Pbro. Jorge H. Leiva
Cuídate
Saludar es reconocer la existencia del otro, es no pasar inadvertido ante el corazón de los demás. La mano abierta representa la paz, pues es el gesto del desarme; el rostro y la mirada son la comunicación del encuentro (es gráfica y fuerte la expresión que se instaló hace un tiempo “cortar el rostro”).
Cuando saludamos al pobre, al extranjero, al que “no nos pertenece”, el gesto adquiere una especial profundidad, ya que estamos manifestando la capacidad de salir de nosotros mismos, de nuestro ego, de nuestro narcisismo: entonces, nace de veras la ética y el pensamiento que se abre a lo distinto y a lo que está más allá de mis intereses y de los “de mi grupo”.
Esa hospitalidad del saludo me convierte en responsable del otro, en la medida de mis posibilidades que en realidad son muchas.
Pero ¿por qué digo que son muchas? Porque saludar es decirle al otro: “Me alegro de que estés vivo y he percibido tu existencia que- aunque misteriosa para mí- es digna de respeto y de empatía”. Detengámonos brevemente en las formas que tenemos de saludar: “Chao” o “chau” es un saludo o despedida informal característica del idioma italiano y originario del idioma véneto, del cual fue adoptado. En el italiano moderno y en otras lenguas se usa indistintamente como «hola» o «adiós».
Por otro lado, “Buenos días nos dé Dios” dicen bellamente los españoles en un modo de desear buenas jornadas. Los criollos de nuestra patria hispanoamericano saludaban diciendo “Ave María Purísima” evocando de esta manera la fe católica que ve en la Virgen la “llena de gracia”
Asimismo, en algunos pueblos europeos existe también la costumbre de decir “Alabado sea Jesucristo” para saludar. (Recuerdo que era el modo de Juan Pablo II). En las cartas de Pablo de Tarso aparece la expresión “Gracia y paz”: dicen los que saben que la primera palabra expresaba un deseo del mundo griego y la segunda uno del mundo israelita.
Aún hoy día los judíos saludan diciendo “Shalom”, es decir, “paz”. En los últimos tiempos, en nuestras comunidades y en otros lugares del mundo se ha difundido mucho el saludo “cuídate”. Detengámonos brevemente: Dice Susi Mauer, columnista de un diario metropolitano: “Cuídate señala una evidencia. Reconoce que estamos expuestos a una escalada de riesgos y que la experiencia cotidiana requiere de gestos activos de cuidado.
Estos hoy ya no corren solamente por cuenta de la mirada adulta, paternalista y protectora. Este llamado a la prudencia, que surge de los adolescentes mismos, es una toma de posición digna de enfatizar. Una manera fraterna de implicarse subjetivamente, que guarda estrecha relación con la necesidad de cuidado que hoy tenemos todos”.
El modo ese de saludar “cuídate” no está exento de riesgos: no basta que yo me cuide a mí mismo y por momentos no es bueno que sólo me dedique a cuidarme. Necesito cuidarme y entregarme porque la única forma de ser felices es salir de uno mismo para amar y porque hay otros que están necesitando que yo deje de cuidarme con obsesión de auto preservación y empiece a cuidarlos. Este saludo, además, es un llamado implícito a la cultura del cuidado, como decía el papa Francisco en el comienzo de su pontificado. Termino recordando una bella canción del uruguayo Jorge Drexler: “Cuida de mis labios, Cuida de mi risa./ Llévame en tus brazos,/ Llévame sin prisa./ /No maltrates nunca mi fragilidad,/ Pisaré la tierra que tú pisas”.