Por Pbro. Jorge H. Leiva
Cuerpo y alma
Hace pocos días hemos celebrado el triunfo de una criatura, llamada María de Nazaret quien fue llevada en cuerpo y alma a los cielos, según la Tradición.
Su cuerpo no tenía la ambigüedad de los que estamos contaminados con la soberbia de la caída original.
Es que nuestro cuerpo es capaz de guardar los mejores sentimientos de empatía: llorar de dolor por el sufrimiento ajeno y, también, puede encenderse de ira y llorar, pero de rabia hasta quitar la vida a otro ser con su potencia y con los instrumentos que él maneja.
Asimismo, nuestro cuerpo es capaz de besar para expresar la ternura del alma o para señalar a quien hay que meter preso injustamente (como sucedió una vez en un Huerto). Puede abrir la mano con el gesto atávico de la fraternidad o cerrar el puño con violencias siempre injustificadas; puede cuidar rebaños como Abel o dar golpes fratricidas como Caín.
Como en las películas, el cuerpo puede abrazar para amar o para apuñalar; puede arrodillarse ante Dios Padre o ante una bolsa llena de dólares; puede revestirse del atuendo de los servidores (médicos, funcionarios, docentes, sacerdotes, obrero…, etc.) o puede desvestirse para la fornicación autorreferencial.
Nuestro cuerpo puede ser elegante en función del amor que es la belleza del alma o puede estar mutilado por la ilusión de la inmadura eterna juventud. Puede empuñar un arado o un fusil, poner en marcha la fábrica del pan o fabricar un misil, encender el fuego del pan familiar que nutre o quemar bosques destruyendo la casa comunitaria del planeta. Puede emitir bellas melodías o aturdir con ruidos insoportables. Nuestro cuerpo puede caminar en procesión hacia los santuarios de la vida o participar en marchas de la muerte pidiendo autorización para matar niños.
El cuerpo de María de Nazaret, en cambio, no tiene ambigüedades porque es el cuerpo de la adoración y no de la idolatría, de la caridad y no de la destrucción, del dolor de amar y no del dolor del orgullo herido, de la alegría que da la esperanza y no de las vanas diversiones que da la ilusión.
El cuerpo de María gira en danza en torno al Cuerpo de su Hijo y no en el baile frívolo de las falsas nupcialidades; le canta a las maravillas eternas y no a las estrellas fugaces. El cuerpo de María tiene la dignidad real y, a su vez, la humildad servicial; tiene en la frente Fuego pentecostal que hace arder para realizar lo que se puede cambiar y posee en el corazón aguas tranquilas que calman y serenan ante lo que no se puede cambiar. Sabe de la paz sin perder el sacrificio de amar y de la cruz sin perder la confianza de esperar. Sabe de la sangre que va al Corazón de su Hijo y de la que fluye hacia los miembros del cuerpo de su Hijo. El Cuerpo de María está herido de amor y es capaz de sanar toda dolencia con plantas medicinales regadas en Otro Torrente.