probar y seguí, seguí, seguí. Hice mi casa, crié a mis hijos. Siempre para adelante”, destacó.
“Es lo mío”
Apenas una pasada por su casa, sin siquiera tomar dos mates, y Carlos sigue viaje para su otro trabajo. Su arte, su pasión: “Es lo mío el tema de. jardín. No doy abasto y trabajo solo. Te hago todo el trabajo grueso como desmalezar, hago todo completo. Pero lo mío es lo fino. El tema del canterito porque tengo todas las máquinas para hacer los dibujos de los árboles, dejar las enamoradas del muro bien prolijas. La gente me pregunta ideas. Y yo ya sé en mi cabeza cómo va a quedar cuando voy. Los viveros también me pasan mucho trabajo. El jardín no para nunca. La gente me busca para hacer un trabajo y les digo: ‘voy a demorar dos tardes. Si no te lo termino hoy, mañana vengo y te lo termino’. Con el tema de jardinería me han querido llevar a muchos lugares. Ya no siembra nadie. Imaginate que en el cementerio ponen rama de pino. La gente no siembra más y se han perdido muchas, muchas plantas. El gladiolo era una cosa tradicional de Gualeguay. La gente va a lo hecho. Lo mío es un trabajo fino. Hay que agacharse y trabajar la tierra. Limpiar las plantas, los canteros. Nadie lo hace. Y yo voy a tu casa y te digo, ‘te lo termino ahora y te queda terminado el jardín’. Vos decís no puede ser, pero yo estoy en eso. Ahora empieza el tema de poda y tengo motosierra. Después, ya antes de septiembre arranca el temporal del pasto a pleno. Pero hay gente que nunca quiere dejarlo al jardín ni siquiera en invierno. Y yo voy al jardín y si estoy con tiempo te limpio la pileta también. Porque a mí lo que me encanta es el orden y la limpieza. Que se note que yo paso por el jardín”, remarca y su amplia clientela lo confirma. Le pedimos que cuente cuáles son esas plantas que se han perdido con los cambios en las costumbres: “Se ha perdido la dalia el copete, el gladiolo, el unquillo. La señora que me crió sembraba todas esas plantas. Ella vendía muchas flores. A mí me mandaba con las cuatro docenas de gladiolos y me las sacaban de las manos. Por eso digo que si se pusiera alguien a vender gladiolos se los sacarían de las manos, pero no hay”, recuenta.
Muchas variedades
Así como se perdió el hábito de sembrar, también hay muchas nuevas especies: “Hay una planta que se llama Fotimia, otra Ugenias (con forma de helado que las armo con las máquinas), hay muchas variedades. Una que se llama Peniceto que es como un plumerillo. Aprendí mucho también por la chica del Vivero mi jardín. Hay cortaderas, Achiras del Paraguay, Oleo Texano que te sirve para hacer cercado. Estoy plantando muchos Dietes. Y hay plantas para interior y plantas para exteriores. He ido a lugares que son puras plantas acuáticas, para adentro y por ahí algunas personas las tienen afuera. A mí me preguntan y yo por ahí les doy las ideas: ‘Esto lo puede poner allá, esto acá, y así’. Los jardines de invierno son lindos también. Antes no se conocían tantas plantas, pero si había dedicación. La gente va a los viveros. También he plantado muchos árboles en el centro. Y me fui comprando las máquinas. Antes trabajaba con tijera, la hacía soldar. Después me fui modernizando. Y a mí lo que me gusta es observar y darles la forma a las plantas y que la gente siempre quede conforme”, comenta. Muchas de las chacras en las que él trabaja las ha visto crecer: “Siempre les hago el cuento cuando voy a alguna zona conocida y les digo: ‘esto era un monte’ y ahora es una cosa de no creer. Y siempre también le doy la instrucción a la gente, porque he ido a lugares a plantar muchas plantas donde la gente hace terraplenes. Y no es linda tierra y plantan ahí y creen que la planta va a salir, pero no. Cuando vos vas y plantas siempre les digo de comprar las féculas, la tierra que venden en los viveros para ayudarla. Poner mitad y mitad. Si vos plantas en la tierra greda nunca va a avanzar. La gente hace los terraplenes para enaltecer el terreno y ya quieren poner plantas. Es tierra mala. Me ha pasado en un montón de lugares de que quieren que crezca con esa tierra y no avanza la planta”, detalla y cierra. Dentro de las nuevas plantas hay muchísimas variedades que van llegando a los viveros. Y llegan a los viveros muchas plantas brasileras, por ejemplo. La otra vuelta le regalé a una chica, que no lo podía creer, una cala negra. Ella nunca había visto una cala negra porque la mayoría son blancas, pero hay de colores también. Son raras. Lo mismo los lapachos, hay de muchos colores, como rosados, morados, blancos. He plantado con mis propias manos muchos lapachos”, remarca.
A modo de cierre
Entre charlas sobre el cambio de los tiempos y la realidad actual, Carlos vuelve a sus orígenes: “la familia que me crio a mí me puso a trabajar. Y yo hoy en día sé hacer cualquier cosa, cualquier trabajo. No sólo el trabajo en la granja y en los jardines o en las panaderías. Cualquier cosa sé hacer”, destaca. Se termina la entrevista y nos muestra su terreno y su casa impecables, fruto del trabajo y el cuidado. Su responsabilidad en su empleo formal y su dedicación para su oficio y su habilidad, le han permitido junto a su familia salir adelante y tener un hermoso hogar y dejar un ejemplo para sus hijos.