Pbro. Jorge H. Leiva
Cuaresma con don Quijote y con Sancho Panza
Luchar contra molinos de viento es una expresión de origen literario, cuyo significado es «pelear contra enemigos imaginarios». Dicha frase está tomada del capítulo VIII de la Primera Parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, titulado «Los molinos de viento».
Ese capítulo trata de la búsqueda de hazañas de Don Quijote acompañado por su fiel escudero Sancho Panza para conseguir el honor heroico que tanto anhelaba.
El noble caballero, a través de su fantasía, cree combatir con gigantes, que eran los molinos de viento, y secuestradores de una princesa, quien en realidad era una sencilla muchacha. –“Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino”.
Dice la reconocida periodista Mariana Alessandri que la guerra civil de España llevó al filósofo español don Miguel de Unamuno “a darse cuenta de que, en tiempos de desesperanza, la locura quijotesca podría salvar a la gente de la parálisis que a menudo acompaña al derrotismo (…) Durante el resto de su vida, Unamuno pidió a sus compatriotas españoles practicar el quijotismo, que significaba adoptar el valor moral necesario para luchar por causas perdidas sin darle importancia a lo que pensara el resto del mundo”.
Es decir, por un lado, abandonar su sensatez o, más bien, su sentido común, le dio al Quijote la libertad para involucrarse en tareas fútiles como atacar molinos de viento. Y, por otro, el sentido común de Sancho Panza le advirtió que las batallas que seguro se perderán, no son dignas de emprenderse. “Sin embargo, -agrega también la periodista- es ese mismo sentido común lo que constantemente impide que nosotros nos comprometamos con las que quizá son las causas más dignas: las perdidas”.
Es que hay algo de locura en los enamorados. Notemos, entonces, que Sancho Panza nos enseña a no elegir enemigos imaginarios y, a su vez, don Quijote nos invita a la santa locura de llevar adelante proyectos de alto riesgo en los cuales “nos jugamos” por nobles causas que quizá nos parezcan perdidas.
Por otra parte, Jesús de Nazaret eligió luchar contra el demonio en el desierto y no se equivocó, pues su enemigo era de su tamaño.
En cambio, Pilato, Herodes Antipas o Anás (sacerdote del templo) no, ya que -en realidad- eran sólo los títeres del enemigo real que es Satanás. Jesús se comprometió hasta la muerte con una causa en la que Él se sabía humanamente perdedor y es en este sentido en el que hizo una “quijotada”, según el decir de Unamuno. Por eso, es que Pablo de Tarso habla de la “locura de la cruz”.
La historia del Quijote y la imagen de Jesús combatiendo en el desierto contra el Tentador nos muestra, por un lado, cómo las personas del siglo XXI estamos llamados a combatir, sobre todo teniendo en cuenta que el mercado ha decidido que no seamos firmes en nuestras luchas para que permanentemente demos paso a nuevos productos para consumir.
Por otro lado, y de manera urgente, estamos llamados a discernir acerca de cuáles son los enemigos verdaderos y cuales sólo “molinos de viento”. Es de desear además que la Providencia nos regale en la vida a cada uno un “Sancho Panza” que nos recuerde dónde hay sólo Molinos de vientos y que nos regale también Quijotes que nos ayuden a comprometernos con santa audacia en causas nobles, aunque estas aparezcan como “humanamente perdidas”. Todo esto sin olvidar que el único “honor heroico” que existe es el de la Cruz pascual, es decir, el de haber entregado libremente la vida por amor con la lógica de la Trinidad, el Calvario y la Hostia. Las cenizas de la cuaresma católica nos enseñan a luchar como el Quijote y a discernir como Sancho.